martes, 27 de septiembre de 2011

Lancinante

Lancinante
Ramón Serrano G.

-Oye Luis, si la mayor parte de los seres humanos suelen vivir en pareja, ¿por qué algunos permanecéis solos?
-¡Bueno! Te podría dar más de cien motivos; lógicos, anormales, egoístas, circunstanciales, y de muchas otras clases. Pero mejor te cuento la historia de alguien a quien conocí un día y que acabó siendo una de esas personas solitarias a las que te acabas de referir. Pon atención:
-En un determinado lugar dos chiquillos, llamados Lucio y Andrés, crecieron como amigos, como amigos se hicieron hombres y como amigos montaron una empresa. En ella todo lo hacían consultándose y participando al cincuenta por ciento en cuanto realizaban. Fuera de ella igual: salían juntos, juntos alternaban, y era tal su compenetración que esta, de haber sido hermanos, quizás no hubiese llegado a tanto. Un buen día ocurrió algo tan natural como que uno de ellos, Lucio, se enamoró de una muchacha, Laura, guapa, bien formada, educada, afable, en suma, una gran moza y al poco se casó con ella. El nuevo estado de uno de ellos no hizo decrecer ni su trato ni su amistad con el otro, que ambos siguieron teniéndolos en el muy alto grado de siempre.
-Andrés, aunque respetando siempre la necesaria intimidad conyugal, pasaba muchas horas del día junto al matrimonio, no sólo en el trabajo (al que la flamante esposa se incorporó de inmediato), sino en los ratos de ocio. Comía los más de los días en casa de ellos y los fines de semana solían los tres hacer excursiones y visitas a los derredores. Todo transcurría normalmente hasta que, en una soleada mañana, sucedió algo novedoso. Algo que duró tan sólo un momento, un maldito momento (o quizás pudiera decir un bendito momento) En ese determinado instante se cruzaron las miradas de Laura y Andrés de un modo que no lo habían hecho nunca. Ambos supieron en el acto que aquello era distinto y que podría ser importante, pero los dos trataron de olvidarlo de inmediato. Ella lo consiguió, o, al menos, no dio muestra alguna de saberlo, aunque estoy seguro de que tenía muy buena conciencia de ello, que las mujeres, para esas cosas, y para muchas otras, tienen una perspicacia increíble.
-Pero lo de Andrés fue otro cantar. Enseguida se temió lo peor y, aunque hizo lo imposible por autoconvencerse de que lo que lo ocurrido sería una cosa sin importancia, algo intrascendente, pronto tuvo que rendirse a la evidencia. Buscaba a la mujer de su amigo a cualquier hora, y, cuando estaba con ella, le embriagaba su sencillo olor a azándar, a olíbano o a terebinto; su sonrisa le sonaba a música célica; percibía que su mirada era serena, tibia y esperanzadora como un amanecer de mayo. Por otra parte cambió su proceder, y cuando comenzó a…desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo,… todo ello le hizo recordar de inmediato a Lope y, por tanto, saber que …eso es amor, quien lo probó, lo sabe.
-Mas también supo que ese sentimiento, a más de muy hermoso, era imposible a todas luces. Que Laura, aún siendo conocedora de esa amación, nunca había hecho nada ni por iniciarla, ni por fomentarla, ni por mantenerla. Y que Lucio no merecía de nadie, y menos de su mejor amigo, no ya el logro, sino tan siquiera el intento de destrozar su vida. Comenzó a disputarse en su subconsciente una lucha entre lo apetecible y lo correcto; un esfuerzo inmenso para no dejarse llevar por la tentación y sí por la honestidad; un lancinante hesitar por acariciar un sueño o por mantener la dignidad. Y así fueron pasando los días y, en su decurso, su interés por vivir de ese modo iba descaeciendo. Sufrió lo indecible para tomar una decisión, pero, finalmente, su conciencia le dehortó que siguiera en aquél lugar y actuó, como era de prever, con la caballerosidad que era de esperar. “Chacun ses convictions”.
-Buscó a Lucio para, mintiéndole por primera vez en su vida, decirle que imperiosas razones le obligaban a marcharse de allí. Dejó en sus manos que le liquidase a su comodidad su parte en el negocio, y esa misma tarde, se despidió de la pareja y se marchó para siempre. Y, al alejarse, se acordó de lo que cantó otro poeta, pues también para él la noche estaba estrellada y tiritaban los astros a lo lejos; y que era imposible no haber amado sus grandes ojos fijos; pensar que no la tenía, sentir que la había perdido y que por ello su alma no estaba contenta; y que por ello, podía escribir los versos más tristes esa noche…
-Luis, le dije, no sé por qué, pero me da en la nariz que yo conozco a ese tal Andrés.
-Como puedes comprender Luca, me contestó, yo no tengo una relación de todos aquellos a quienes conoces. Pero sé lo que te imaginas y me parece que esta vez te han fallado los vientos. No fui yo el Andrés protagonista de este suceso.

Setiembre de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 23 de setiembre de 2011