jueves, 31 de julio de 2014

La perfección

Para P.R.M., una gran señora No existe. Aunque pueda parecer lo contrario, la perfección no existe. En ningún alcance, consecución, obra, parámetro, o cualquier otra impronta que podamos observar, o a la que referirnos. ¡Y mira que hay cosas bonitas en el universo mundo! Pero a todas, absolutamente a todas, les falta, o les sobra, algún detalle, según sea la persona que las esté analizando, porque aquí manda siempre, y con poder absoluto, la subjetividad. Cuando vemos algo que realmente nos agrada nunca deberíamos decir que es perfecto, o sea, que tiene, en su línea, el mayor grado posible de bondad o de excelencia. A lo sumo, que es bonito, que nos gusta, que le satisface a mucha gente, pero nunca tendríamos que otorgarle un cum laude, y es lo que hacemos en determinadas ocasiones, aunque no sé bien si por modestia o por racanería. Aquél piensa que el Taj Mahal debería ser un poquito más alto; ese cree que la Joven de la perla estaría mejor vestida de azul; este que Machado, en su canción A un olmo seco, debiera haber tratado de infundirnos con su relato de la aparición de las nuevas hojas primaverales una mayor esperanza y no tan sólo una brizna; ellos que un determinado amanecer hubiera sido más lindo de no haber estado allí aquella nubecilla; vosotros que Mozart supera un algo a Beethoven; nosotros que el amor se expresa mejor con la mirada que con la poesía. El caso es que éste, ése, aquél, nosotros, vosotros y ellos, todos, “apreciamos” siempre una “inapreciable” tara o impureza, que hace que la joya que admiramos no sea totalmente preciosa, o, mejor dicho, que impide que lo sea por completo. Al menos, para nuestra forma de ver y de pensar. Puede que la exposición de estos comportamientos, de la creencia de que no existe la sublimidad, lleve al lector a pensar que mi postura es opuesta a ello. Pero nada más lejos de la realidad, ya que estimo que esa resistencia a conceder los máximos galardones a una obra es el mejor exponente del alto grado de exigencia, siempre que esta sea absolutamente noble y leal, que el individuo puede tener acerca de algo. Me veo más lejos del radicalismo de Pearl S. Buck, quien afirmaba que el afán de perfección hace a algunas personas insoportables, que de aquel profesor que, haciendo parecer que su asignatura era un hueso, conseguía que esta fuera muy valorada por los alumnos. Lo que intento decir en suma es que es muy de admirar la forma de actuar que tiene aquella persona -artista, profesional, obrero, quien sea-, que actuando con ambición, sí, pero con ecuanimidad y temperancia, aspira a conseguir lo máximo de lo que es capaz, y pone en ello su mayor esfuerzo, aunque es consciente de que no podrá alcanzar nunca lo perfecto. Es lógico, e incluso aconsejable, que aspire a ello. Y cabe traer aquí un recuerdo a la competitividad con dos citas: que el orgullo y la competencia mal entendidos pueden convertirse en nuestros enemigos, y que lo bueno de la competencia no es saber quién es mejor, sino la mejora personal de cada individuo en cada enfrentamiento. Debe aspirarse a todo, pero con la modestia imprescindible para saber que nunca logrará conseguir algo que no sea perfectible. Posiblemente lo haga, y a conciencia, y con lentitud, siguiendo el código machadiano:“Despacico y buena letra/que el hacer las cosas bien/importa más que el hacerlas”. Y nunca compulsivamente, que ello es obsesivo y la obsesión no es sino una perturbación anímica, que perjudicaría, sin duda, el resultado de la obra. Lo mismo puede decirse de quien escucha, contempla, o lee algo que hizo la mano y la cabeza de otro humano. Este, por igual, debe admirar sin remilgos lo que está viendo y valorarlo enormemente, porque sabe que ha sido mucho el sacrificio y la habilidad del autor, y sería tremendamente injusto no ponderarlo, o ser tacaño en ello. Pero tampoco cabe en él el conformismo, sino que debe pensar que siempre existe la posibilidad de un mejoramiento y que se ha de luchar por encontrarlo, aunque en alguna ocasión sea tan deliciosamente hermoso lo que tenemos delante que pensemos que el posible hallazgo de algo que lo mejore raye en lo imposible. Mas todas estas opiniones y convicciones que estoy tratando de exponer deben quedar reducidas a lo siguiente: cualquier obra nuca debe ser considerada como inmejorable ni por el autor ni por el observador. De cualquier forma, he de decir que estas recomendaciones sé que serán completamente inútiles, porque aunque alguien, leyendo este escrito, se propusiera seguir lo que en él se recomienda, tanto siendo autor como espectador, eso de poner en práctica los buenos consejos sería comportarse como lo haría un hombre perfecto. Y está más que demostrado que la perfección no existe. Ramón Serrano G. Agosto 2014