viernes, 1 de febrero de 2008

Consejos

Los consejos
Ramón Serrano G.

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando…” J.R.Jiménez.

En los consejos, como en casi todo, en los colores, en la ropa o en los gustos, hay opiniones para todos los ídem. O sea, que hay a quienes agrada darlos, y a quien no. Escucharlos, o no. Seguirlos o no. Una vez alguien, cuyo nombre desconozco, dijo aquello de: “No me aconsejes, que ya me equivocaré yo solo”, pero ese alguien, a mi escaso entender, no estuvo muy acertado, o quizás sea que yo sí soy muy amigo de los consejos. ¿Por qué? Pues porque, si son de ley, lo tienen todo bueno. Un consejo es, como todos sabemos, la opinión que se da o se recibe de alguien, sobre aquello que se debe hacer, o no. Por tanto si son indicaciones sobre cuál es el mejor camino a seguir, y además son gratis, no veo la razón para no escucharlos y seguirlos, o para no proporcionárselos a quien tu creas que los necesita. Lo importante es saber discernir si uno está en disposición de facilitarlos, en este último caso, y de a quién pedírselos, o dónde buscarlos, en el primero.
Tomando esto como base de partida, cada uno sabrá si puede o no puede, si está o no está capacitado, para aconsejar sobre el tema en cuestión. Pero si queremos recibir o pedir asesoramiento, o advertencia, sí creo que es conveniente para contestar a nuestras preguntas y afianzar nuestros posicionamientos, y antes de empezar la acción a la que vayamos a enfrentarnos, para salir bien parados del trance, debemos optar por acudir a una de estas tres fuentes: los sabios, los viejos y los poetas.
A los primeros porque son poseedores de extensos y profundos conocimientos, y realizadores las más de las veces, por no decir siempre, de prudentes y sensatas acciones. Tan así es, que viene a pelo aquel refrán que reza: “es de sabios no dar consejos a quien no los desea”.
A los segundos porque es bien sabido que la experiencia es la madre de la ciencia y porque en el hombre, a los veinte años manda la voluntad, a los cuarenta, el ingenio y a los sesenta, el buen juicio. Así, se da en los viejos la condición de haber sido actores, repetida y continuadamente, de muchas empresas, lo que viene a conferirles una gran habilidad y pericia para emitir opiniones y sentencias. Suelen ser atesoradores de hábitos, eruditos con amplios y profundos saberes, de materias, de fuentes y de elementos. Se dice, y puede que sea cierto, que más sabe el mismísimo diablo por su cualidad de viejo, que por su propia esencia y naturaleza. Se dice, y es verdad, que mula vieja, surco derecho.
Y juntando al segundo grupo con el tercero, traeremos a colación aquello de “Del viejo, el consejo”, de Gabriel y Galán, poesía que empieza diciendo: “Deja la charla, Consuelo, que una moza casadera, no debe estar en la era, si no está el sol en el cielo...”. Porque a los que conviene consultar en temas consejeriles, y quizás más que a los otros, es, sin lugar a dudas, a los poetas. ¡Ah, los poetas! Esas personas de gusto exquisito que saben expresarnos, en el fondo y en la forma, el aspecto más bello y emotivo de las cosas y de los acaeceres. Que siempre nos transmiten sus ideas dando a sus palabras unas imágenes sugestivas y musicales que llegan a lo más profundo de nuestras almas. Que pueden, con su lirismo y su sensibilidad, hacer que afloren triunfalmente nuestras emociones y sentimientos, habitualmente tan soterrados y escondidos. Y aquí, en este grupo, sí que me podría sumergir en un piélago de ejemplos, citar a tantos y tantos autores, cada uno ejemplarizante y modélico, aunque tengo la completa seguridad de que la mayoría de ellos, y sus obras, ya serían conocidos ampliamente por todos ustedes.
Pero permítanme que cante sólo a uno. Que nombre a uno tan sólo. Me referiré, en ese caso, a nuestro gran Juan Ramón, cuando dice aquello de: Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.... ¡Habrá una forma más linda de decirnos, sin heridas, sin lesiones, sutilmente, lo poco que sustancialmente valemos, pese a la importancia y a la prosopopeya que solemos atribuirnos! Que pese a que creamos que nuestra vida es de una gran relevancia y nuestro hacer trascendente, todo pasará al olvido cuando desaparezcamos. Que habrá, después de idos, nuevas uvas y nuevas barbecheras. Que siempre existirán las risas en la boca de las mozas casaderas y los chiquillos irán siempre al colegio rezongando. Que…, y continúa diciéndonos el poeta: … el pueblo se hará nuevo cada año,… y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario.
¡Cuánto nos valdría si, a menudo, humilde, calladamente, buscásemos, para la solución de nuestros males, consejo en los poetas!
Febrero 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso, el 10 de febrero de 2006

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