miércoles, 1 de agosto de 2018

...vino y (II)

Cuando habíamos recorrido unos ciento cincuenta kilómetros, sin verlo, sentimos que a muy pocos metros de nosotros, en la falda de uno de aquellos deleitosos montes, nos estaba esperando, en silencio, el Monasterio de Yuso, y muy cerca se él, su monasterio hermano, el de Suso, pero ya dispondríamos de tiempo para visitarlos. A eso, y nada más que a eso, habíamos venido. Bueno a eso, y para revivir (o sea, conseguir que existiera de nuevo lo que estaba, o parecía, muerto o extinguido) lugares, pero, sobre todo, monumentos, y también manjares que tienen categoría de únicos. Parajes, edificios y yantares que hacen que España, por estas y por otras muchas cosas, sea única en el mundo. Teníamos por delante la muy agradable tarea de ver, en un cuadrado de cincuenta kilómetros de lado, la mayor concentración del mundo de edificios religiosos (monasterios, catedrales o abadías), y cada uno de ellos con el calificativo de excepcionales. Rogando que a partir de este momento se me permita no ser prolijo y exhaustivo en la relación de lugares turísticos ni adjudicar adjetivo alguno sobre lo que íbamos a ver, ya que ello supondría cualquier disparidad de juicio injusta e imperdonable, diré que, con el hambre de observar cosas bellas, iniciamos a la mañana siguiente nuestra ruta, que habíamos confeccionado exclusivamente por motivos geográficos, con la ilusión de ver cuantas más cosas pudiésemos, aunque sin atiborramiento. Ella habría de llevarnos en primer lugar a Cañas, un pueblo de unos 100 habitantes, cuna de Santo Domingo de Silos, en el que se halla la abadía de Santa María del Salvador que edificase en el siglo XIII doña Urraca Díaz de Haro, en unas tierras donadas por sus padres don Lope y doña Aldonza, y habitada por monjas cistercienses. De una gran belleza, cabe destacar la portada de la sala capitular, el sepulcro de la citada abadesa, el claustro y unos ventanales de alabastro que proporcionan a la iglesia gran luminosidad. Digno es de lástima aquel que recorriendo las tierras logroñesas no se allega a ver ese lugar. De allí partimos hacia Santo Domingo de la Calzada, municipio situado a orillas del Oja, rÍo que dio nombre a la comunidad, en el que habitó el monje Domingo García, gran impulsor del Camino de Santiago. Fue el ejecutor del milagro del gallo y la gallina según el cual Domingo García demostró la inocencia de un peregrino que erróneamente estaba acusado de muerte, haciendo volar a una gallina que ya estaba asada. Como recuerdo de ello, en la catedral calceatense hay una estatua de estilo gótico y del siglo XV, denominada El Gallinero y en la que se cobijan un gallo y una gallina, y que sirve de recuerdo del famoso milagro. También son dignos de cita, el Coro y el sepulcro de Sto. Domingo. Bien mediada ya la mañana continuamos nuestro itinerario que habría de llevarnos hasta Haro, la población más importante de la denominada Rioja alta, que albergando construcciones tan admirables como la portada de la iglesia de Sto. Tomás, el torreón medieval, la puerta de san Bernardo, la basílica de Nª. Sra. de la Vega o el palacio de Tejada, tiene unA muy bien alcanzada fama por ser la capital del vino, que es su gran motor económico. Sus suelos calcáreos y arcillosos, y su clima, la convierten en el lugar idóneo para que allí se asienten las bodegas más antiguas de la Rioja. Tras visitar algunas de ellas, recalamos a comer en el Beethoven II, que ya conocíamos y del que teníamos el mejor recuerdo. Allí una anécdota: al servirnos un vino extraordinario nos pidieron disculpas por no ser este de la localidad, sino de sitio cercano, y nos dijeron que ello lo hacían para no tener que decidirse por uno en detrimento de otros, lo que se podría interpretar que concedían mayor valoración a este, menospreciando a aquél. Hecho el almuerzo nos dirigimos al cercano Briones, a menos de diez kilómetros de distancia. El lugar tiene algunos puntos de interés pero hoy en día la mayoría de sus visitantes acuden a él por hallarse allí el Museo Vivanco del vino. Es este uno de los mejores del mundo, inaugurado en 2004, cuenta con una extensión de unos 4.000 m2 y una colección de vides con más de 220 variedades de todo el mundo. Es una iniciativa emprendedora y ambiciosa y un punto de referencia internacional sobre el vino, su historia, sus técnicas de elaboración y todas las manifestaciones que giran en torno a él. He de decir, a vuela pluma, que al visitar sus salas vimos la trascendencia cultural del vino desde sus inicios hace unos 8.000 años. Sus cultivos, sus variedades, enfermedades, modos y medios de ´fermentación, maceración y conservación; su asociación a fenómenos culturales y creencias religiosas; el modo de presentar sus muchas variedades y la manera de poder abrir la botella con una colección de sacacorchos de más de 3.500 piezas con formas y tamaños increíbles. Sé que no he dicho ni el uno por mil de cuanto se podría hablar de tan extraordinario museo, pero ni tengo espacio ni la capacidad necesaria para llevarlo a cabo, por lo que me conformaré con invitar al amable lector a que lo visite tan pronto como le sea posible. Salimos de allí completamente satisfechos de cuanto habíamos visto y lamentando enormemente que el día se nos hubiera hecho tan corto, volvimos a nuestro lugar de residencia. Ramón Serrano G. Agosto 2018

Lechazo (I)

Para mi amigo Pío, con quien he viajado tanto. Una de los modos más satisfactorios que tienen muchas personas de conceder una gran complacencia a su alma es viajar, tanto por el disfrute que siente en el momento de hacerlo como por las evocaciones posteriores. Conozco a alguien que, cada cierto tiempo, lo hace para recrear su alma con vivencias del pasado dedicadas a esos menesteres, para luego ocupar unas nuevas jornadas en visitar y revisitar sitios y parajes que le son interesantes por sus cualidades culturales, geográficas, históricas, gastronómicas, etc., etc. O sea, que lleva a cabo una tournée con el fin de, retornando a sitios, o yendo a veces a nuevos rincones, pasar varios días en determinados lugares, todos ellos llenos de belleza de una u otra condición, y conseguir un gran deleite, en esta ocasión no de uno, sino de todos los sentidos. Repito que son, en la mayoría de los casos, espacios o monumentos ya conocidos para él, (algunos, muy pocos, nuevos), pero cuya novedosa admiración le supone una delectación enorme. Y para demostrarlo, paso a describir la última excursión, realizada por él y por mí hace algún tiempo, y que, como se verá si logro describirla, es fantástica. No muy de mañana salimos de Tomillares -y hablo en plural, ya que casi siempre vengo en hacer estos periplos en compañía de mi gran amigo Pío - por lo que llegamos sobradamente a comer a Aranda de Duero, tal y como teníamos previsto. Estando por esas tierras, pasar de largo y no hacerlo allí, hubiese sido un sacrilegio que no estábamos dispuestos a cometer. Por ello, debidamente instruidos, nos acomodamos bajo un cupressus y nos dispusimos al yantar, que no podía consistir en otra cosa que un lechazo, que seguro estoy, se habría criado escuchando las campanas de Santa María, y que probablemente sería churro. De compaña (en absoluto me gusta esa moderna expresión de maridaje), un exquisito vino local de la Ribera. Tras ambos, mi amigo y yo tuvimos la aplaciente sensación de que acabábamos de estar en el cielo. Pero había que partir, seguir nuestra ruta, y no podíamos dilatar la estancia en ese lugar. El viaje no había hecho más que comenzar, y nos dirigimos a Santo Domingo de Silos, parada más que obligada para quienes atraviesan esos pagos. Ver Silos -y sobre todo su Monasterio- es algo realmente extraordinario en cuanto al sentimiento religioso, ya que allí emergen naturalmente en el alma el recogimiento y la oración. De la admiración que concede el contemplarlo, y como es lógico de este aspecto, no puedo, no quiero hablar, dejando a cada cual su valoración, a sabiendas de que ha de ser muy positiva. En cuanto a lo ¨mundano”, contemplar su botica, su museo, su ciprés -Enhiesto surtidor de sombra y sueño…flecha de fe, saeta de esperanza...en el fervor de Silos-, pero, sobre todo, la parte inferior de su claustro, es algo que no admite explicación. O lo ves en directo, o no puedes imaginar por grande que sea la capacidad mental del visitante, que los hombres hayan podido tallar en la piedra sus sentimientos con tanta precisión y belleza. Permítaseme tan sólo una atrevida y brevísima descripción. El templo, con un origen visigodo (posiblemente un cenobio) y posterior edificación románica, fue derribado en el XVIII y sustituido por otro neoclásico. De aquel estilo queda sólo el ala sur del transepto y la Puerta de las Vírgenes, que da acceso al claustro. La parte inferior de éste, de finales del XI y principios del XII. La parte superior no se visita y es de inferior calidad. Cuenta el claustro de abajo con unas arquerías de medio punto que descansan sobre capiteles, que a su vez lo hacen sobre columnas de doble fuste, menos los soportes centrales de cada galería, que están formados por fustes quíntuples, salvo el del lado norte que es torsado y cuádruple. Según nos comentaron, las galerías norte y este se llevaron a cabo casi un siglo antes que la sur y la oeste, presentando rasgos diferenciadores. Así los fustes de las primeras están más separados y presentan mayor éntasis, mientras que las del segundo taller son más realistas y tienen un mayor relieve. De cualquier modo, se ha de decir, clamorosamente, que los 64 capiteles son una auténtica maravilla, como igualmente lo son los relieves que adornan las caras interiores de las cuatro pilastras situadas en los cuatro ángulos de las galerías. Y que son: en el ángulo noreste, El sepulcro y El descendimiento; en el noroeste, Los discípulos de Emaús y La duda de Santo Tomás; en el sudeste, La Ascensión y Pentecostés. Y en el sudoeste, y perteneciente a la segunda época, La anunciación a María y El árbol de Jessé. En suma, uno de los claustros más hermosos que verse puedan. Y de ello fuimos hablando Pío y yo durante la continuación de nuestro camino y de lo beneficioso que es para el hombre cortar de vez en cuando con la rutina del quehacer diario y darse una satisfacción, aunque sea pequeña y corporal, como la de paladear deleitablemente el lechazo arandino, pero siempre, antes o después de la ingesta, concederse la inmensa alegría de ver con despacio una obra de arte que agrade, transmita y eleve y eduque nuestros sentimientos. Pero ya digo que hubimos de continuar, y ese camino citado nos habría de llevar a San Millán de la Cogolla, ya en tierras riojanas. A ellas llegamos mientras moría la tarde, tranquila y regalada, para, tras cruzar Berceo, recalar allí y allegarnos hasta el mismísimo Monasterio de Yuso, en cuya hospedería tendríamos nuestra residencia durante el tiempo que nos estuviésemos por aquellos pagos. Ramón Serrano G. Julio 2018