jueves, 9 de febrero de 2017

La luz de la mañana

Coincidirán conmigo en que, desde el origen de los tiempos, la inmensa mayoría de los hombres, si no es que todos, han creído y han tenido la esperanza de que sus bienes y sus males podrían llegarles, o se librarían de ellos, según les conviniera una cosa u otra, de un modo sobrenatural o, cuando menos, extraordinario. Una ilusión infundada a todas luces, pero arraigada en ellos como la mala hierba lo hace en los cultivos, o sea, tanto en extensión como en intensidad, y con poder bastante para ser permutadora del modo de obrar y de vivir de muchos de ellos. La condición humana (sobre ella han hablado mucho y bien escritores como Heidegger, Malraux, Sartre u Ortega, por citar algunos) suele tener mucho de regalona, y aunque también, y afortunadamente, están entre sus virtudes el sacrificio y el esfuerzo, ha habido humanos en todos los tiempos para los que ha sido muy fácil pensar que se podrían obtener prebendas y sinecuras, sin hacer nada importante, y tan sólo con buscar afanosamente recursos ignotos y tener un poco de fortuna. Repito que ha sido siempre este un sueño generalizado de la humanidad, como quedará expuesto con tan sólo recordar algunas de esas fantasías, que de otras ya hablaremos en futura ocasión. Así que, entre otros momios, citaremos en primer lugar y someramente a la piedra filosofal, sustancia alquímica de leyenda que convertía el plomo en oro, la perpetuación de la vida, o que las lámparas estuvieran constantemente ardientes. Se intentó lograr en muy distintos países y desde muy antiguo. El trabajo para su logro era conocido como el Opus magnum (la Gran Obra). La panacea, cuyo nombre proviene de la diosa griega, consistía en un mítico medicamento, ya fuese una cataplasma o una poción, sobre la que se indagó mucho en la antigüedad pues se pensaba que era el remedio para la curación de todas las enfermedades. Aun queriendo ser escueto, he de hablar del elixir de la inmortalidad, también llamado por algunos el elixir de la vida, o el de la eterna juventud, que opiniones sobre ello hay para dar y tomar, y cuya esencia divergía más en la nominación que en su finalidad. Sobre ello se trabajó enormemente en China, India, Arabia, Egipto o Europa, y el logro no era sino un brebaje (parece ser que de origen tibetano) a base de limón, miel y aceite de oliva, bebida muy saludable, pero muy lejos de ser conseguidora del fin con el que fue concebida y bautizada. En tiempos pasados fue esta una de las metas perseguidas por muchos profesionales que la tenían como uno de los deseos más irrefrenables. Su principal arma era la alquimia, e intentando valerse de ella, Paracelso adquirió gran fama ya que se llegó a creer que había conseguido la transmutación del plomo en oro. No era cierto, pero sí que hizo varias y buenas aportaciones a la medicina; Roger Bacon, conocido como el Doctor Mirábilis, afirmaba que el oro disuelto en agua era el elixir de la vida, y Basile Valentine quien, junto a otros, desarrolló trabajos esotéricos experimentales, la mayoría de ellos inacabados o inservibles. Pero hay que valorar que también descubrieron muchas cosas interesantes como el antimonio, la fabricación de amalgamas o el alcohol etílico. Todo ello, que fue realizado en tiempos pretéritos más o menos lejanos, no llegó a tener ningún éxito como era fácil de prever. Pero como es muy apetecible obtener pingües ganancias con poco esfuerzo, o sea, aquello que consiste en que por arte de birlibirloque se pueda conseguir lo que no está en los escritos, mucha gente lleva muchos tiempo dedicándose a la búsqueda y consecución de canonjías, bicocas, chollos, mamandurrias y demás excepcionales privilegios. Pero hoy en este país nuestro se ha descubierto uno de rentabilidad increíble. El método con el que han dado es relativamente sencillo de seguir. Sin necesidad de tener oficio, y con un ansia infinita de lograr grandes beneficios, muchos individuos se apuntan a cualquier partido político que tengan a mano, sin que les importe en absoluto la ideología del mismo. Una vez insertos en una de esas entidades no paran de medrar, haciendo lo imposible y lo impensable, tragándose carros y carretas, y cuantos sacrificios sean menester, hasta conseguir ser presentado a alguna elección. Celebrada esta, si obtienen algún puesto, oficializan su trabajo, para después pegarse la gran vida y asegurarse, por arte de birlibirloque y per in saecula saeculorum, unas retribuciones verdaderamente inimaginables, debido a su magnitud. Al pronto, esto es difícil de ser creído, pero como hay cuantiosas pruebas y casos que lo acreditan hay que aceptarlo. Por este, y por muchos otros motivos, está más que demostrado que el hombre, por su imaginación y su capacidad para alcanzar aquello que persiga, sea lo que fuere, tiene capacidad para las empresas más inverosímiles. Por ello, yo cada noche, me voy a la cama expectante esperando a ver qué nuevo prodigio se consigue con la nueva luz de la mañana. Ramón Serrano G. Febrero 2017