jueves, 12 de agosto de 2010

El pianista

El pianista
Ramón Serrano G.

No sé cual es la causa, ni me importa conocerla. Lo que sí sé, todos lo sabemos, es que existe un tópico según el cual las personas de determinados sitios tienen, en su mayoría, unas características bien definidas que los distinguen claramente. Por su modo de hablar, de comportarse, de pensar, de un montón de cosas, pero siempre tienen algo que es peculiar y casi exclusivo en ellas. Ejemplos, los que quieran, y archisabidos. Así, los andaluces son graciosos, los catalanes ahorradores, los gallegos indecisos, los madrileños chulapos, etc., etc., etc.
¿Es esto verdad? Pues no lo creo, aunque de serlo, ha ido perdiéndose con las modernidades. Esto último está claro porque hoy hay una gran interrelación entre unas tierras y otras, lo que lleva a una mezcolanza de estilos y costumbres entre los habitantes nativos y los metecos. En cuanto a lo primero, he de admitir que sí, que puede que una mayoría tenga unas cualidades determinadas, pero que estas no se dan en todos sus individuos, ni únicamente en esos lugares. Lo que sí está claro, es que los propios de esos sitios suelen estar orgullosos de poseer esas peculiaridades que le son atribuidas. Tanto, que hasta presumen de ellas. Vean si es así.
Voy a citar dos lugares, por cierto hoy hermanados, que han sido siempre, al decir de las gentes, el lugar donde se desarrollaban infinidad de cuentos y sucedidos. Son estos Lepe y Tomillares. Así se ganaron fama el primero por sus chistes y el segundo por su noble “brutalidad”.
Deteniéndonos en este último sitio, recordaremos el célebre dicho de: “Los hay brutos, muy brutos y de Tomillares” Y muchos de sus habitantes se hallan muy felices de ser así, borricotes, garrulos, toscos en sus maneras, aunque eso sí, nobles, sencillos y transparentes como los que más. Allí no se dice; “Por favor, déjame un sitio” sino “Hazte p’allá” Y se pondera la belleza de una obra, o de una moza, exclamando: “Tié babas” Y otros mil modismo exclusivos. Y en cuanto al tamaño, todo debe ser de lo que ahora se denomina talla XXL. Presumían de que sus tinajas, sus mulas, sus reatas, sus bombos, todo fuera grande, “hermoso”, como les decían ellos. Vayan ahora tres anécdotas para demostrar la forma de ser de los tomillareños.
En los tiempos en los que cuando un chaval hacía una trastada se le arreaba una tunda sin que nadie se traumatizara, ni el mundo se viniese abajo. En todas partes, descubierta la fechoría, el padre se quitaba el cinturón y le atizaba al chiquillo unos cuantos azotes con él. Pero en Tomillares no. Allí el padre se quitaba la correa y la dejaba estirada en el suelo. Después agarraba al mozalbete por los tobillos y lo golpeaba contra el cinto las veces que fuera menester, según su falta.
También por aquellas épocas se iban los hombres al campo de semana o de quincena. Se llevaban la mula, el hato y, si lo tenían, a algún hijo que ya estuviese espigado. Y sucedió que una noche, apagado ya el candil, acostado el padre en un poyo, el hijo en otro y la mula en la cuadra contigua, se oyó una ventosidad muy ruidosa. Preguntó el muchacho: “Padre, ¿ha sío usté o la mula?” El hombre, casi en un gruñido, contestó: “He sío yo” Y el hijo diose media vuelta y exclamó: “Ya me parecía a mí mucho pedo pa la mula”
Diré para finalizar que una cierta ciudad europea se dio un concierto de piano en el que tanto por la fama del pianista, como por el programa (el concierto nº 1 de Chopín y el nº 5, el Emperador, de Beethoven) el teatro se vio completamente abarrotado. La interpretación, como era de esperar, fue excepcional, maravillosa, y a su término el público, en pie, estuvo durante muchos minutos aplaudiendo y dando muestras de admiración. Ocurrió que entre los vítores y los “bravos” se oyó una potente voz que dijo: “Viva Tomillares”. Cuando por fin se hizo el silencio en la sala, el músico, tras agradecer profunda y humildemente la generosidad del respetable, preguntó que quién había dicho lo de “Viva Tomillares” puesto que muy poca gente en el mundo sabía que él había nacido allí, que allí vivió parte de su infancia y que de allí había salido siendo aun muy niño.
Entonces, desde una platea, un caballero de buen porte y entrado en años le contestó: “Mire maestro. Yo he sido el autor de esa expresión y no porque supiese que aquél era su lugar de nacimiento. No. Lo he deducido porque he tenido la suerte de asistir a muchos conciertos y siempre he visto que, al empezar, el pianista se sienta y acerca la banqueta al piano, mientras que usted se ha sentado y ha tirado del piano de cola para atraerlo hasta la banqueta. Y me he dicho: Este hombre tiene que ser de Tomillares”.

Agosto 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 13 de agosto de 2010