jueves, 19 de julio de 2012

Haviva

Para M, a quien aprecio tanto. -Vaya, Luis, le dije. Hoy voy a ser yo quien te cuente una pequeña historia que creo te gustará, o, al menos, te entretendrá un rato. Se la oí a mi antiguo amo, una nublada tarde al amor de la lumbre. Y decía así: Una profesora, Haviva du Poy, había viajado hasta Bruselas para pasar sus vacaciones en casa de su hermano que vivía allí. Las mañanas en las que este trabajaba, ella solía acudir al tranquilo parque del Cincuentenario, donde se encontraba muy a gusto. Un día, vio sentado en un banco a un muchacho, ya un hombre, cuya cara expresaba, si no amargura, al menos poca felicidad. Volvió a encontrárselo repetidas veces, y en una ocasión observó que se le había caído la gorra, sin que él se hubiese apercibido de ello. Se lo hizo notar, él le dio las gracias, y ello sirvió para que comenzasen una conversación. De inmediato, apareció la curiosidad femenina: -Apenas te conozco y, por supuesto, no quiero inmiscuirme, pero te veo como triste. Dime ¿te ocurre algo? -No, nada, respondió él. Bueno, en realidad, sí, aunque no es trascendente. Pero me desazona un tanto, o mejor dicho, bastante. Callaron sobre el tema, tocaron otros de pasada, y al poco se despidieron. Al día siguiente, como si de una cita se tratase, se encontraron en el mismo lugar. Fue entonces él quien tomó la palabra para decirle: -Ayer no te respondí adecuadamente, pues sé que tu pregunta no se debía a simple curiosidad. Te voy a contar mi historia, y siento que te aburra, pero fuiste tú la que preguntaste. Mi nombre es Ebrahim, 32 años, economista, no tengo hermanos, y vivo en París con mi padre, que está viudo. Tiene una muy considerable fortuna, una parte de la cual está a mi nombre y a mi disposición, así que, al parecer, todo indica que debería ser feliz. Podría serlo, pero no lo soy, ya que me falta una cosa que no tengo. Una sola cosa, pero que para mí es esencial: trabajo. No lo necesito en absoluto para vivir, pero sin él, no me hallo bien. -Lo he tenido en varias ocasiones, prosiguió, pero por causas ajenas o propias no he sabido mantenerlo y el ocio no va con mi forma de ser. No sé, ni puedo, ni quiero, y ni tan siquiera creo, que deba estar inactivo. No me importa no haberme casado y el no tener hijos. Leo, pero a la lectura, que me apasiona, no acabo de entregarme, y si acudo a algún espectáculo, cine, teatro o conciertos, esa espina que llevo clavada me hace sentirme incómodo. Así que por eso me ves con cara de circunstancias, lo cual es, hasta cierto punto, normal. O eso creo yo. Ella, entretenida con la narración, no había mirado el horloge y se le había hecho tarde, ya que esa mañana tenía algo que hacer. Y le dijo: -Mira, aunque me imagino que ya habrás hablado anteriormente de esto con alguien, y ese alguien te habrá dado su opinión al respecto, quisiera ofrecerte la mía, así que, si te parece, quedamos mañana aquí, a la misma hora. À demain. -Yo me llamo Haviva, comenzó diciendo ella en la nueva y soleada mañana bruselense. ¡Por cierto, qué casualidad!, mi nombre también es hebreo como el tuyo. Soltera, con años para poder ser tu madre, tengo la profesión más hermosa del mundo: soy profesora. Por todo ello, me veo con la experiencia y condiciones suficientes, no para darte consejos, de los que ya habrás recibido muchos y estarás más que harto, pero sí para hacerte alguna consideración que, creo, deberías tener en cuenta. -Voy a decirte en primer lugar, continuó, que ese interés tuyo por la labor habla muy bien de ti. Nuestros vecinos del sur tienen un proverbe que dice que la ociosidad es la madre de todos los vicios, pero, si me lo permites, te diré, en broma, que esa es la única madre a la que no hay que respetar. Quizás no sea la primera en encomendártelo, pero podrías muy bien, y te sería muy beneficioso, dedicarte a la investigación; o a ampliar tus estudios; o a realizar otros nuevos; o a buscarte ocupaciones altruistas, que tú, al parecer, debes ser un gran amigo de la filantropía. Así, tu “yo” se sentiría satisfecho, ya que tendrías ocupaciones que atender, horarios que cumplir, y la satisfacción de que tu trabajo, además de estar bien hecho, estaría destinado a un fin noble, condición esta que no cumplen todas las empresas para las que la gente suele trabajar. -Lo que no debe conseguir nunca esa imposibilidad que pareces tener para encontrar y afianzarte en una ocupación, ya sea esta mejor o peor remunerada, más o menos sacrificada, con un alto o bajo grado de adaptación a tus deseos y saberes, pero que constituye tu más importante anhelo, es obsesionarte. Piensa que no has llegado, ni con mucho a lo mejor de tu vida y que, por tanto, aun puedes conseguir muchas, muchísimas cosas. Algunas previsibles, otras inesperadas, pero, cualquiera de ellas, capaces de dar mieles a tu cuerpo y deleite a tu alma. No te obceques en un pesimismo absurdo, ni desesperes de conseguir un feliz hallazgo laboral. No olvides que existen otras muchas metas dignas de ser alcanzadas. Y piensa además que, aunque parezca lo contrario, en demasiadas ocasiones, la vida acaba dando a cada uno lo que se merece. Y me da la impresión, y ya voy siendo un poco vieja y, por tanto, un poco sabia, que tú eres acreedor de alguna atijara, de algún bon prix que satisfaga tu deseo. Nada más hablaron del tema, y, al poco, se despidieron. Al siguiente día ella fue de nuevo al parque, pero Ebrahim no volvió nunca más. Haviva guardó siempre de él un gran recuerdo. Ramón Serrano G. Julio de 2012