domingo, 27 de enero de 2008

El gozo

El gozo
Ramón Serrano G.

Para aquellos que por carecer de medios, o por otras circunstancias aún peores, no cursaron estudios pero supieron, sin embargo, imbuirse de una enorme cultura. Tomelloso es un buen ejemplo de ello.

Habíamos dudado bastante en si iniciar o no nuestra andadura porque el cielo, bastante fosco, amenazaba con descargar lluvia en abundancia. Algún claro nos animó a decidirnos por la marcha, pero al poco de emprenderla comenzó a caer un agua tonta, que adieso se tornó en chaparrón continuado. Sin tener donde guarecernos vimos a lo lejos un paso a nivel con su casa para el guardabarreras y allí nos dirigimos tan aprisa como nos fue posible. El ocupante nos vio acercarnos y cuando llegamos esperándonos estaba con la puerta abierta. Ellos pasaron dentro y yo me sacudí en el quicio. Entré luego y me acerqué a la lumbre, mientras Luis se quitaba la cazadora completamente empapada.
- Perdone que le encharquemos la habitación.
- Pero hombre ¿a quién se le ocurre salir con este tiempo? Venga, pasar y secaros, que ahora limpiaremos el agua y después preparamos la comida, que no os podéis marchar con la que está cayendo. No tengo mucho pan, porque me vengo sólo para el día, pero hato no faltará y ya nos apañaremos.
Luis quiso rechazar la oferta por educación, pero tuvo que claudicar ante la acogedora insistencia del ferroviario. Era este un hombre que pasaría de los sesenta, no muy alto, enjuto de carnes, que no enteco, de pelo blanco y abundante que tapaba con una gorra de trabajo, y como apreciamos luego, a más de generoso, de una cultura poco común. La casa disponía, a más de la cocina donde estábamos, de dos cuartos con sus camas, un chiribitil que servía de despensa, almacén y otros usos, una letrina y un corral, con su pozo, que debía haber sido habitado por bastantes animales en tiempos no lejanos.
Sentados ambos ante el fuego, mientras se secaba mi amigo fue contando al anfitrión, por indicación de este, nuestras vidas y andanzas, que Marceliano escuchó con gusto, preguntando alguna cosa de cuando en vez, y a continuación nos dijo:
- Yo antes fui viñero, que era un oficio bueno y que conocía bien, pero luego me salió esto y como ganaba más y trabajaba menos, pues aquí me vine y aquí llevo treinta y dos años, que los hará dentro de un mes. Esto no tiene de malo, nada más que hay que ser muy amigo del reloj y estar bien atento al paso de los trenes no vaya a ocurrir una desgracia, que yo afortunadamente no la he tenido nunca.
- ¿Pero debe ser bastante aburrido pasarse el día aquí sólo sin ver ni hablar con nadie, sin enterarse de nada? intervino Luis.
- Bueno únicamente estoy ahora, que en lo que se echa el otoño se vienen conmigo mi mujer y mi chica Alejandra, y estamos los tres aquí hasta que el calor aprieta un poco, que nos vamos al pueblo. En este tiempo yo vengo a estar durante el día y una vez por la noche. Pero en cuanto a mi situación, estás equivocado. No te puedes imaginar lo agradable que es estar, así sólo, en contacto directo con la naturaleza, oyendo únicamente el ruido del campo y el resoplar de los trenes, con tiempo para todo. Fíjate lo que te he dicho: tiempo, algo que no tiene hoy la mayor parte de la humanidad. Y tranquilidad y paz y sosiego, condiciones muy valiosas que tiene esta forma de vivir que, para mí al menos, es un placer.
- En realidad lo que has hecho tú, y eso es una gran cosa que no todo el mundo hace, es saber acomodarte a las circunstancias. Pero tiene que ser un poco aburrido.
- Ahora te contesto, que está al pasar el mercancías de las 13,40. Salió a hacer su cometido y nosotros con él hasta la puerta, pues seguía jarreando. Le vimos bajar las barreras con el manubrio y esperamos hasta que cruzó la expedición, que lo hizo con algún retraso y sin muchas prisas, para luego volver a entrarnos.
- Puede ser, continuó, que lleves razón en lo del acomodo, pero no en lo del tedio. ¿Tú me ves a mí con esplín? Yo vivo contento porque me faltan horas al cabo del día para llevar a cabo todos mis menesteres. Entre cortar los caminos, en lo que me ayudan bastante las mujeres cuando están conmigo, cuidar del averío y leer o pasear, se me va el tiempo en un verbo. Pero luego seguiremos con la charla, que yo ahora tengo un buen zurrir de tripas y me imagino que tú estarás lo mismo. Así que vamos a preparar el condumio y que siga lloviendo lo que quiera.
Se fue al caramanchel que le servía de despensa, de donde trajo dos fiambreras, una con pisto y la otra con dos chuletas de cerdo, y tornó a él para traer algunos trozos de lomo que guardaba en una orza. Luis le moderó diciendo, con verdad, que era de poco comer, pero el otro dijo que aquello estaba allí para zampárselo y que hambre no iban a pasar. Y no pasamos, porque tras calentar las viandas, comimos de ellas y a fe que si bueno estaba el cerdo en sus dos formas, el pisto tenía un sabor celestial, si es que allí arriba comen de ese guiso. Mi amigo lo alabó:
- Este pisto es de lo más rico que yo he probado en mi vida. Con razón tiene tanta fama.
- Es que en La Mancha, en el comer como en todo, nos gustan las cosas con verdad y con sustancia.
Y siguió a lo suyo, queriendo indicarnos que su afirmación era un axioma. Para postre, cogió un melón empezado que tenía en el poyete de la ventana y cortó dos rebanadas para dos hombres, que cada una de ellas pesaría más de medio kilo.- Pues ahora dime que te parece el meloncejo. Y los cría mi yerno. Comieron la fruta y Luis le faltó tiempo para decir:
- Tan cierto como me tengo que morir, que nunca había probado otro tan bueno. Parece que le hubieran echado miel.
Tras la alabanza y otros comentarios al respecto, recogieron y salieron a esperar que fueran las 15,35 (él ferroviario siempre nombraba así las horas) para que pasara el rápido. Llovía menos, pero todavía con fuerza, por lo que nos tuvimos que quedar en el quicio de la puerta, pero por poco rato ya que esta vez el tren fue de una puntualidad inusual. Volvieron a sus asientos y a su anterior ocupación, que ambos retomaron con innegable deleite. (¿Por qué será que a los humanos les gusta tanto la garla, cuando dan con alguien que sabe mantenerla?) Y fue Julián quien prosiguió en la exposición que había interrumpido.
- Te decía que no sé lo que es aburrirse. Pero desde luego la ocupación que más me satisface es la de leer. Quién me iba a decir a mí, un bracero del campo, que terminaría siendo un borracho de los libros. Me aficionó a esto un Maestro Nacional, don Jesús, que estaba casado con la dueña de las viñas que yo arreglaba y que cuando me despedí, me regaló unos cuentos para que pasara mejor el tiempo en este exilio. Yo al principio no les hice ni caso, pero un buen día, harto de estar mano sobre mano y como no soy muy hábil para el esparto u otra entretenía, me dije que poco podría perder por hojear alguno de los tomos. Eran, no se me ha olvidado de un tal Julio Verne, y ¡coño! que empecé en broma con el primero y hasta que no le di la vuelta al mundo no paré. Me piqué y me metí en el fondo del mar y luego me subí a la luna, y así hasta que me los tragué todos.
- ¿Tanto te gustaron?, medió Luis.
- Como que fui a ver a D. Jesús para que me recomendase otros títulos. Me regaló alguno más y me gasté encima todo lo que tenía ahorrado. Me había quitado de fumar y todos los días iba echando en una caja el importe de un paquete de tabaco. Pues con todo eso me compré ocho libros, siete de viajes y aventuras, bueno y el octavo también, porque era el Quijote. Me los fui despachando con más gusto y mayor entusiasmo en cada uno de ellos. Y así he seguido hasta el día de hoy, leyendo cuanto he podido, con lo que sé de muchas cosas y conozco muchos sitios sin haberlos pisado nunca.
- No, cortó el otro. Para conocer lo que es un río o una montaña, lo mejor es ir a ellos, verlos con tus propios ojos.
- Tú lo has dicho: ver. Pero eso es percibir algo por el sentido de la vista, advertir, descubrir, vislumbrar algo. Pero hay demasiada gente que viaja y no ve nada. Han estado un montón de tiempo soñando con esa excursión y cuando la consiguen hacer, después de tragarse un sinfín de kilómetros, puede más en ellos su ansia de consumo que la de cultura, y cuando llegan a un lugar no ven, o lo hacen muy de pasada, los museos, las iglesias, los monumentos en suma, pero se tiran días enteros visitando tiendas para comprar cosas, la mayoría de las veces completamente innecesarias, los llamados “souvenires” esos, y que además muchas de ellas las podrían adquirir hasta en su mismo pueblo, y a veces más baratas. Pero hay que traer algo para demostrar a los demás que han viajado y con ello gastan en mercachiflear un tiempo precioso, que podían dedicar a ilustrarse y ver cosas bellas, interesantes y, las más de las veces, únicas, perdiendo una oportunidad de hacerlo, que quizás no vuelvan a tener.
- Pero es que, por otra parte, no aprovechan ni el viaje, pues en el autobús se duermen o van viendo, cómo no, alguna película birriosa, en vez de ir admirando esas montañas y esos ríos a los que te referías. Yo te digo, que sin haberme movido apenas dos o tres veces de mi pueblo, conozco el mundo mejor que el noventa por ciento de los que viajan en esos trenes que pasan por aquí a diario. Sé como son y donde están el Machu Pichu y el Mar Negro, el Yenisei y el Kilimanjaro, y conozco perfectamente lo más destacable de la historia y la cultura de muchos pueblos. Y todo ello gracias, única y exclusivamente, a la lectura y a la imaginación. ¡Ah! y no quiero hablar sobre aquellos a los que Séneca se refería cuando dijo que a quien pasa la vida viajando le ocurre que tiene muchas albergues pero no tiene hogar.
Se notaba que su gran vicio era leer y que con ello era muy feliz. El resto de la tarde y sin que arreciase el agua afuera, se estuvieron dialogando sobre libros, hasta que a las 20,12 pasó el último tren y nos dijo nuestro anfitrión:
- Aunque todavía hay sol en las bardas, ya no son horas para que os marchéis, así que pasáis aquí la noche y mañana os vais, si os apetece después de comer, que por cierto te voy a hacer un plato de por esta tierra. Para cenar, en la despensa tienes patatas y queso en aceite, que nunca me falta. Bueno y si quieres sacas más lomo. Yo vendré a eso de las cuatro, pero no paso a la casa. Nos vemos a desayunar. Hasta mañana.
Pese a que ya no llovía, se puso un chubasquero y en su moto le vimos partir, carretera adelante, en dirección al pueblo. Nosotros quedamos un rato fuera viendo coruscar las pámpanas recién bañadas y oliendo la tierra mojada. Hablamos de lo hermoso que es encontrar personas de la talla que mostraba nuestro generoso amigo y de lo venturoso que parecía en su vivir.
-En realidad tiene motivos para estar feliz con la vida que lleva. Le pasa como a los pastores, que viven en continuo contacto con la naturaleza, sin prisas, sin ruidos, con tiempo para todo. De hecho, se ha ponderado siempre la vida bucólica y la literatura, desde el Cantar de los Cantares, con los griegos y latinos como Teócrito y Virgilio, o nuestro magnífico Garcilaso, se han ocupado mucho, y con gusto, de ellos y de ella. Hay que reconocer que, desgraciadamente, el mundo actual la ha relegado casi al olvido, y sabiendo que todo trabajo tiene su servidumbre, me parece mucho mejor el de estos hombres, que, por ejemplo, el del conductor del metro o el del obrero de la fábrica que tiene por misión colocar perenne y machaconamente la misma pieza. Y además estos se ven obligados a vivir en la ciudad, o aún peor en sus suburbios, y tú ya sabes bien mi opinión al respecto.
Entrada la noche nos pasamos y dispusimos a hacer la cena, para la que seguimos las indicaciones recibidas y que por otra parte fue para nosotros, como para mucha gente, poco usual y deliciosa. Cogió Luis dos patatas hermosas y, sin pelarlas, las lavó y las partió por su mitad. Limpió el suelo de la lumbre hasta que dejó al aire los ladrillos y sobre estos las puso con el corte hacia abajo, cubriéndolas después con ceniza y brasas. Mientras que esperábamos que se hicieran, partió un trozo de un queso casi entero que estaba cubierto de aceite en una lata que en un día, ya lejano fue de conservas, y que ahora estaba dedicada exclusivamente a esa misión. De las cosas buenas que yo haya probado en mi vida, aquel queso era una de ellas y mi amigo no se cansaba de ponderarlo y compararlo con los mejores, no ya del país, sino del mundo. ¡Qué deleite, decía y con toda la razón, es el queso manchego! Más tarde, cuando calculó que ya estaban asadas, apartó las patatas, las limpió de ceniza y tras esperar que se enfriaran, les echamos una pizca de sal y las comimos. Puedo dar fe que si el queso era exquisito, las patatas no le iban en zaga. En fin, que la cena fue sencilla, pero opípara. Tras ella, conversamos un algo acerca de las características y bondades de esta tierra y nos dispusimos a dormir
A media noche sí que oí el sonido del batintín al bajar las barreras para aviso de transeúntes y de inmediato el ruido inconfundible de un ferrocarril. Volví a azorrarme luego y no desperté hasta que escuché a Julián dentro de la habitación, cuando el día ya clareaba bastante. Luis también se alzó pronto y vino a buscarnos. Se preguntaron por el mutuo descanso, junto a otras formalidades comunes y nos pusimos a desayunar unas tortas de mosto que nos trajo el paisano. Dijo entonces mi amigo de marcharnos, a lo que el otro se opuso con rotundidad.
- No os podéis ir hasta después de comer. Si hubiese sabido de tu llegada te hubiese hecho mi mujer una olla podrida, que la borda, pero hoy vamos a comer un atascaburras que te vas a estar acordando de él mientras vivas. Además, así hablamos y me haces compañía, que ambas cosas estimo en mucho. Bueno, vamos a dar un paseo
Hacía buen sol en la mañana, por lo que salimos a caminar por junto a la casa y empezaron su deseada tertulia. Yo, mientras tanto, me entretenía correteando por entre las cepas a ver si se arrancaba alguna liebre, más con idea de divertimento que con afán venatorio. Como había llovido el día anterior mi trabajo se vería facilitado porque las huellas de las piezas, si las había, quedarían marcadas en la tierra todavía mojada. Algo parecido a la caza de rastros, esa que se realiza tras una nevada, a la que los humanos llaman de días de fortuna y que naturalmente tienen prohibida. Al buen rato vi correr a una, grande, rubia, con las orejas tiesas, como a unas cuarenta cepas de distancia, y que no quiso esperarse a ver si yo era galgo o podenco. Y cuando me cansé de trotar en solitario, regresé junto a los paseantes y al llegar junto a ellos, oí a paisano que venía diciendo:
- ...por eso te digo que está soledad, en la que tú dices que vivo, es una delicia de la que me sería muy difícil prescindir. Yo creo que las cosas no tienen un valor absoluto por sí mismas, sino relativo. La comida por ejemplo es apetitosa o desagradable dependiendo de cómo esté educado el paladar del comensal. Piensa en las ostras, los sesos, o las ancas de rana que para unos son una exquisitez, una delicatessen, mientras que para otros son sencillamente repugnantes. Y en cuanto al aspecto ocurre igual. Si a ti te gusta el marisco, igual te pirras por una cigala o unas angulas. Pero porque desde chico estás acostumbrado a su vista, pero esta no es más agradable que la de un saltamontes o la de unos gusanos, que para nosotros son asquerosos pero que en muchos lugares constituyen un manjar.
Cortó su decir para atender a su oficio durante unos escasos minutos, y continuó a su vuelta: - Piensa en el oro. Por él mismo vale muchísimo (¡cuántos se han perdido por conseguirlo!) pero si tu te hallases sólo, en medio del desierto y a cien leguas de distancia del ser humano más próximo, ¿qué preferirías, mil kilos de oro o una mochila bien repleta de alimentos? Convéncete, nada vale por sí mismo; el valor está en nuestro intelecto y lo que nos es ajeno sólo tiene la importancia que nosotros mismos le queremos dar de acuerdo con nuestras necesidades o nuestras apetencias. O de cómo lo utilicemos, porque recuerdo haber leído a José Antonio Marina algo parecido a lo siguiente: .. somos como una partida de póquer, en la que recibimos genéticamente unas cartas, buenas o malas, pero que no podemos hacer nada por cambiarlas. Es preferible que sean buenas, pero no siempre gana el que las tiene mejores. Lo realmente importante es saber jugarlas. Y vamos a pasarnos que tengo que hacer la comida.
Así lo hicimos, y de seguido, fue a la antes citada despensa, de la que volvió trayendo una cesta de mimbre, de esas de gran asa en medio y dos tapas abatibles, que dejó sobre la mesa. Al punto, sacó de ella una fiambrera con bacalao húmedo (había estado en remojo toda la noche) y unas patatas. Le dijo a Luis que las pelara mientras él ponía al fuego una sartén grande y un cazo sobre una trébede pequeña. Echó agua en los dos cacharros y puso a cocer en aquella las patatas y el bacalao, y en esta unos huevos duros. Mientras tanto, peló y picó unos ajos que puso en un mortero de buen tamaño, junto a las patatas, ya cocidas, y los fue machacando. Les añadía además el bacalao desmenuzado e iba regándolo todo, y poco a poco, con aceite crudo. Al término dijo que le había quedado un tanto espeso y lo aclaró con el agua de cocer las patatas, hasta que lo dejó todo como una especie de puré denso. Por último roció el plato con los huevos y lo comimos. Cerramos la pitanza con otro melón, tan bueno o mejor que el anterior, y dijo Luis:
- Siento de verdad no haber probado esa olla podrida que me has nombrado, que como sabes es comida de clérigos, rectores de colegios y bodas labradorescas, y a la que yo no hubiese dicho: “absit”, como dijera el médico, con su varita de ballena en la mano, a nuestro buen Sancho. Quisiera entonces que me dieras la receta de tan sabroso guiso o que me invitaras a disfrutar otra vez de tu enorme hospitalidad y entonces lo probaría. Pero quiero decirte que con este plato, del que según creo recordar habla José Luis Sampedro en “El río que nos lleva”, hemos comido suculentamente .
Agradeció el anfitrión los cumplidos, le invitó a que regresáramos cuando quisiera y nos dispusimos a marchar antes de que se nos hiciera tarde. Al despedirse, Luis le dijo:
- Yo, que aunque voluntariamente, vivo itinerante, aprecio en mucho a las muy escasas gentes que tienen un sentido de la hospitalidad y son tan pródigos como tú, por lo que creo obligatorio agradecer tu generoso comportamiento para con alguien a quien no conocías e innecesario decirte la satisfacción que tu conducta me ha producido. Pero hay algo que me ha agradado infinitamente más que eso, y ha sido el ver como una persona, con tan escasos medios y tantas dificultades, ha sabido adquirir por sí sólo un saber tan grande sobre humanidades, conocimientos que enriquecen el espíritu sin ser de una utilidad práctica inmediata. En suma, que a pocos seres he conocido que, sin pasar por la universidad, y muchos aun pasando por ella, tengan una cultura tan vasta como la tuya. Va para ti mi mayor admiración. Y hasta que nos veamos.
Se despidieron con los mejores deseos de futuro y la esperanza de volverse a ver. Y cuando ya habíamos recorrido un buen trecho le dije a mi compañero:
- Mira Luis. Yo pienso que a ti te debe pasar igual que al tenor o al torero, que no creo que lleguen a ser conscientes de la inmensa emoción que producen en los testigos de sus actuaciones. Tú, que en el caso al que me refiero eres protagonista, no alcanzas a comprender el gozo que proporciona oír conversar a personas cultas, inteligentes y leídas, como tú o como Julián.
Abril 2004

Publicado en “El Periódico de Tomelloso” el d de Abril de 2004, extraordinario de Semana Santa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te escribí un comentario agradecido cuando lo publicaste pero no supe enviarlo.
Lo he vuelto a leer con más gusto que la 1ª vez, si cabe.Pintas muy bien las escenas de la vida campestre...y he saboreado,leyendo,el pisto manchego, el lomo de la orza, una buena rebanada de mélón de Tomelloso, ...Que tu texto anime a los no lectores habituales a dejarse tentar y a pasar tiempo con los libros...Yo, por ahora, cierro los ojos y me recreo" viendo coruscar las pámpanas recién bañadas y oliendo la tierra mojada", olor que , sistemáticamente, me devuelve a mi infancia, por los caminos de mi pueblo.
Hasta la próxima.

Anónimo dijo...

Perdona, no he firmado el comentario que precede a "El gozo".
Un abrazo. Angelcastro