lunes, 14 de mayo de 2012

..conquista (y III)

..conquista (y III) Ramón Serrano G. Dada la hora, dudó Alberto si entrar al Aliviadero, que por recién inaugurado no conocía aunque tenía buenas referencias, pero se decidió por el Ferrandis, y tras tomar en él unas tapas de zarajos y asadurillas, recalaron en Los Arcos, pues sabía que allí los aperitivos cerdunos eran una delicatessen. Comieron unos chorizos increíbles, una oreja con tratamiento de ilustrísima, y ferreros, una especié de albóndigas de morcilla, con queso por dentro y rebozadas de almendra. Una auténtica gollería. Como bebida, y ya que esa tarde no había que conducir, tomaron un muy buen Canforrales, quedando en volver para probar alguno de los vinos que elabora Iniesta, el magnífico jugador de futbol de Fuentealbilla. Tras un café en el Hostal Bayo, y después de un garbeo para estirar las piernas y ayudar a digerir la ingesta, recalaron en El Tablazo, y allí bajaron al salón, y en la mesa más apartada, ante sendos gin-tonics, comenzaron una trascendente charla -aunque cabe decir que esta vez Andrea apenas habló- mientras que él, percibiendo en su oyente un cierto arrobo ante sus expresiones, se explayó haciendo un estudio comparativo entre la amistad y el amor. Y aunque, con gran énfasis empezó dando un trato de privilegio a aquella, entre otros motivos, por no exigir tanta correspondencia mutua, fue, poquito a poco, dando al cariño valías y justiprecios muy dignos de consideración. En esas, y tras contestar además a las interrogantes que ella le plantease sobre la incomunicación, la enfermedad, la vejez, y algunas otras, llegó la hora de la cena, que consistió, únicamente, en un café con leche, un poco de alajú y una copita de resolí. Tras ella, Alberto propuso quedarse otro rato platicando, pero hubo de conformarse con un amistoso beso y unas cautivadoras, aunque no deseadas: -Buenas noches. Al siguiente día, bien aconsejados por Javier, se fueron a ver “La Ciudad Encantada”, un lugar “mágico”, con unas formaciones rocosas de origen calcáreo que en miles de años, y por la erosión del agua, la nieve y el viento, han tomado figuras raras y caprichosas, algunas con cierto parecido a animales, y que las gentes ya las tiene bautizadas. Así se pueden ver: la foca, la tortuga, el elefante, el perro o el oso, y otras con apariencia humana, como la cara del hombre o los amantes de Teruel. Un lugar muy digno de visitarse, al que hoy sólo se le da un intenso uso turístico, pero que antiguamente los pastores utilizaban esos para guarecer a sus rebaños. De allí marcharon a ver “Los Callejones”, un paraje próximo, del estilo del que acababan de ver, aunque mucho más pequeño, pero tan bonito, o más, al criterio de muchos visitantes. Y cabe añadir como anécdota que, en el agradable y corto viaje, se les cruzaron varias piezas de caza mayor. Al regreso, les dieron las dos cuando llegaban al pueblo de Las Majadas, por lo que allí, y tras tomar como aperitivo una ración de gamo en Casa Tote, se fueron a comer a “Los callejones”, donde los dueños, Antonio y Fernando, campechanos y amables como ellos solos, les sirvieron codillo de cerdo a Andrea y a Alberto un ciervo en salsa delicioso. De vino, una botellita de La Estacada, de muy buen sabor, aunque ella sólo se sirvió una copa por aquello de tener que conducir. Decidieron pasar la tarde tratando de capturar alguna trucha en el lago de pesca intensiva que hay junto al hotel. Con la ayuda inefable de Alfonso, co-dueño del hotel y hermano de Javier, eligieron la modalidad de sin muerte, desecharon la modalidad de cola de rata por considerarla más apta para los muy aficionados, eligiendo la de buldó. Sólo consiguieron sacar dos truchas, pero pasaron unas horas muy entretenidas y agradables. Al finalizar, volvió cada uno a su habitación y bajaron luego para hacer la que sería su última cena excursionista, ya que al día siguiente tenían programado regresar a Madrid. El menú, una sopa de cebolla excelente y una sorprendente trucha en salsa denominada “El Tablazo”. Al término del condumio huyeron del jaleo de la cafetería y buscaron acomodo de nuevo abajo, en la tranquilidad del salón. Tras pedir café y champán -supuestamente había que celebrar el éxito y la belleza del viaje- Andrea, como distraídamente, retomó el tema del aislamiento anímico y de sus múltiples y crueles consecuencias, y sobre ello, y con un sentido estudio común sobre la forma de vencerla felizmente, se les fue la velada. Ya se había recogido casi todo el personal y los demás clientes del hotel, y entonces, nuestro hombre preguntó: -Oye, Andrea, en ese móvil tan moderno que tienes ¿se puede oír música? Es que pienso que esta noche podríamos pasar una velada, digamos, ¿romántica? Me gustaría enormemente bailar, tomar otra copa, mirarte a los ojos y... soñar. -Pues claro que se puede, y he de decirte que me apetece igualmente lo mismo. Pero aquí no. Subamos a una de nuestras habitaciones. Así lo hicieron, y el baile les llevó a un acercamiento sensual, a un roce no evitado de mejillas y a frases muy deseadas, más susurradas que dichas, quizás porque salían de lo profundo. Más tarde, cuando llevaban un largo rato en tan voluptuosa tarea, le dijo Alberto en voz muy queda: -Aunque pueda sonarte extraño, creo que comprenderás que me atreva a pedirte que te quedes conmigo esta noche. -¿Significa eso que ahora soy algo más que tu amiga? -Nada hay más cierto bajo la luz del sol. En ese momento, Andrea sintió en sus adentros que un angelote colocaba una victoriosa rama de laurel en su entusiasmado corazón. Y una sugestiva sonrisa ovante se dibujó en sus labios. Mayo de 2012 Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 11 de mayo de 2012