jueves, 27 de enero de 2011

El precio

El precio
Ramón Serrano G.

Para I.G.S, digna heredera.


“Nada es barato, ni caro/ todo es igual en la vida/Las cosas valen tan sólo/ lo que cuesta conseguirlas”
Francisco Villaespesa.

Se sabe, por estar así definido desde antaño, que precio es lo que cuesta algo, o lo que hay que pagar por ello. Pero eso, así de escueto, es lo que intrínsecamente dice el diccionario de este término. Sin embargo, si lo analizamos desde un punto de vista circunstancial, sabemos muy bien que el coste, el monto que hemos de dar para conseguir algunas cosas dista mucho de ser simplemente la entrega de un algo a cambio de otro algo. Porque por igual es sabido que fácil es tasar las cosas y los menesteres más básicos, pero no lo es tanto hacerlo con aquellas otras intangibles y/o emocionales que atañen al espíritu.
¿Cuál sería entonces el precio de una determinada cosa? Dependerá muy mucho de las circunstancias en las que ha de desarrollarse su consecución, del valor, no ya el real, sino el que pueda tener puntualmente para quien la pretende, y del interés subjetivo que se tenga en conseguirla. Por tratar de explicarlo llanamente pondré un ejemplo. Imaginemos que aparece en Tomillares el manuscrito de una novela de don Francisco García Pavón, y que quien lo tiene estaría dispuesto a venderlo. En primer lugar, es obvio que tendría muchas más dificultades en conseguirlo, que le acarrearía un costo mayor (reconocimiento del ejemplar, negociaciones, avances y retroceso de las mismas, etc.) a un ciudadano de Tafalla que fuese gran admirador del genial manchego, que al Ayuntamiento de esa ciudad o, simplemente, a algún vecino de ella, por la proximidad, etc..
Tampoco sería igual lo que supondría su obtención para ese paisano del autor que, al ser poco amante de la lectura no llegue a apreciar en demasía el “códice”, y que sí, que no le importaría tenerlo por aquello de la rareza, pero que no muestra interés alguna en adquirirlo. Lo que no le ocurriría a aquel otro que tuvo la suerte de ser alumno, e incluso amigo de don Francisco, fortuna inmensa que disfrutó quien esto escribe.
Por último, y sabiendo que Pavón solía citar a paisanos suyos en sus novelas unos con sus propios nombres y otros con pseudónimos o apodos (recordemos a Manolo Perona, o al “Faraón”), planteémonos la cuestión de que haya dos individuos verdaderamente interesados en la adquisición del escrito y que uno de ellos sea descendiente de alguno de esos protagonistas. Como es lógico y natural, este último pretendiente pondrá mucho mayor empeño en hacerse con él y así tener reflejadas, de puño y letra del autor, ciertas andanzas de su progenitor. Creo haber explicado que no todo tiene siempre el mismo valor para todos.
Pero no hay por qué fantasear con ejemplos ficticios. Traigamos a la palestra varias actitudes que se dan corrientemente, con las que podemos profundizar en lo verídico de lo expuesto hasta aquí. Hay quien hace lo imposible, se gasta lo que tiene y lo que no, se sacrifica, medra, sufre, ahorra y todo lo que queramos añadir, para obtener un cargo, ver un partido de fútbol o adquirir un cuadro. Y no quiero valorar, ni por supuesto comparar, la acción de cada uno de estos individuos, que allá cada quien con sus aspiraciones siempre que sean honestas. Pero es sabido que hay quien se sacrifica, las pasa moradas y se esfuerza hasta lo impensable por algo que otros no cogerían ni regalándoselo.
Y no es que unos estén locos, o sean lelos, y los otros no. Es que los gustos y las valoraciones que le damos a las cosas varían enormemente de X a Y. ¡Cuántos se mueren, pobrecillos, sin haber leído un libro! O que les da igual comer acelgas que solomillo. O que les importa un bledo que la prenda que se compran lleve bien visible una determinada marca. O que se arrastran, compran voluntades o mienten prometiendo lo imposible para llegar a ser presidente de la Hermandad de los Amigos Sidéreos. Y, por último, una postura que suele darse con frecuencia, y que es la de aquellos que desprecian algo sin saber lo que es y lo que conlleva conseguirlo. Muchos ignoran lo que cuesta sacar unas oposiciones, subir un ocho mil o la delectación de escuchar a una buena sinfónica en directo. Y “disimulan” su desconocimiento diciendo que eso no les interesa o no les agrada.
Pero es que viene a ocurrir también con las cosas que tienen un valor contrastado. Unos pagan lo que les pidan por conseguir un chalé en determinada playa y no les interesa un ápice conseguir un stradivarius. Pasan sin detenerse ante la representación de El avaro y se tiran las horas muertas delante del televisor. Se prestan a hacer idioteces supinas por flirtear con una famosa y que todo el mundo lo sepa, y no se fijan en la vecina del tercero que es una mujer valiosa. “Hay gente pa tó”, ya se sabe.
Convengamos en que hay cosas que no tienen precio, otras que exigen pagar mucho por conseguirlas, y las hay que tienen un valor inferior al que se les atribuye. ¿Qué vale, entonces, una determinada cosa? ¿Cuánto deberíamos afanarnos, en justicia, por lograrla? Para unos mucho, pero poco, o nada, para otros. Así, recuerdo al lector, y para ello recurro de nuevo a mi admiradísimo Antonio Machado, cuando dijo aquello de: “Todo necio confunde valor y precio”.

Enero de 2011

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 28 de enero de 2011