jueves, 14 de agosto de 2014

El tiempo

“El tiempo de vivir es, para todo, breve e irreparable”.- Virgilio En mayo del año 2000 -¡qué barbaridad, cómo pasa el tiempo- publicaba yo en estas mismas páginas un artículo sobre lo beneficioso que es saber ganar el tiempo, y me refería a las diversas maneras de aludir a él: hogaño, prognosis, ínterin, otrora, anteriori, posteriori. ¡Cuántos y qué bellos significados! ¡Cuántas y qué bellas etimologías! Y de adjetivos que le sean aplicables, no digamos. Reconocíamos que el tiempo es, entre otras muchas cosas: eterno, inexorable, incomprable, provechoso, inalcanzable, inaprehensible, fugaz, despreciativo, huidizo, y caro, muy caro. Y hoy, más de catorce años después, estudiando el tiempo (pero quede claro que no el estado de la atmósfera en relación con la temperatura, el viento o la humedad, etc.), diré que siendo una de esas cosas que pueden expresarse de un modo cuantitativo, puede que sea de los pocos -yo diría que él único-, que admite calificativos verdaderamente antagónicos según sea enjuiciado por una u otra persona. La luz, la velocidad, la longitud o el peso, incluso el espacio, pueden ser considerados por seres distintos de una manera diferente: tenue o cegadora, lenta o rápida, pequeña o extensa, liviano o pesado. La claridad de un destello, andar cinco kilómetros en una hora, los metros de una casa, o transportar una maleta de diez kilos, siendo igual para todos, se verán considerados de una muy diferente manera por unos u otros individuos, independientemente, repito, de la eseidad de cada uno de ellos. Pero es el tiempo, o sea, la magnitud en la que se desarrollan los distintos estados de una misma cosa, u ocurren la existencia de cosas diferentes en un mismo lugar, es el tiempo, digo, el que puede parecer, siendo el mismo, inmensamente diferente, siendo, por ejemplo, breve para uno, e interminable para otro. Y lo que es casi increíble: ser efímero unas veces e interminable en otras para la misma persona. Todo irá en función de cómo nos hallemos. Ya se sabe aquello de que un minuto dura más o menos según a qué lado estemos de la puerta del cuarto de baño. Y dada su característica manera de ser, sobre el tema concepto que hoy nos ocupa, y debido a mil y un motivos, han escrito una gran cantidad de autores célebres, muchos aforismos realmente juiciosos y muy merecedores de reflexión. Citaré algunos en la seguridad de que su lectura les hará pensar. Decía Goethe que el día es excesivamente largo para quien no lo sabe valorar y utilizar. Berlioz, que el tiempo es el mejor maestro; lástima que mate a todos sus alumnos. Mahoma, que no debemos pasar el tiempo soñando con el pasado o con el porvenir, sino que hay que estar listos para vivir el momento. Un proverbio oriental afirma que por mucho que disparemos contra el gallo no por eso dejará de amanecer. Y expondré, finalmente, dos de Shakespeare, a cual más profundo. El primero, una sentencia: tan a destiempo llega el que va excesivamente deprisa, como el que se retrasa en demasía. El segundo, un minucioso detalle de su esencia: es lento para el que espera; rápido para los que temen; largo para los que sufren; muy corto para los que gozan; y una eternidad para quienes aman. Aunque, si nos fijamos, el tiempo es una extraña sustancia que siempre es igual. Constantemente. Desde el inicio de los tiempos. De día o de noche, en verano o en invierno. Una hora siempre ha durado, dura, y durará, tres mil seiscientos segundos. Pero, pese a esa exactitud en su desarrollo, todos podemos dar fe, porque todos lo hemos comprobado, que a veces pasa muy lento, y a veces vuela. Recordemos la impaciencia del quinceañero por llegar a la juventud, y la desesperación del anciano viendo cómo se le escapan los días. Para aquellos el tiempo camina sobre una tortuga. Estos tienen la certeza de que no hay caballo, ni viento, que corra como el tiempo. Permítaseme aquí una, muy libre, comparación de esta distinta valoración del tiempo con el dinero. A quien le sobra, no le importa dilapidarlo en la errónea creencia de que siempre tendrá lo suficiente. A quien apenas si lo conoce, cree que todo le será inalcanzable, fuera, muy fuera de sus escasas posibilidades. Pero aprehendamos el tiempo, para reconocer que somos nosotros los que lo tomamos de distinta manera, llevados a ello por nuestras circunstancias y en la certidumbre de que no podemos sustraernos a él. Y que hemos de aceptarlo así. Que siempre será así. Que, afortunadamente, ha de ser así. Será cuestión, entonces, de que sepamos acomodarnos a la fase de la vida en la que nos hallemos y dediquemos todo nuestro saber a aprovecharlo convenientemente en nuestro beneficio y en el de los demás. Y pensemos que una muy buena definición del tiempo, o estaría mejor dicho, que podríamos hacer un buen parangón de él con el viento. Porque no lo podemos atrapar. Porque sea cual sea la intensidad con la que sople, esta le parecerá a unos brisa y a otros vendaval. Porque siempre se moverá a su albedrío y no a nuestro acomodamiento. Porque tendremos que obrar con el actual, ya que nunca podremos ahorrarlo para otra ocasión, ni pedir un anticipo del que haya de venir en el futuro. Por último recordar que es un craso error no saber que el tiempo se parece también al viento en otras dos cosas: arrastra lo liviano y mantiene lo que pesa. Ramón Serrano G. Agosto de 2014