viernes, 7 de marzo de 2008

El camarero

El camarero
Ramón Serrano G.

Escuché cómo se alzaba, pero seguí con los ojos cerrados haciéndome el dormido.
-Venga Luca, me dijo, que hace rato que el sol se puso en marcha.
-Pero Luis, le contesté casi entre sueños. ¡Que las mañanas de abril son muy dulces de dormir! Espera un rato
Madrugador por hábito, no me hizo caso, por lo que tuve yo que hacérselo a él, y tras las obligadas abluciones, se vistió, desayunamos y salimos a la calle. Dimos un buen paseo hasta que, a eso de media mañana, acabamos, como casi siempre, en el atrio de la iglesia donde nos sentamos en un banco a descansar, agradecidos al sol primaveral. Al poco se nos acercó nuestro amigo Anselmo, “el Crudo”. Nos saludamos con el afecto correspondiente y se sentó a charlar con mi amigo, mientras que yo, echado a sus pies, escuchaba atento.
Pronto derivó el palique hacia el comportamiento humano, y Luís, para mejor conocer la forma de pensar de su tertuliano, empezó a hacer de abogado del diablo. “Hoy, por todas partes, la mayoría de la gente es mala, sin formas, sin educación, y hasta sin entrañas”, poniendo un exagerado énfasis en sus fingidos ataques. Anselmo, como buen discutidor que era, entró al trapo y se esforzaba en defender la actitud de las personas, culpando a las circunstancias de lo incorrecto que pudiesen hacer aquellas. “No estoy de acuerdo, le replicaba. Sí, puede ser que haya mayor porcentaje que antiguamente de personas sin muchos escrúpulos o que se desentiendan del bien común. Pero sigue habiendo almas nobles. Y muchas. Lo que pasa es que la mayoría se dedican a cosas, al parecer intrascendentes, pero que son de una gran importancia para el bienestar de los demás. Es el hacer el bien todos los días lo que acabará consiguiendo la felicidad de las gentes. Esa puede que sea la gota de agua que acabe perforando la protervidad humana “.”¿Sabes qué te digo “Crudo”?: que defiendes a la raza humana tan bien como Hipérides defendió a Friné”
Y en eso, y en algo más estaban, cuando cruzó un hombre que les saludó sonriente. De estatura media, sin duda había sobrepasado los cincuenta, por lo que le empezaba a escasear el pelo y usaba lentes. Con diligente paso se dirigió al casino de San Fernando y penetró en él. Entonces Anselmo, tras devolverle la salutación de manera afectuosa, se volvió hacia mi amigo y retomó la palabra para decir:
-Mira, hablando de si hay, o no, personas buenas. Ahí acaba de pasar uno de esos que a lo largo de toda su vida se ha comportado siempre, pero lo que se dice siempre, de un modo fenomenal.
-No será su proceder tan correcto, cuando a estas horas ya se viene al casino. Aun cuando le sobre el dinero, algún trabajo tendrá que realizar, y debería estarse en él, en lugar de allegarse tan temprano a esta sociedad.
-Bien se nota que no lo conoces. Seguro que lleva levantado desde muy temprano, y en su casa ha estado con la lectura o el estudio hasta ahora mismo. Además de otras cosas, a sus años ha aprendido inglés por el periódico. Lo que viene es a trabajar. Es uno de los camareros de la cafetería del casino. ¿Ves a la hora que llega? Nada más abrir. Pues ya no se marcha hasta que cierren, a la una o las dos de la noche. Cuando se ve muy cansado, se sienta a charlar con algún cliente, o a leer, mejor dicho a releer a Ortega, que ni los mejores estudiosos del filósofo le habrán dedicado tantas horas y sabrán tanto de él, como nuestro hombre. Pero con quien más le gusta conversar es con su gran amigo García Pavón. Amistó primero con su hermano, Isaac, que es de su misma edad, y dos años más joven que Francisco, pero cuando aquél se fue a América, intimó más con este. Se conocen desde chiquillos y cuando nuestro escritor viene por Tomillares, se acerca por aquí a menudo, los dos se van a una de las mesas del fondo y allí se lían de entrañable cháchara mientras pueden.
-Pero ¿es que es suya la cafetería?
-No, qué va. Es un empleado, pero trabajador a ultranza, echa aquí horas y horas, y cuida del negocio mejor que los dueños. Ya te digo, está pendiente siempre de si alguien necesita algo, y atiende a la clientela con una corrección y una amabilidad inusuales. Te pregunta si está bien el servicio que te ha puesto o se interesa por tu negocio o tu familia. Ya te digo, algo poco común. Y no es que lo afirme yo. Si quieres preguntamos a los socios, o a cualquiera que pase por la calle y le conozca, aunque creo que le conoce todo el pueblo, y ni uno solo te dirá de él tanto así de malo o de incorrecto.
-¿Y tú cómo sabes tanto de esa persona?
-Porque le conozco desde la escuela. Cuando yo llegué, ya estaban en ella él y los hermanos García Pavón, que son mayores que yo. Te podría contar un montón de cosas suyas. No era mal estudiante, pero la guerra civil le obligó a abandonar los estudios, y cuando acabó aquella, se tuvo que poner a trabajar. Primero en casa de un tío suyo, y desde allí se vino aquí en el año 54. Y aquí estará hasta que se jubile, estoy seguro. Siempre nos hemos llevado muy bien. Bueno, él se lleva bien con todo el mundo, sea de la condición que sea. Igual, con la misma fineza trata a Don Isidoro, el abogado, el dueño de los cines, como al que tiene una fábrica de alcoholes, al tendero o al de las viñas. Un ejemplo. Tú habrás oído hablar de D, Francisco Martínez Ramírez, el Obrero. Fue quien trajo el tren, fundó un periódico, fue gobernador civil de Huesca y estuvo nominado para ministro. Pues eran muy amigos. Tanto, que en sus últimos años, ese señor quedó en la indigencia, y este lo invitaba a café todas las noches.
En esto salió nuestro hombre a la puerta, ya que debido a la hora aún no había clientes. Lucía una impoluta chaquetilla blanca, el obligado pantalón negro y zapatos relucientes. Entonces Anselmo lo llamó, y él, presto y sonriente, se acercó hasta nosotros. Y dijo “el Crudo”: “Como sois buena gente, os quiero presentar. Mira, estos son mis amigos Luis, y su perra Luca. Y este, un gran hombre como te vengo contando. Se llama Manuel Perona Ortiz”.

Marzo de 2008

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 7 de marzo de 2008