martes, 29 de enero de 2008

El escriba

El escriba
Ramón Serrano G.

Si alguna vez el hombre fue tratado benévolamente ocurrió cuando de él se dijo que era el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y hablo de indulgencia porque quien afirmó eso, una de tres: o se olvidó de añadir al dos la palabra millones; o ignoraba cómo es el comportamiento humano; o no sabía contar. Que los hombres seguimos repitiéndonos, y lo que es peor aún, cometiendo los mismos errores, día a día, jornada tras jornada. Y si así estamos desde la configuración del cosmos, mucho me temo que seguiremos haciéndolo hasta la consumación de los siglos.
“¡Ojalá dispusiera de frases no conocidas, de expresiones originales, supiese utilizar un nuevo lenguaje no usado antes, libre de repeticiones, sin palabras rancias ya desgastadas por los antepasados!” Y no creas, querido lector, que esto apareció ayer en algún texto de internet o en alguna publicación periodística reciente. No. Ese deseo, inundado de hastío, saturado de ansia de innovación, pertenece a Khakheperresenb, un escriba egipcio que vivió hace, aproximadamente, unos cuarenta siglos.
Ya entonces, cuando el promedio de vida no alcanzaba los cuarenta años; cuando la mayor parte de la población vivía en chozas agrupadas en número no superior a la docena; cuando casi el noventa y nueve por ciento de los seres morían sin conocer otros lugares que aquellos en los que habían nacido; cuando tan sólo uno o dos, entre mil, sabían leer y escribir, ya entonces, digo, hubo alguien como ese buen escriba que se dio cuenta de que el hombre no se ocupa, y mucho menos se preocupa por innovarse, por descubrir algo nuevo, aun siendo para su propio beneficio y utilidad. Dicen los que de ello entienden, que el ser humano apenas utiliza un tercio de los músculos que tiene, y que del cerebro empleamos únicamente un diez por ciento de su capacidad.
Si esto es así, y mucho me temo que es así, estamos viendo como uno de los grandes males que afligen, y han afligido desde siempre, a la especie humana es el del conformismo, el de la rutina, el del arate cavate. Es, y ha sido siempre para nuestra vergüenza, el triunfo de la indolencia frente al deseo de superación. El aborregamiento triunfando sobre la inquietud. Un poco aquello de: “que inventen ellos”, desatinada frase que, frente al racionalismo europeo, dijera un extraordinario pensador vasco de la generación del 98.
Son verdaderamente dignas de admiración aquellas personas que se proponen, en determinados momentos de su existencia, alcanzar altas cotas, sean de la índole que sean. Pero aun lo son más, quienes después de haberlas conseguido, continúan bregando sin cansancio en pro de la consecución de nuevas metas, si quieren no trascendentes, pero sí mejoradoras del discurrir de la vida humana. Nadie piense que estoy haciendo apología de los inventores, pero sí convendría evocar lo que supuso la aparición de la rueda, o de la fregona, o del bolígrafo. Es, o intento que sea, clara mi intención de expresar que debemos todos tratar de aportar algo en pro de una vida no sólo más cómoda, que también, sino más humana.
Porque sabiendo que ya todo está dicho, soy convencido de que aún está todo por decir. Que para el hombre resta todavía un océano de lágrimas con las que llorar a quienes se nos fueron dejándonos su lección y su ejemplo de buen vivir y mejor hacer. Que para los humanos hay inmensas cordilleras, montañas de modos y maneras de conseguir la paz y enterrar, en lo más profundo de sus moles de granito, la despiadada, la cruenta, y parece que permanente, guerra. Que para el mozo existe un firmamento en el que tienen cabida miles, millones de galaxias, y que se halla repleto de palabras nunca pronunciadas, con las que susurrar a la moza a la que adora, esa original frase que nunca nadie dijo a nadie: “Te quiero”.
Lo que viene a ocurrir es que son pocos los que saben decir esas cosas novedosas y trascendentes, mientras que muchos no hacemos más que repetirnos y papagayear insistentemente. Natura no nos quiso dotar como a aquella zagala campoamoriana que no había asistido a la escuela pero tenía su cabeza llena de ideas y conceptos, y que lamentando su analfabetismo, le espetó al mojigato cura: ”...¡Qué hombre de hielo! ¡Quién supiera escribir!.
Mayo 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 6 de mayo de 2005

No hay comentarios: