jueves, 3 de noviembre de 2016

El tiempo

El tiempo, y aclaro que me estoy refiriendo al de las horas y no al climatológico, el tiempo digo, es la duración de las cosas sujetas a mudanza según lo define el Diccionario de la Real Academia Española, y cabe anticipar que tiene una gran dificultad comentarlo o explicarlo convenientemente. Ya, el mismo Agustín de Hipona, decía que sabía pensarlo para él, pero no hacerlo a los demás. En verdad, pocas cosas poseen tantas propiedades, tantas actividades, ni tantas alusiones y tan diversas. Porque siendo de una regularidad insuperable, no mantiene, en absoluto, un desarrollo ni un obrar constante para los hombres, y su influencia en estos es completamente distinta sobre unos u otros, y no por su naturaleza, sino por la eseidad de cada individuo y las circunstancias que en él concurran en cada momento determinado. Refiriéndome en primer lugar a su ritmo, a su paso, que es invariable como pocas cosas en este mundo, diré que nos parece que cambia constantemente, y no ya para una, sino para muchas personas, según sea las circunstancias en que estas se hallen. Se eterniza la llegada del tren, o el final de un trago amargo, o la consecución de algo agradable. Por el contrario, se le pasan volando las horas a quien está leyendo un buen libro, charlando con unos buenos amigos y sobre todo a quien está en la compañía de la persona amada. Nos parece que no va a llegar nunca la consecución de un puesto de trabajo y hablamos de los últimos sesenta años como si hubiesen transcurrido en un instante, y esa, en realidad, ha sido su duración. Sobre ello, ya se sabe, se ha escrito muchísimo: “Es lento para los que esperan; rápido para los que temen; largo para los que se lamentan y corto para los que están de fiesta. Pero para los que aman, el tiempo es eterno”, afirmaba W. Shakespeare. O ese otro dicho que recuerda que siendo un gran maestro, acaba siempre matando a sus discípulos. O aquel pensamiento de Horacio que dice: “ El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y acaba por encubrir y esconder lo que ahora brilla con el más grande esplendor”. Todos sabemos que hay veces que tarda una eternidad en discurrir, mientras que otras vuela, aunque él, en su naturaleza, es fijo, exacto, constante, incluso monótono, y que nos lleva de modo impenitente hasta el futuro. El futuro, que no es sino aquello que todos alcanzamos a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga cada uno lo que haga y sea quien sea. Porque, repito, no es el tiempo quien cambia de velocidad, sino que somos nosotros quienes, más o menos arbitrariamente por nuestro estado de ánimo, nuestra forma de ser u otras circunstancias concretas, lo advertimos y soportamos de diferentes maneras su lento pero fijo caminar, sin que podamos, de manera alguna, retrasarlo, acelerarlo o detenerlo. Ya se sabe aquello de que aunque se dispare contra el gallo, no por eso dejará de amanecer. Y, por supuesto, somos más sabedores de su esencia los que ya llevamos muchos años conociéndolo. Eso nos hace conocer sus muchas cualidades y beneficios, y así podemos decir de él que cura una gran cantidad de problemas, rencillas o enemistades, ya que con su devenir todo se olvida a veces y se soluciona otras. Dice un proverbio chino: “Siéntate pacientemente junto al río y verás pasar flotando el cadáver de tu enemigo”, que es muy similar a aquél otro español que aconseja: “Paciencia y barajar”. Con su transcurrir se piensa mejor y con tranquilidad se suelen encontrar soluciones que parecían inexistentes, pues sabido es que las prisas son malas consejeras. Luego, y en un alarde de condescendencia, el tiempo nos permite que lo dejemos pasar o que lo perdamos. Lo primero, el pasar, no suele tener la trascendencia de lo otro y, desde mi punto de vista, tampoco se suele hacer con fines poco agradables. Lo dejamos transcurrir en espera de sucesos más importantes, o tomándolo como solaz o entretenimiento. Y permítaseme aquí decir una conocida frase: mejor es perder el tiempo con los amigos, que perder los amigos con el tiempo. Lo que es realmente terrible es perder el tiempo. Por mil razones que, de sobre conocidas por todos, no hace falta explicar. Y sin embargo es tarea que haces, hace, hacemos, una gran cantidad de seres humanos: la procrastinación, o sea, dejar de hacer lo importante y beneficioso, o postergarlo. Ociar, y le estoy dando un tono peyorativo a este término, sin tino ni tasa. Hacer lo contrario de lo que sería conveniente. No darle un palo al agua. Sólo como ejemplo, recordaremos al estudiante que no da golpe, al obrero que poda menos cepas de las que podría, o al que se escaquea para eludir una tarea y endilgársela al compañero. Hay muchas conductas humanas que perjudican al hombre en todos los sentidos y no podría decir si esta de perder el tiempo será la más perjudicial de todas, pero desde luego creo que está entra las tres primeras. Vaya mi aplauso para aquellos que saben aprovechar el tiempo, y que si pierden una hora por la mañana están buscándola el resto del día. Ramón Serrano G. Noviembre 2016