jueves, 17 de julio de 2014

...y mañana(yIII)

Rafael, le contestó Teresa, como te conozco desde hace mucho, no me puede extrañar en ti esta generosidad que estás demostrando. Te he pedido tres cosas: que vivamos en mi casa con mi madre, que me ayudes en la administración de mis tierras y anticipar la consumación matrimonial antes del paso por la vicaría. Me has concedido de inmediato la primera y la segunda, y en cuanto a la tercera, sé con seguridad, que no me la has denegado por capricho, sino que haciéndolo, piensas que, en el fondo, me satisfaces más de esta manera que si consintieras en ello. -Sabes, continuó, y lo sabes plenamente, que voy a ser muy feliz contigo al igual que yo lo sé y lamento que nuestra unión no se realizara en su día. Pero dejemos eso, porque agua pasada no mueve molino. Y ya que una de las cosas que he de hacer como mujer para conseguir esa felicidad es obedecer al esposo, o como Pablo dice a Tito en su carta, saber que existen unas prioridades por las que la mujer debe aprender a amar a su marido, y a ser prudentes, castas y cuidadoras de su casa, o cuando el mismo Pablo escribe a los efesios para recordarles que la mujer, entre otras obligaciones, debe someterse al marido. Por todo ello, yo lo haré así, y con agrado, y estaré encantada de acatar tu voluntad. -Veo que estás muy impuesta en saber cuáles son tus deberes, intervino él. Pues te digo, que yo también creo saber algo de los míos ya que en esa segunda epístola a la que has hecho alusión, se dice que el esposo debe amar a la esposa como a su propio cuerpo. Y por otra parte, también quiero que sepas que, como sigas tratándome así, no es que te voy a querer, es que te voy a idolatrar, aunque te juro que ya llevo tiempo haciéndolo. Ahora hablaremos de fechas y pretensiones, pero déjame decirte antes que cuando te expliqué lo de mi intención de proponerte el matrimonio no te comenté que me costó mucho tomar una decisión. Pensé en muchas, quizás en demasiadas cosas. Que si nunca segundas partes fueron buenas; que si el amor tiene su tiempo, y retomarlo fuera de él pensando que las cosas van a ser como pudieron ser en otra época porque hay solución de continuidad suele ser un error; que lo que sucedió tiene su tiempo y está enmarcado en él; que tomar un lienzo y llevarlo a otro marco hace un producto diferente. Y que suele suceder muy a menudo que una cosa es lo que se sueña, y otra muy distinta la nueva realidad. -Pero por otra parte me dije: ¡qué narices!, ¿por qué no tiene uno derecho a continuar un libro que dejó a medio escribir? Ocurre frecuentemente que cuando se retoma la escritura, la persona tiene más experiencia y puede narrar mejor y decir cosas más bellas que cuando lo inició. Y en esa lucha de ideas estuve un tiempo hasta que tomé la decisión que ya conoces y de la que tan contento me hallo. -Y ahora parece ser que nos está ocurriendo lo mismo que a aquel masoquista que le dijo a un sádico: -Pégame. Y este, con cara de mala uva, le contestó: -No quiero. Bien, pues en esta rara situación en la que nos hallamos, voy a decirte, y con ello termino, que puesto que parece ser que estamos de acuerdo en todo, pienso que no deberíamos posponer demasiado la boda. Es más, creo que deberíamos celebrarla a más tardar en un par de semanas, pero su fecha exacta, lugar, organización, y demás eventos, los dejo por completo en tus manos, recordándote que en ello debes obedecerme como muy bien dictan los libros que antes citabas. -Así lo haré mi señor, bromeó Teresa, y puedo decir que nada me complacerá más. Como suponía que me encargarías de ello, ya había pensado que podríamos celebrar la boda en cuanto haga sitio en la casa para tus cosas y las traslades. El lugar será la ermita a la que tenemos tanto cariño. Los asistentes, tu cuñado y algún amigo, y por mi parte, mi madre, la mujer que la atiende, mis primas y los vecinos de al lado. Poca gente, como bien sabes, que nos podemos acomodar en cualquier restaurante que elijamos. Y el viaje pienso que debemos dejarlo para este verano cuando cojas las vacaciones. ¿Qué te parece? -Pues me parece perfecto, como todo lo que tú haces. Pero ahora me toca a mí el turno, y me ha venido a la cabeza algo que quiero exponerte. Como mañana es viernes, pasado no tengo que madrugar, aunque esto lo hago tenga que ir a clase o no. Bien, sabrás que quiero regalarte tres cosas. -Muy generoso de nuevo. -Menos de lo que te mereces. El primer obsequio es que creo que un acto tan importante y trascendente como este acuerdo mutuo y definitivo que acabamos de tener, posiblemente el que más hasta la celebración de la boda, hemos de celebrarlo, y quiero hacerlo, no con boato, pero sí con el mayor realce que me sea posible. Iremos a cenar al pueblo de al lado a un sitio que conozco, tranquilo, apacible, y será una cena íntima, entrañable, con muchos proyectos, alguna caricia semi-robada, y todas las ilusiones del mundo debidamente regadas con champán. Piensa también que será la primera vez que cenaremos juntos. ¡Qué ilusionante! -Lo estás presentando muy bien. -Pues aún queda lo mejor y, por supuesto, lo de más importancia. Al regreso pasaremos por mi casa y te entregaré el regalo de boda. Te lo podría llevar al restaurante y dártelo allí, pero prefiero hacerlo a solas para poder demostrarte en el momento de la entrega lo que significas para mí. -Hasta ahora perfecto, pero ya me tienes en ascuas, y es más, me da casi miedo pensar en qué consistirá el tercer regalo. -No Teresa, no temas nada, que temor se debe tener sólo a lo desconocido. Por otra parte, el miedo no es sino el recelo que alguien tiene a que le suceda lo contrario a lo que desea. Y ocurre que algo me ha tirado de mi caballo (también le sucedió algo así a ese Pablo antes aludido), afortunadamente he visto la luz de lo correcto y pienso tener la deliciosa satisfacción de concederte lo que me solicitas en el ruego que me has hecho y que, equivocadamente, te he negado antes. Y el hacerlo no va ser precisamente un fastidio para ti. Ni para mí. Estoy viendo ya el placer en tus ojos, como es posible que tú aprecies el gozo anticipado en los míos. Te prometo que cuando hayamos terminado el acto, los dos pensaremos que hemos estado tocando el cielo con los dedos. Ramón Serrano G. Julio 2014

...hoy (II)

Teresa no acababa de decantarse sobre la decisión a tomar. Llevaba varias semanas saliendo de manera intermitente con Rafael, hablando con él de mil y un temas, pero en su fuero interno, sabía que no debería retrasar más el darle una contestación a su propuesta. Sin embargo, no era nada fácil saber qué resolución adoptar ante y para con ese hombre que, cuando joven, fue su primer y único amor; que después la había abandonado inmotivadamente, y que ahora, inesperadamente, y más de veinte años después, repetía su asedio amoroso. Desde luego, antes de adquirir un compromiso absolutamente formal y serio (a su edad ya no valían probaturas como le anticipó en su día), él y ella tendrían que puntualizar meticulosamente cuáles eran sus intenciones, ya que Rafael sólo le había hecho una propuesta, directa sí, pero nada concisa. Estaba clarísimo que antes de tomar una solución definitiva tendría que saber sus ideas y proyectos, e incluso, si lo hubiese, algún condicionamiento. Pero todo eso vendría luego. Antes, y eso era lo que no acababa de aceptar, era entrar en “negociaciones”. Y era lo más importante. Decidióse al fin, y lo llamó para concertar una cita, aclarándole que lo tratado en esa sería resolutorio. La fijaron para el siguiente día; él la recogió con su coche y luego se fueron hasta una cafetería, La Veredilla, en las afueras del pueblo. No había más que un par de clientes. Ocuparon la última mesa de la terraza, y habló él: -Sólo con que hayas querido venir a hablar de esto, ya es para mí una satisfacción, y lo seguiría siendo aunque tu postura fuese negativa. -Aunque fuese únicamente por educación tenía que venir, tú lo sabes. Por educación y por respeto a ti. Pero también, y principalmente, he venido por mí. Me he planteado esta situación que tú, mi querido Rafael, has venido a ofertarme. Te aseguro que lo he hecho desde muchos prismas, y, al final, todos ellos me ofrecían perspectivas muy halagüeñas. Yo, una casi solterona, o quizás, no tan casi, pero virgen, eso sí, se ve pretendida de nuevo por el mismo hombre que la enamoró cuando joven, para compartir con él la segunda parte de sus vidas, sin duda alguna la parte de ella más difícil y requeridora de mayores esfuerzos. Con el hombre a quien quise y que aún sigo queriendo. A la vez, en ese compartir la vida, podré fruir con muchos gozos de los que yo, hasta el día de hoy, he sido ayuna. Y sentirme arropada, y protegida, y ayudada, en cuantos menesteres necesitare. -Tengo por seguro, prosiguió Teresa, que ello me acarreará, por otra parte, trabajos, desvelos, sacrificios, al tener que convivir con otra persona y supeditar en muchas ocasiones mis gustos y deseos a los suyos. Y que todo eso, cuando se ha vivido como he hecho yo en la más completa libertad, puede atemorizar un tanto. Pero sé, con seguridad, que esos esfuerzos me proporcionarán alegría y no desasosiego, ya que estarán realizados con el fin de conseguir el bienestar de la persona amada. -Ni en mis mejores sueños esperaba oírte decir esas palabras, dijo él. -Por favor, déjame terminar, le cortó ella. Aún no te he hablado de tres cosas que quiero pedirte antes de que tomemos la decisión de unirnos. La primera, y esta es imprescindible, es que hemos de vivir en mi casa y no en la tuya. Comprenderás que, a sus años, no debo, ni quiero, dejar sola a mi madre. Está bien, pero debe vivir acompañada. No hay ningún otro motivo. La segunda, y esta es una súplica, es que espero tu valiosa ayuda en la administración de mis fincas. Y la tercera, y esta no sé cómo catalogarla, es que me gustaría hacer el amor antes de la boda. -No, no pongas esa cara, prosiguió. Por un lado, mi educación en ese aspecto es muy distinta a la actual (ya sabes, aquello de la mitificación del sexo con la que nos traumatizaron, etc., etc.) y por otro, estoy cansada de escuchar y saber cosas sobre el acto en sí, y no quiero buscarle más trascendencias. Cosas buenas, malas y regulares, para qué te voy a cansar, si tú también las has oído demasiadas veces. Para algunas mujeres es maravilloso; para otras, ¡pse!, una forma de “distraerse”; pero para otras, según tengo oído, es un auténtico suplicio. Un trance muy desagradable. Y yo, que puedo ser así, no quiero padecer, ni privarte a ti de un placer al que tienes derecho por el matrimonio. Ahora tú me dirás. -Tus palabras, sorprendentes en parte, han tenido una claridad y una explicitud muy de agradecer, y que quisiera que también las tuviesen las mías. Me explico: nada, absolutamente nada, que objetar a las dos primeras premisas. Será muy agradable vivir con la suegra, al igual que prestarte la colaboración que pueda en la gestión de tus negocios, aunque ya supones que de agricultura sé muy poco, si es que sé de algo. En estos dos temas, por mucho que haga, siempre me parecerá poco. Además, y para evitar que tengas problemas, haremos separación de bienes, y te entregaré una concesión de divorcio para que, si no te agrada algo del matrimonio, puedas volver al celibato, al día siguiente si gustas, sin ningún problema. -En cuanto al que resta, he de decirte (ocultarlo sería una necedad) que yo me he sentido de nuevo enamorado de ti. Enamorado de verdad. Enamorado a la antigua manera, con lo cual se me abría la posibilidad de vivir mis últimos años en un estado de venturanza, que no es necesario que pormenorice, y que ya no esperaba obtener. Pero debes creerme al expresarte que me planteé nuestra unión en un estado de, digamos, desequilibrio, por el que yo me dedicaría más a conseguir tu felicidad que la mía. Mil razones me aduje para convencerme de ello, pero sobre todo que yo había estado casado y, por tanto, vivido en pareja, con toda la cantidad de vivencias de todo tipo que eso conlleva. Te repito que estoy completamente seguro de lo que quiero hacer si consigo, para mi bien, casarme contigo: buscar en todo momento, y por encima de todo, tu dicha. -Tan sólo, Teresa, quiero hacer una excepción a esa regla y, ahora, permíteme que acuda a la memoria. Recordarás que cuando fuimos novios, lo más que nos permitíamos -lo más que me permitías- era una caricia fugaz, y ya, como el súmmum, un beso casi, casi robado. A ninguno de los dos se nos pasó por el magín el acostarnos, cosa que ambos estábamos dispuestos a posponer hasta el paso por la vicaría. Permíteme pues, cariño, que hoy, con más años, conserve el mismo respeto que entonces nos teníamos. Acabamos de recordar nuestro ayer, y hemos puntualizado nuestro hoy. Concédeme que dejemos la realización de la cópula para un mañana, que parece ser que tenemos, afortunadamente, muy cerca, y, por lo que se barrunta, puede que sea muy feliz. Ramón Serrano G. Julio de 2014