viernes, 1 de febrero de 2008

El silogismo

El silogismo
Ramón Serrano G.

Creo que si hay alguna cosa en este mundo cuyo funcionamiento podamos decir que es completamente perfecto y preciso, esta cosa es, sin duda alguna, la naturaleza, que viene comportándose de manera sistemática y ejemplar desde el inicio de los tiempos. Y no venga nadie a decirme que existen algunos fallos o alteraciones en sus actos, ya que si esto es así, que lamentablemente lo es, se debe a que el hombre, el mayor depredador que nunca haya existido, ha cambiado sus normas y la ha obligado a actuar de distinta forma a la que le es, o mejor dicho le era, característica.
Sí, es el hombre, que en aras de un propio aprovechamiento, a la vez avariento y desaforado, ha ido rectificando a millares de seres, objetos y criaturas, hasta proporcionarles un desarrollo, unas formas y unas actuaciones, tanto de apariencia como de procedimiento, diferentes por completo a las que tenían en un primer momento en el que no se habían visto afectadas por ninguna acción externa que les cambiara su esencia.
Así, impelido por dos grandes motivos, ha llegado el ser humano a cometer la inmensa barbaridad de cambiar los usos, hábitos y costumbres del universo mundo y ya se han empezado a dar los primeros pasos invasores en otros espacios ajenos al nuestro. Y digo que han sido dos las razones que han llevado al ser humano a trastocarlo todo. La primera es conseguir, a su parecer, un mejor y más cómodo asentamiento sobre la faz de la tierra. Ante esto, todos ustedes me dirán que es lógico y normal que cada uno procure abastecer de las mayores comodidades el sitio en el que tiene que desarrollar su vida, dotándolo de cuantos medios estén a su alcance para hacerlo agradable y placentero en su estadía. Pero se ha de tener muy presente que una cosa es adecuar un hábitat arreglándolo para nuestro bienestar, pero manteniendo su origen y funcionamiento normal, y otra, muy distinta y censurable, sería demoler, hasta hacerla irreconocible, cualquier obra grandiosa e imposible de sustituir. Sería algo así como si, teniendo terreno de sobra, se derruyera un bello castillo o un hermoso palacio, para hacer un bloque de apartamentos basura, de esos que están trazados con tiralíneas y tienen tabiques de panderete.
Porque parece mentira que se haya podido llevar a cabo tanta atrocidad y tanto destrozo en nuestro planeta. No me voy a poner a detallarlos ya que están en el conocimiento de todos, pero bástenos recordar someramente cuánto río desviado de su cauce original, cuánto terreno robado al mar, cuánta selva talada o quemada, cuánto territorio desertizado, cuánto glaciar deshelado. Vale recordar ahora lo del célebre dicho de que una ardilla podía cruzar nuestro país, de Huelva a Gerona, sin tocar el suelo, o sea, sin bajarse de las ramas de los árboles. Cabe traer a la memoria tanto cambio climático, tanta abundancia de tifones, huracanes y tormentas en unas zonas, mientras que en otras la sequía más terrible se hace larga y duradera, casi perenne. Como nos vemos invadidos por diversas plagas debido a que la avaricia ha exterminado a sus depredadores naturales, rompiendo con ello el equilibrio ecológico. Se ha preocupado el hombre de hacer su casa aparentemente más acogedora, pero la está convirtiendo en inhabitable, y a pasos agigantados.
Pero decíamos que eran dos las razones para producir esa ingente mudanza en los hábitos de la naturaleza. Y si acabamos de esbozar la primera, diremos ahora que la otra causa ha sido el inmenso afán de enriquecimiento y un enorme deseo de tenencia de disponibilidades, complementando con ello el motivo anterior, al añadirle este. Hemos de observar, primeramente, cómo el número de seres humanos sobre la Tierra ha ido incrementándose de un modo desorbitado, -algún día tendrá que cambiar aquello de: “Creced y multiplicaos”- y simplemente para poder alimentar a los miles de millones de personas que en la actualidad poblamos el citado planeta se han tenido que incrementar en proporciones gigantescas muchos cultivos, para lo cual ha habido que hacer ¿productivas?, enormes extensiones que antes eran ¿baldías?, porque tan sólo estaban pobladas de vegetación y floresta, lo cual era inmensamente bello, útil y beneficioso para el clima y la vida natural, pero al parecer nada, o poco, rentable.
Y ya hemos apuntado cómo la avaricia ha conseguido que se ponga en práctica el famoso cuento de la gallina de los huevos de oro, para acabar de manera rápida e inconsecuente con frutos, minerales, árboles, etc. Porque cosa parecida ocurrió con cientos de especies animales a las que se les ha mutado su forma primigenia, se les ha hecho reproducirse automáticamente y en fechas predeterminadas, o se les ha esquilmado, hasta llevarlos a la desaparición, en aras de un aprovechamiento intensivo y arramblante. O a esa gran cantidad de frutos a los que se les ha privado de sus semillas, o se les ha cambiado el color y el gusto, se les ha obligado a desarrollarse sin tierra y sin sol, terminando por conseguir unos productos insípidos, desabridos y parcamente alimenticios.
Y en un mayor abundamiento en esta relación de catástrofes impensables de haber sido cometidas por seres racionales, podría recordarles el detrimento de los arrecifes de coral, el tema del agujero de ozono, el efecto invernadero, la fiebre del fuego arboricida o aquello tan increíble de la clonación de animales. Pero hacerlo, además de inútil, porque a ustedes no se les puede haber olvidado tanta majadería llevada a cabo, sería algo provocador de un revolvimiento de tripas o un enfurecimiento de mentes, y nada más lejos de mi intención. Dejémoslo estar y pensemos únicamente en el siguiente y sencillo silogismo:
Si ningún tonto tira piedras contra su tejado.
Si el hombre no es que tire piedras, sino enormes pedruscos que están destruyendo tanto las tejas como la casa que hay debajo, y hasta los cimientos.
La conclusión es, sin duda alguna, que el ser humano no es muy listo, que digamos.
Octubre 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 6 de Octubre de 2006

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