viernes, 29 de enero de 2010

La rotura

La rotura
Ramón Serrano G.

Un hombre iba un día por la calle (quizás muchos de ustedes lo sabrán) cuando se cruzó con una de esas mujeres que llaman la atención por su belleza. Alta, guapa, buen tipo. Tal vez, diez kilos de más. Eso que antes se decía una tía buena. Haciéndole los ojos chiribitas, le dijo:- Te doy cien por acostarme contigo. Ella se puso furiosa y, a voz en grito, lo puso verde: Que era un sinvergüenza, que qué se había creído, que por quién la había tomado,…Él insistió: -Te doy trescientos. Ella lo mismo: -Grosero, ineducado…Y él terco:-Bueno quinientos. Y así, impertérrito, fue subiendo la oferta al mismo tiempo que ella dulcificaba sus execraciones. Resumiendo. Cuando llegó en su proposición a los dos mil, ella le contestó:
-Está bien. Pero si es sólo una vez y no se entera nadie. Entonces el hombre, se dio la media vuelta y se alejó diciéndose a sí mismo: -Lo que se pierde uno por no tener dinero.
Hasta aquí lo que cuenta el cuento, o sea la actitud de él. Pero lo que nunca se dice es lo que ella quedó pensando sobre su propia integridad moral, y no me estoy refiriendo en si estuvo bien el regateo, o la elevación de la tarifa, sino a su autoestima. ¿Se tendría por lumia, o al no haber llegado a yacer con el extraño estimaría que seguiría intacta su honra? Está claro que la magnitud de una falta la agrava, pero quizás sea demasiado frecuente el que nos liberemos de culpa, si nuestro pecado ha sido sólo de deseo o nimio. Ya saben que el tío Evelio le dijo a su chica:- Me he “enterao” de que estás “preñá”. ¿Es cierto eso?- Y la pobre Robustianeja le contestó con cara de lástima: - Sí papa. Pero “mu” poco.
Lo cierto es que, bromas aparte, lo referido en estas dos anécdotas relacionadas con la sexualidad podría hacerse extensible a mil casos más. Pensemos en el jornalero que trabajando a destajo poda cien cepas en su jornada teniendo capacidad para hacerlo con ciento treinta. O en el patrono que paga diez siendo consciente de que debería remunerar, con justicia, al menos con quince. O en el estudiante que se conforma con sacar un 6 de nota final, sabiendo que con su saber y un pequeño esfuerzo añadido hubiera obtenido un 9. Y también, ¿por qué no decirlo? en el comportamiento de todos esos en los que ustedes y yo estamos pensando, y de los que ya vamos teniendo llena la cachimba.
Al principio se suele decir: “Total, por una vez”, para, al poco tiempo, acabar en: “Tampoco tiene tanta importancia”. Y es ahí donde radica el mal. En que tenemos establecida una difusa línea que marca los límites de la moralidad Y lo hace tanto, y de manera tan subjetiva, que podríamos preguntarnos: ¿se halla esa línea a la misma altura si quienes la tienen que sobrepasar somos nosotros mismos o son los otros ? Y lo malo es que no medimos siempre con el mismo rasero.
Como también podríamos pensar algo de ellos cuando actúan de ese modo tan correcto en apariencia, pero tan intrínsecamente incorrecto. Y ese algo es: ¿duermen tranquilos? ¿Piensan que sus manos están limpias? Porque este mundo que nos ha tocado padecer está saturado de actos y cosas difíciles, pero también las hay fáciles, muy fáciles. Y la que nos parece más sencilla de todas es ser severos para con los demás y a la vez implorar, o no, implorar no, estaría mejor dicho exigir, la mayor tolerancia hacia nuestras culpas. Para ello, lo mejor es autoconvencernos, como queda dicho, de que estas no tienen la categoría de tales, sino que son, como mucho, simples y pequeños desvaríos carentes de la menor importancia. Y lo que es peor: que no pasa nada porque todo siga así.
Craso error. Es sabido que la perfección prácticamente no existe, por muy meticulosos que seamos. Y que hay muchos casos en que las cosas funcionan, y funcionan bien, aunque no lo hagan perfectamente o con la mejor utilidad. Pero hay otros casos en los que no cabe la ambigüedad. El coche pierde fuerza, no alcanza su adecuado rendimiento, pero aún así podemos hacer muchos kilómetros. Puede que un altavoz distorsione, pero que la distorsión esté concentrada en el segundo y tercer armónico, y que no se acerque a un 10%, con lo que es muy probable que pase desapercibida para la mayoría. Pero en un cristal no ocurre esto. Está roto o no lo está, y se ve bien claro aunque se mantenga unido. Hay cosas, muchas cosas, infinidad de cosas, que no funcionan si tienen el más mínimo roce en sus engranajes o la rotura más pequeña en su estructura. Y hay cosas, muchas cosas, infinidad de cosas, que no deben llevarse a cabo, si al hacerlo, y aunque nadie lo perciba, nosotros sabemos con certeza que su funcionamiento o ejecución no son los idóneos. Que no se debe nunca tocar la guitarra si la prima y/o el bordón no están correctamente afinados.
Debemos estar siempre muy dispuestos a no llevar determinadas empresas a cabo, si para hacerlo no nos ajustamos a lo que sabemos que es lo ortodoxo. Debemos saber siempre muy bien cuándo y cuánto se necesita para que se produzca la rotura de la norma, y no sólo de la escrita o de la por todos sabida, sino de la que cada uno de nosotros, en nuestro fuero interno, sabemos que es la correcta.

Enero 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 29 de enero de 2010