jueves, 6 de noviembre de 2008

Las reglas del juego

Las reglas del juego
Ramón Serrano G.
“…appetitus obedientes effícere rationi.” Cicerón. “De amicitia”.

Reconozcámoslo. Los seres humanos somos unos disconformes y, por qué no decirlo, poseedores en nuestro fuero interno de algunas, o de muchas, ideas dictatoriales. Casi nunca estamos satisfechos con nuestra situación. Ni con lo que poseemos, ni con la edad que tenemos, ni casi con nada. Así, y fijándonos en la edad por ejemplo, vemos siempre con envidia a aquellos que están en una época de su vida diferente a la nuestra. El bebé, que apenas gatea, ya quisiera correr. Cuando llega a niño admira al púber, quien a su vez lo hace hacia el joven, el cual desearía ya ser hombre, aunque al lograrlo no se conforma y ansía alcanzar la completa madurez, llegada a la cual empieza a perder facultades, por lo que se halla un tanto sumancio y aflicto, puesto que empieza a atisbar con claridad las desconveniencias de la vejez. Y de esta ya, ni hablamos.
Pero es que nos ocurre igual en cuanto a las obligaciones y usos que hemos de desarrollar en cada época de nuestra vida. Empecemos por el principio. ¿Habrá mayor tiranía que la de un niño? Protesta por tenerse que acostar o porque ha de levantarse; por la ropa, por la comida y por todo aquello que imaginarse pueda. Y no hablemos de ir al colegio. Obligarles a hacerlo, es cometer con ellos un delito de lesa majestad. Tan de ese modo es así, que cuentan que hace muchos años, en un pequeño pueblo, dos chavales oyeron una mañana de invierno gruñir desesperadamente a un cerdo. -¿Por qué gruñirá así ese gorrino?, preguntó uno de ellos. –Es que lo están matando, contestó el otro. A lo que respondió el primero: - ¿Pues cómo se pondría si tuviese que ir a la escuela?
Es archisabido que el deseo de imposición del propio criterio está muy desarrollado en la niñez Puede servir también como ejemplo lo que nos pasaba a nosotros con Rigoberto. A los de mi edad nos tocó vivir una infancia dura y llena de carencias de todo tipo. Comíamos poco y mal, vestíamos mal y con poco, y sobre todo no teníamos casi nada con qué jugar. Nos divertíamos con unos coches que eran cajas de cartón tirados por una cuerda, con chapas de botellas o con huesos de albaricoques. Esto, que parece algo trivial, tenía su importancia ya que todos queríamos ser amigos del citado Rigoberto. ¿Y por qué? Pues sencilla y llanamente porque él tenía un balón de cuero auténtico. Sí, lo he dicho bien. Un balón auténtico, marrón brillante, precioso, irreal. Así que andábamos locos la tarde que se le antojaba que jugásemos un partido. Aquello era el edén, Pero también tenía su miajita de infierno. El gol no había sido gol legal, había sido penalti, o no, y se tocaba el pitido final, cuando lo decía Rigobertito. ¿Y es que él se sabía el reglamento futbolero y los demás no? No, qué va. Lo que ocurría es que él era el dueño del balón y él ponía las reglas de juego. Se hacía de esa forma, y si no, se acabó el partido y cada uno a su casa.
Lo peor de todo, es que aquellas actitudes déspotas y arbitrarias no acaban en la pubertad, sino que se siguen manteniendo en muchas personas aun cuando estas hayan llegado ya, o parezca que lo hayan hecho, a la edad de la madurez, o de la razón, porque pensamos que cuando se es mayor se tiene sentido para muchas cosas. Y lamentablemente estamos viendo constantemente que no es siempre así, y que todo va en función de la forma de ser de cada individuo, y muchas veces, demasiadas, en virtud de la magnitud de la vara de poder que se tenga en las manos.
Que, desgraciadamente, es muy común que quien manda, quien es el dueño del balón, quiere imponer su criterio sea este justo, o no, y que no se para un instante a meditar si su obrar es el correcto, y mucho menos, si a él le agradaría que le tratasen del mismo modo que él se comporta con los demás. Pensemos en tantos y tantos… Iba a dar una extensa relación de sustantivos, pero ¿para qué? Pensemos, digo, en que fueron, y son, legión, quienes en vez de actuar de una forma correcta y adecuada ( y de estos ha habido, y hay, bastantes), se han, o se están, aprovechando de su “poder” para dirigir los asuntos de la manera que les ha venido en gana. Usted, o usted, o aquel señor que va caminando por aquella calle, podrían poner un millón de ejemplos, padecidos por ellos mismos o sucedidos a otros, que corroborarían que lo que expongo es cierto.
Sinceramente creo que nos vendría muy bien a todos, tanto que deberíamos hacerlo a diario o al menos muy a menudo, el mirar más a nuestros adentros para comprobar si, en el juego de la vida que nos está tocando vivir, no estamos queriendo imponer en demasiadas ocasiones nuestras propias “reglas del juego” porque el balón es nuestro. Y en vez de querer imponerlas, tendríamos que recordar lo que nos dice Cicerón: “..hay que someter los deseos a la razón”.
Noviembre 2008

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 7 de noviembre de 2008