lunes, 28 de enero de 2008

Ayer

Ayer
Ramón Serrano G.

El cuerpo y el espíritu tienen cada uno su memoria.- Balzac

Ayer fui feliz. Las circunstancias de mi vida en ese día se desarrollaron de acuerdo con mis deseos, y con ello mi alma obtuvo ese grado de placidez siempre tan deseado por todos. Y la causa fue bien sencilla, que muchas veces no se necesitan grandes logros para obtener un amplio bienestar psíquico, y lo digo así porque para estar dichoso ha de serlo el alma del individuo, ya que con la exclusiva y única satisfacción del cuerpo no se está nada bien, aunque el mundo actual esté empeñado en demostrarnos lo contrario.
Digo que tuve la felicidad y fue por una causa modesta. Gran parte de mi infancia se desarrolló afortunadamente en los pueblos natales de mis padres, Montiel el de la una y Villahermosa el del otro, y ayer pasé todo el día en esta última localidad, conviviendo de nuevo, desgraciadamente tan sólo unas escasas horas, con los pocos familiares que ya me van quedando y con amigos de mi juventud, a algunos de los cuales no veía desde hacía más de cuarenta años. Y al volver, empecé a recordar (ya sabéis: el recordari y el cor, cordis latinos), o sea a pasar varias veces por la mente, repasar, ayudado por la memoria, cosas y escenas, todas ellas felices, acaecidas en otros tiempos ya algo lejanos, O dicho de otra forma: revivir con regocijo sucesos pretéritos con la misma minuciosidad de cuando ocurrieron, pero con mucho más agrado puesto que al hacerlo escarbamos en nuestra particular historia y la floreamos a nuestro antojo. Porque esa es la auténtica acepción del término recordar: volver a vivir, vivir de nuevo, vivir otra vez y con complacencia, debido todo a que ello nos viene mandado por el corazón, el “cord” antes citado, originario de la cordialidad y todo lo que eso conlleva. El hombre, a mi entender, y ya lo tengo dicho, es hedonista por principio y gusta de mantener en sí lo que le es placentero y de ahí que reviva, que evoque tan sólo lo que le parece bueno, mientras que lo malo lo detesta, trata de olvidarlo, quiere imaginar que nunca sucedió, deseando su muerte y su desaparición.
Visto esto, no es un disparate afirmar que podemos vivir dos, varias, muchas veces. Pero no debemos olvidar que esta situación placentera se ve favorecida, como todo, por algunas circunstancias. Es la más importante, que siempre se rememora un tiempo y unos actos que ya no volverán y en los que primaron los momentos ristoleros sobre los saturninos. No se cita con añoranza la cena con los amigos del sábado pasado, ni el accidente en el que perdió la vida algún familiar. Aquella se repetirá cien veces y la otra la rechaza nuestro subconsciente. Así, nuestras más características reminiscencias van, sin duda, a la niñez y la juventud, que esas desgraciadamente tenemos la certeza de que no volverán, y en las cuales se vive con una predisposición a la alegría, ínsita por otra parte y llenas de unas actividades jubilosas al ser, muchas de las veces, carentes de responsabilidad.
Y compartiendo esa característica de la falta de obligaciones hay otros motivos importantes a los que nos gusta acudir con nuestros recuerdos. Uno, como en mi caso, el regresar, aunque sea esporádica y brevemente, a los lugares de nuestros ancestros, en los que algunos de nosotros pasamos muchas temporadas de nuestra niñez y a los que me he referido recientemente en un artículo sobre la emigración y en una poesía sobre la trilla. Otra causa de nuestros recordatorios está en el regreso a los lugares adonde algunos padres llevaban de veraneo a sus afortunados hijos y por último, y siguiendo la indicación de Alfonso X, nos reencontramos con viejos amigos, que si durante muchos años nos han concedido su amistad, es porque ella es de ley.
Por todo lo expuesto deseo dedicar este escrito a los púberes y jóvenes de hoy para decirles que si quieren enriquecer su vejez con momentos que les serán enormemente deleitosos, procúrense ahora buenos amigos y tengan un correcto comportamiento, lo que no quiere decir que hayan de llevar una vida de asceta, austera o monacal. Con ello adquirirán el gran tesoro de los buenos recuerdos, que mantendrán bien guardado, que nada ni nadie podrán robárselo y del que echarán mano cuando quieran para ser dichosos en los años en los que la evocación será para ellos no únicamente un placebo, sino un buen tonificante, que les hará pasar en felicidad las muchas horas que a esa edad se sobrellevan pensando en la ya próxima visita de nuestra infalible y descarnada amiga.
Así pues la mocedad deberá recordar que la buena cosecha que se recogerá mañana, se labra hoy, pero se sembró ayer.
Octubre 2004

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 8 de octubre de 2004

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola Ramón.
No podría describir mejor las sensaciones que revivo cada vez que vuelvo a Villahermosa. Soy nacido en Cataluña pero hijo de villahermoseños, y aunque no he cultivado muchas amistades en el pueblo por la distancia y las prolongadas ausencias, y que la mayoría de mis parientes al igual que yo están ausentes, no dejo de sentir una sensación de felicidad y plenitud cuando visito el pueblo. Sé que es un sentimiento que se ha magnificado por vivir lejos e idealizarlo, y estoy seguro que de haber vivido siempre en allí, lo tendría por menos. Quizá sea mejor que así sea.
Me gustaría saber si por casualidad fuéramos parientes. Casi todos los del pueblo (como pasa en todos los pueblos) compartimos un buen número de antepasados comunes que se entremezclan siendo una comunidad de primos lejanos. Una endogamia necesaria como inevitable.
Me gustaría que contactara conmigo por mi e-mail ramon@etefac.com y aprovecho para saludarle y para felicitarle por su blog, del que me considero seguidor.
Ramón Fernández