viernes, 1 de febrero de 2008

La fuerza humana

La fuerza humana
Ramón Serrano G.

Desde siempre, en el discurrir de la vida del hombre, como en la del resto de los animales, o como en la naturaleza, se ha ido imponiendo la ley del más fuerte, a veces con sensatez y justicia y demasiadamente a veces con acciones feroces e insaciables. Pero, a la larga, siempre esa fuerza física, esa denominada fuerza bruta, se ha visto superada por la auténtica energía y poder del ser humano, que no es otra que la de su mente, aquella que le hace diferenciarse del resto de las criaturas, y por ello aquél que ha tenido su caletre más poderoso o mejor utilizado, ha ido domeñando con sus ideas expresadas a través de sus palabras, ya fueran estas orales o escritas, a quienes sólo rendían tributo al músculo.
Así pues, hemos de convenir que las personas siempre tributaron honor y utilizaron de mil maneras posibles los comunicados de su intelecto, que no son otros que las ideas exteriorizadas por medio del lenguaje. Y sabedores de su trascendencia, le concedieron y le conceden la mayor importancia y a ellos acuden cada vez que se encuentran en situación de necesidad, ya que las palabras, fueran estas habladas o escritas influyen, influyeron e influirán en el ánimo y la manera de comportarse de los individuos. Era lógico que esa casi total monotonía en la forma de ser del hombre, esa casi total igualdad entre sus componentes, tendiera a romperse, a dispersarse en la inmensa variedad de su manera de hablar, ya que, al hacerlo, cada uno deja irradiar lo que es o lo que ha llegado a ser. Y de que esto es de esta manera, y de que así ha sido en el largo correr de los tiempos, tenemos cientos de pruebas fehacientes, algunas de las cuales quiero exponer, para reforzar mi posición.
Veamos, en primer lugar, como Yahvé, el Dios de Abraham, para redimir a su pueblo del yugo egipcio, no le proporciona armas o soldados, medios que hubiesen sido los racionales para encaminarlo al triunfo por la lucha armada, sino que en su encuentro con él, en las cumbres del Sinaí, le entrega a Moisés las Tablas de la Ley, los textos por los que el pueblo hebreo ha de conducirse hasta hallar su verdadero destino.
Siguiendo por los caminos de las religiones podemos ver cómo, en la cristiana, Juan, el discípulo amado, empieza sus Evangelios de esta forma: “En el principio existía la Palabra…” O sea, queriéndonos decir que desde los más remotos tiempos siempre hubo un poder, principal y poderoso, que hizo posible todo lo demás, porque posteriormente continúa el escritor: “…y la Palabra era Dios”, es decir, lo más grande. Y a continuación:”..todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”.
Y siguiendo por esos senderos y en la mayor concordancia, todas las creencias e ideologías aconsejan el inicio de los actos o de las salutaciones con términos parecidos entre sí. Los anteriormente citados, seguidores del cristianismo, con su archisabido: “En el nombre del Padre, y del Hijo,….”. Por su parte los islámicos, recurriendo a su conocido: “Bismi_Allah Arrahman Arrahim”, (en el nombre de Dios el clemente, el misericordioso), o con el más común: “Allah Akbar”( Dios es grande)
De pasada, diremos como Aristóteles en su “Política”, que la palabra es el vínculo formal que atenaza o aproxima a los hombres. O como Wallada la Omeya, aquella poetisa de principios del XI, que tan orgullosa y satisfecha estaba de la belleza de sus palabras, que se hizo grabar en la orla de su vestido esta frase: “Por Allah, que merezco la grandeza”
De la creencia humana en la fuerza oral quiero traer algunos otros testimonios. Son estos los muy conocidos “Ábrete, Sésamo”, con lo que Alí Babá abría la puerta de su cueva. Por otra parte, el célebre término sirio “Abracadabra”, que repetido determinadas veces, era curador de calenturas y otras enfermedades. O de como el rey de Portugal Don Juan IV, concedió al soldado Antonio Rodríguez 400.000 reis anuales por las curas hechas con sus palabras, y para que asistiese al ejército y este pudiera valerse de él.
Y parecidos y convincentes ejemplos quisiera aportar en cuanto a obras escritas que han tenido una decisiva influencia tanto en el pensar como en el obrar y en el comportarse de millones de personas, a las que han guiado e inducido de forma más que persuasiva. Porque ya me dirán ustedes si la conducta o el proceder de tantos y tantos individuos hubiese sido igual, y ni tan siquiera parecida, de no haber sido literalmente adoctrinados, Si no hubiesen existido libros ( y quede completamente claro que no quiero hacer comparación alguna entre ellos), textos como la Biblia, el Corán, el Mein Kampf de Hitler o el Libro o Catecismo rojo de Mao Zedong.
Es indudable que la expresión de las ideas constituye la auténtica fuerza humana y que como toda potencia su uso debe encaminarse a la consecución del bien. Por ello podríamos decir que maldito sea quien equivoca a otro por medio de sus palabras, como maldito debe ser aquel que conduce al ciego por fuera de su camino.

Julio 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 21 de Julio de 2006

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