jueves, 5 de octubre de 2017

El futuro

Es indudable que cuando uno tiene que enfrentarse a los más arduos problemas debe prepararse muy a fondo y cuanto más lo haga, y más se pertreche, mejor. Por ello, una de las preocupaciones más antiguas del hombre, y por ende una de sus muchas ocupaciones, ha sido la de rasgar los velos del futuro y tratar de adivinar qué le ha de traer el porvenir. El porvenir, o sea, aquello que el poeta Ángel González describiera como el por venir, porque no viene nunca. Esta práctica, por otra parte completamente inútil, era muy lógica ya que se pensaba que conociendo el camino venidero y los posibles problemas que este habría de mostrar, era mucho más fácil solventarlos. Mil y una maneras había de practicar la futurología, y a todas ellas, hasta a las más impensables, se ha acudido, y utilizo el pretérito, porque es muy cierto y evidente que hoy la praxis de estas artes mágicas o supersticiosas ha descendido de manera extraordinaria. Pero no lo era así en los pasados tiempos, en los que era una dificilísima profesión, practicada por muchas gentes, y creída y confiada en su veracidad, muchísimas más. Con el deseo de no extenderme demasiado en su enumeración, sí quiero hacer mención de algunos nombres de ciencias u objetos, (y digo algunos porque de los dos campos se podrían citar una gran cantidad de ellos), que adquirieron y tienen una enorme relación con el arte de saber predecir lo que ocurrirá a partir de hoy. Antes me permitiré la licencia de citar al santuario de Delfos, al pie del Monte Parnaso, adonde mucha gente acudía para solicitar a las sibilas o pitonisas un oráculo. Con ello, un recuerdo para el maravilloso fresco denominado La sibila délfica, que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Ahora sí cabe recordar, sólo algunos, que haber hay muchísimos, métodos o sistemas para saber qué deparará el futuro. Unos son conocidos por el gran público, como la Quiromancia, o sea saber leer las rayas de las manos, o la Astrología, saber el futuro y el carácter de las personas por la posición de los astros. No tan conocidas, pero sí todas con el mismo fin, son la Austromancia, estudio de los vientos; la Halomancia, el lanzamiento de sal al fuego; la Felidomancia, la observación de la conducta y acciones de los gatos; la Aruspicina, el estudio de las entrañas de animales; la Cleromancia, muy, muy, antigua, el uso de dados; o la Enomancia, a la que ya acudían griegos y persas, que se basa en el vino y se actúa de dos formas: viendo los reflejos al servirlo en una copa o por las sensaciones que provoca en la persona al beberlo. Hablemos ahora de algunos objetos, pocos, pese al gran número que hay de ellos. En primer lugar me referiré al que posiblemente sea el más utilizado, la baraja, y, dentro de ella, el Tarot en sus distintas modalidades: el amor, el lunar, el celta, la encrucijada, el oráculo o la verdad oculta. Y también a la observación de los lunares de la piel del individuo en observación, la taza de té, la célebre bola de cristal o los espejos, o deshojar una margarita. A todo esto, y a muchos procedimientos más, se entregaba la gente por esoterismo o superstición, a sabiendas de que todo era una falsedad, ¡cómo no habría de serlo! Pero querían creer que había quien tenía poder de adivinar y a partir de recibir su dictamen, actuar, escoger, elegir entre todas las posibilidades. Y se sentían satisfechos ya que la elección es, al fin y a la postre, una forma de libertad. Pero la vida cambia. Aparecen nuevas costumbres que hacen que sea diferente nuestra manera de enjuiciarla y nuestro modo de proceder, aunque por supuesto, las personas de a pie siguen teniendo ambiciones y procuran prevenir cualquier eventualidad que les pueda sobrevenir. Por ello, en el día de hoy, continúa su interés por lo que les deparará el futuro y tienen la fortuna de que existen personas que se lo dan a conocer. Esto sigue, sí, pero no como antes sino muy cambiado. Ahora no es preciso acudir personalmente a los futurólogos ni exponerles los problemas o circunstancias que puedan afectar a los individuos. Son ellos, los proviceros y videntes, los que, motu proprio, hacen llegar al pueblo, con una firmeza y una seguridad extraordinarias, todo lo que ocurrirá de aquí en adelante. Y ¡oh milagro!, todo ello va a ser magnífico, agradable, deleitoso, con una única condición: que nos fiemos de ellos y obedezcamos, en todo, sus indicaciones y consejos, por raros que estos pudieran parecernos. Sólo me resta decir que a estos nuevos profesionales de la adivinanza del futuro ya no se les conoce como adivinos, brujos, vates, o augures, sino por el nombre que ellos mismos han elegido y del que hacen gala. Se hacen llamar, como todos sabemos, políticos. Ramón Serrano G. Octubre 2017