viernes, 1 de febrero de 2008

Los gatos

Los gatos
Ramón Serrano G.

Cuando a uno, por las circunstancias que sean, no le agrada algo siempre ve el lado negativo de aquella cosa. Dicho esto, diré igualmente, como siempre hago, que al escribir nunca ataco ideologías o aficiones, pero sí me creo en el derecho de expresar las mías y, pidiendo disculpas por la reiteración, repito que no critico a nadie por sus gustos. Y mando estas palabras para afirmar que, posiblemente, a usted, como a mucha otra gente, es probable que le gusten los gatos, pero a mí, no me gustan nada. Pero nada, en absoluto.
Después de referir que fue la última especie de felino que apareció sobre la faz de la Tierra, hará de esto tan sólo unos setecientos u ochocientos millones de años, vengo en pensar que puesto que estos animales son tan cuidados por tantos humanos, y suponen la compañía para tantas y tantas personas ( Mahoma parece ser que tenía un gato llamado Mueza), algo deben tener de bueno y de positivo, pero yo, por más que lo he intentado no he logrado nunca encontrar esa faceta positivista. Entiendo que hay mujeres y hombres, que como seres sociables que son, buscan la compañía de otros seres (humanos o animales) y comparten con ellos sus ratos de ocio o intimidad. Y yo acepto gustosamente que muchos busquen precisamente en los animales ese acompañamiento que necesitan, bien sea por su intrínseca forma de ser, o por sus circunstancias vitales. Pero ya digo que yo, puestos a pasar un rato agradable y entretenido, prefiero hacerlo en compañía y charla con otra persona, que no acariciándole el lomo a un minino, acto este al que, por cierto, me he de referir más adelante.
Puede que alguno de ustedes, con lo que sigue, me acuse de buscar controversia, o de maniqueísmo, o de no definirme exactamente, si por un lado proclamo las virtudes de los felinos caseros, que sé que las tienen, mientras que por otro propalo sus muchos defectos, que haberlos haylos, y no en corta medida. Pero con ello no estoy pretendiendo otra cosa que repartir justicia, si es que puedo, para mi personalísima negativa apreciación gatuna, con la que, repito una vez más, no quiero hacer apostolado ni anatematizar a nada, ni a nadie.
Así, y no queriendo tampoco marcar arquetipos, que excepciones habrá en una y otra clase, como igualmente habrá grados y categorías en las mismas, afirmaré por un lado que los gatos, que no los perros, fueron los más antiguos amigos del hombre y son, ante todo y sobre todo, listos (su nombre en griego viene a significar astuto e ingenioso). Independientes, que sólo obedecen cuando quieren y a quien quieren. Limpios, que no se lavan, pero sí se lamen y acicalan continuamente. Incomprendidos, quizás por su tradicional mutismo. Calmosos, pues no hay más que verlos sentados al sol. Sensatos, al igual que los curas. Astutos, hasta lo indecible. Trasnochadores de pro. Enamoradizos hasta el infinito. Cazadores por oficio y afición. Acaparadores de vidas (dicen que alguno alcanza hasta siete) Utilizadores de gran calzado, sobre todo botas. De inmejorable memoria, que al que se le escalda no se le olvida nunca. Y muy relacionados en todas las épocas con rituales y supersticiones curiosas y anecdóticas, hasta lo increíble. Podríamos citar aquí a la diosa gata Bastet, a las deidades felinas egipcias, o la lectura de los “Evangelios de las ruecas”, publicados en Brujas hacia finales del XV, o a la de la “Miscelánea medieval”. Se les suponía anunciadores de sequías o de aguaceros, así como de otras muchas proezas y/o fechorías.
Ahora bien, mirados desde un prisma peyorativo, habremos de reconocer que los mininos son arteros, hasta dejárselo de sobra. Arañadores, sin tasa y sin tino. Ladrones, por naturaleza, que es sabido aquello de que los gatos tan sólo quieren puertas abiertas y mujeres descuidadas. Son taimados y ladinos, e incluso simulan dormir para poder observar mejor y saberlo todo. Inquiridores, que recorren una y mil veces todos los rincones de la casa, con sus desvanes y tejados incluidos, sin que podamos olvidar el viejo refrán que dice que la curiosidad mató al gato. Son por igual desabridos y poco amigos de caricias, y debe saberse que cuando se le pasa la mano por el lomo a micifuz, este levanta el rabo, pero únicamente para advertirnos que ahí, precisamente ahí, termina el gato. Y al decir de Kipling, el célebre costumbrista hindú, este animal es insumiso, solitario, y el más salvaje de todos los animales salvajes.
Me queda añadir que gustan en demasía de buscar muebles cómodos y mullidos para sus juegos o sus descansos, al igual que hacen los hombres; que persiguen a los que son más débiles que ellos para comérselos o sacarles el mayor provecho de su poderío, como hacen los hombres; que son reacios a cumplir detallada y minuciosamente con sus obligaciones, lo mismo que hacen los hombres.
Decididamente tengo que afirmar que no, que no me gustan los gatos.

Febrero 2006


Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 24 de febrero de 2006

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