viernes, 16 de enero de 2015

Tatuados

Parece ser que sí, que, al final, acabamos estando tatuados. Que la vida, a lo largo de los días, va grabando con signos indelebles, bajo la epidermis de las palmas de nuestras manos, un minucioso y fidedigno resumen de todos nuestros actos, digamos, importantes. Va escribiendo pormenorizadamente, haya sido malo o bueno, lo que hemos realizado desde la niñez hasta que viene a por nosotros Tánatos, o Ker, uno u otra, según sea la forma en que vayamos a despedirnos del planeta. El hombre, como cualquier otro ser, se va desgastando, se va deteriorando con el paso del tiempo. Y si esto le ocurre en su parte material, cosa archisabida, podemos hablar lo mismo de lo que le acontece a su espíritu, pues, parece ser, que cada pensamiento genera una emoción que impacta de lleno en el circuito hormonal. Desde que nace, sus facultades van in crescendo para luego, tras un largo período de estancia en la cima, irse degradando más o menos. Y lo normal es que, cuando llegamos a la edad provecta, seamos casi un remedo de lo que fuimos, y que apenas podamos llevar a cabo un pequeño porcentaje de las actividades que tuvimos y, desde luego, sin la efectividad antañona. Permítaseme hacer referencia a Montaigne que decía que las arrugas del espíritu nos aviejan más que las de la cara. Nuestro movimiento, visión, oído, capacidad de esfuerzo, rapidez de comprensión, memoria, etc., etc., etc., con el transcurso de los años se llevan un palo de mil demonios que los deja altamente capitidisminuidos. Y diré ahora, en todo jocoso, que hay casos en los que no es necesario llegar a la vejez para perder totalmente alguna capacidad, y me estoy refiriendo concretamente a los tramposos que carecen de memoria desde su más tierna infancia. Pero volvamos al tema que nos ocupa. Siendo todos importantes, o dicho de otro modo, no habiendo ninguno superfluo, cado uno de los componentes del ser humano tiene una función específica, algunos más esenciales que otros. Citaremos entonces a los pies, que utilizamos para trasladarnos, la cabeza para discurrir, el corazón para amar (sobre todo y ante todo para amar), y las manos que son los elementos con los que solemos realizar la gran mayoría de nuestras acciones; los órganos principales para la manipulación física del medio. Y también para ser el soporte del mensaje y la compilación de los datos a los que hacía referencia al comienzo del presente escrito. Vayamos pues al estudio de las manos. Estas, como tantas y tantas cosas, tienen dos partes completamente diferenciadas, tanto por su utilización como por su aspecto. La cara superior es mayormente un escaparate que muchas veces presentamos, o que nos presentan, convenientemente “decorado” con el fin de dar una sensación mejorada de la realidad. Para ello se saturan de cremas y afeites, se hermosean las uñas, se pintan, se cortan los padrastros, se eliminan las cutículas, se.., se.., se…Naderías y efugios al uso, aunque siempre fueron muy utilizados, y que persiguen dar una impresión muy mejorada de la verdadera eseidad de su poseedor, cosa esta que no siempre consiguen. Llegamos así a sus palmas, el auténtico reino de la quiromancia, con sus líneas de la vida, el corazón, el Sol, Mercurio, Venus o la suerte, en las que los augures pueden “ver” el destino de una persona y adivinar sucesos futuros o pasados. Ha habido proviceros maravillosos -recuerdo entre ellos a don Lope de Rosmarino-, y también hay pintores, de la talla de Caravaggio o de Simonet, que tienen cuadros maravillosos sobre las predicciones y los vaticinios. Esos, el futuro o el pasado, si es que están allí, cosa que no pongo en duda, pero que tampoco sé a ciencia cierta que así sea, pueden leerlos algunos como queda dicho. Pero hay algo que está grabado, tatuado en esas palmas de esas manos, y está hecho para que la memoria de cada individuo, que se va fragilizando con los años, pueda acercarse cuando lo desee a su pasado. Pero esa grabación, ese tatuaje, al contrario de las mencionadas líneas, sólo puede leerlo cada persona en sus propias manos. Nadie más. Y así, cada hombre, cuando presienta cercano el final de su existencia, hallándose a solas, mirará conmovido las palmas de sus manos y leerá lo que allí tiene anotado. Algo, que es un compendio de los hechos más notables ejecutados por él mismo y que está perennemente a su disposición para que confronte allí la adecuación entre lo que hizo ayer y lo que piensa realizar mañana, si es que existe ese mañana. Para eso, y para que haga un repaso de las ocupaciones y quehaceres que ocuparon sus días y vea, a toro pasado, si estuvieron acompañados del acierto. Para observar el saldo final que arroja la contabilidad de sus obras. Y para que, tras ello, la satisfacción o el remordimiento acudan a su mente. Por eso te digo, querido lector, que si alguna vez encuentras a cualquier persona de avanzada edad mirando con fijeza, y tal vez como abstraído, las palmas de sus manos, no creas que quiere ver una posible lesión, o cierta deformidad recientemente aparecida, o una callosidad advertida últimamente. No. Está, sencilla y llanamente, repasando lo que le fue ocurrido hace ya muchos años, y comprobando los resultados de las cuentas de su vida. Lo que ignoro, es si esos resultados los conservará para sí mismo, los enseñara a sus deudos, o los mostrará a Tánatos o a Ker, cuando venga uno de los dos a recogerlo. Ramón Serrano G. Enero de 2015