martes, 25 de diciembre de 2012

Amigo sueño

Amigo sueño Hoy, una de esas pocas noches que aún me visitas, mi muy querido y, ya, extraño sueño, quiero hablarte, y decirte que sabes bien que desde hace algún tiempo me tienes abandonado, o mejor dicho, no vienes a verme con la asiduidad en que lo hicieras antaño, y ello me hace sentirme mal, no tanto por la escasez de descanso para mis músculos, sino por la avalancha de pensamientos que en las horas nocturnas en las que tú no estás saturan mi mente de una manera despiadada. No te lo critico, ni te doy quejas de ello, porque sé que no eres tú el culpable de estas demasiado repetidas ausencias tuyas, que, con seguridad, se deben más a mi estado anímico que a tu incumplimiento, ya sea por retrasos en la venida, o por la completa incomparecencia. Con los años, a los hombres les van sucediendo demasiadas cosas y yo no tengo por qué ser la excepción. Muchas de ellas influyen, la mayoría de las veces para mal, tanto en lo físico como en la psique. Comprensiblemente, si ando mal y leo mal, lo más lógico es que tampoco duerma bien. Y aun en el raciocinio me las veo y me las deseo para actuar con acierto. Pero a todo esto me voy, o quisiera irme, acostumbrando. Por otra parte, me gustaría pensar que, tal vez, el origen de mis prolongadas vigilias esté en que no hace mucho releí las Coplas que Jorge Manrique hiciese a la muerte de su padre, y con ello avivé el seso, desperté, y mi alma, por entonces dormida, contempló cómo la vida se me iba pasando vertiginosamente y cómo el final se halla cada vez más cerca. Tanto que está ahí mismo, casi, casi, a la vuelta de esa esquina. Y observando las muchas limitaciones que la edad me va imponiendo, y por concederme un algo de sosiego, evoqué aquellos tiempos que para mí fueron más placenteros, sobre todo por la carencia de molestias e incordios y por la fuerza que otorga la juventud para la resolución (acertada, o no) de muchos problemas. Como es natural, hice la consabida comparación apoyándome, una vez más, en el autor que gustaba de utilizar las coplas castellanas y las de pie quebrado, y mi creencia fue, como es natural, que aquellos tiempos pasados fueron mejores. Ahí la erré. Y has de saber que le di muchas vueltas en mi meollo a lo de si estas o aquellas épocas tienen, o tuvieron, una mayor bondad. Y en esto he de darte las gracias, porque tus precarias apariciones concedían a mi seso un gran descanso y energía, y con ellas dedicaba un muy amplio espacio de tiempo para hacer luego cuantas consideraciones creyese oportunas. Y esas elucubraciones me llevaron a comprender que una gran parte de las gentes nos solemos apoltronar en ese estadio, aun cuando este nos tenga llenos de males y limitaciones, y que, además, nos conformemos, ¡pobres tontos! con evocar asiduamente unos tiempos que a nuestro parecer fueron mejores. Mas no debería ser así. La abulia y la inacción no van a remediar jamás nuestras carencias, sean estas del tipo que fueren. Lo cómodo, lo sencillo, todos lo sabemos, es decir: “¡Ay! Qué malo es el hoy y cuan bueno fue el ayer”. Pero debemos saltar de nuestro acomodo, y con las fuerzas que tengamos, vivir el momento, que cada edad tiene sus placeres, por lo que deberíamos acudir al carpe diem de Horacio. Y con la misma alegría que se va recibiendo lo poco bueno que ahora nos llega, hay que saber aguantar la venida de las limitaciones o de las adversidades. Y que si estas nos parecen ingentes, no lo serán de ese modo si sabemos vencerlas con la paciencia que nos ha de dar el poseer todo el tiempo del mundo, y la sabiduría que nos proporcionan los años vividos. Hemos de tener presente en todo momento que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, a ese mar que limita el reino de Hades. Saber que esos ríos, sean caudales o medianos, o más chicos, llegados al eterno destino, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Recordar, y obrar en consecuencia que partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos. Así que, cuando morimos, descansamos. Por ello, hemos de mentalizarnos que podremos soportar esta o aquella enfermedad, postrados o en pie, pero que nuestra vida no tendrá categoría de tal si hacemos del ocio y de la quietud, tanto del cuerpo como del alma, nuestros inseparables compañeros. Que aquél que hace de la holganza su profesión tendrá ya junto a él a la inevitable Átropos, aun cuando sus pulmones se sigan llenado de aire y la sangre todavía corra por sus venas. Por ello, por haberme dejado tanto tiempo para poder pensar y cerciorarme de todas estas cosas, quiero que sepas Sueño, mi antiguo y hoy extraño compañero, que tienes mi entera gratitud. Diciembre de 2012 Ramón Serrano G.