jueves, 6 de mayo de 2010

¿Soñar? ¿Vivir?

¿Soñar? ¿Vivir?
Ramón Serrano G.

Una de las cosas que me gustaría saber es el porqué de los sueños. ¡Claro que me gustaría saber tantas otras cosas! Pero vayamos a lo nuestro. Cada noche, en nuestras ensoñaciones, aparecen los personajes y emplazamientos más insólitos e inesperados sin que nadie sepa cuál es la causa. Por ejemplo, ignoro el motivo por el que la semana pasada, sin ir más lejos, el protagonista de mis sueños fue mi amigo Anselmo, al que conocí en el ejército (desde entonces no lo he vuelto a ver) y me proponía que representásemos Así es, si así os parece, de Pirandello. Ni más, ni menos. Y desconozco por qué hace unas noches estuve cabalgando varias horas con Antón Pérez, aclarando que Antón Pérez murió hace treinta y dos años y yo no sé montar a caballo.
O sea que en esas elucubraciones nocturnas solemos tener todo tipo de relación con personas y hechos de nuestros días y nuestro entorno (lo cual parece que sería lo lógico), pero por igual nos remontamos a revivir aventuras con alguien o sobre algo con lo que no hemos tenido relación hace mucho tiempo y en unas mezcolanzas inverosímiles de personajes y circunstancias. Y al no haber, aparentemente, un motivo coherente para que así sea pudiéramos pensar que nuestro magín no está normal si no se halla en estado de vigilia y que cuando está aletargado padece una insania que le lleva a esas raras incongruencias.
Para los sueños hay explicaciones de mil tipos, y algunas de lo más curioso. Los hay que dicen que cuando sueñan sólo tienen pesadillas o que en los sueños nunca termina nada felizmente. Puede que así sea, o al menos mayormente, pero creo que acaece de todo. También están los que afirman no recordar nunca lo que han soñado. Y puede que sea cierto, pero también estamos los que retenemos mucho de lo ensoñado, e incluso durante bastante tiempo. Existen quienes creen que esas actividades oníricas no son sino premoniciones, para bien o para mal. Puedo asegurar, al respecto, que conozco a alguien que afirma que cada vez que sueña con ratones le ocurre algo malo de inmediato. Lo que nunca me dijo es lo que le sucede si sueña con gatos. Por ello, es muy lógico que ciertas personas sufran con los sueños y los teman. Citaremos por último, y como anécdota, a los héroes griegos, quienes decían que durante su sueño eran visitados por sus dioses, que les aconsejaban cómo proceder en la batalla.
Muchas personas, por otra parte, tienen la creencia de que pensando en algo fijamente antes de dormir, luego soñarán con ello durante la noche. Podría ser esta una faceta simple de aplicar la teoría freudiana según la cual los sueños son una forma que el hombre tiene de realizar sus deseos. Pero no quiero, ni debo, ni puedo, meterme en el campo del célebre psicoanalista austro-checo, terreno este en el que, al igual que en otros muchos, soy un total analfabeto. Me voy a referir sencillamente a ese empeño constante e inútil de intentar soñar aquello que se desea. Algo que nos complazca y deleite, y así nos aseguramos una noche feliz.
De hecho lo intentamos una y otra vez. Nos decimos: es fácil, pensamos en una cosa y a esperar que todo lo relacionado con ella suceda a nuestro antojo, ya que su desarrollo depende exclusivamente de nosotros, sin cortapisas que otros pudieran ponernos para su ejecución. Montamos nuestra casita de muñecas, nuestro propio belén, y a esperar a que Morfeo le haga funcionar. Pero la experiencia nos dice sobradamente que después las actividades nocturnas de nuestro cerebro se suelen desgaritar por los más inexplicables derroteros.
Este es el hecho en sí. Pero podríamos poner nuestra atención en distintos enfoques del mismo, y sobre todo en uno: la causa de ello. La circunstancia que nos incita a intentarlo una y mil veces. Y, claro está, contestaciones para esta pregunta hay un montón. Tantas como sujetos se entretengan en preguntárselo a sí mismos. Aquél, nos dirá que la persona trata de conseguir, mientras está traspuesto, aquello que no puede alcanzar despierto. Éste, intentará hacer los viajes y tener las aventuras tantas veces deseados, pero que nunca ha podido realizar. El otro, que cuando esté grogui podrá seguir soñando despierto. El de más allá, procura instalar una cerca que impida el paso a su cerebro, durante la soñarrera, a situaciones o vivencias no deseadas, desagradables, tan intranquilas, que no le dejen conseguir el descanso deseado.
Vistos estos ejemplos, y alguno más que renuncio a referir, mi opinión sobre ello es fácil, muy fácil. Así, diré que la persona, cansada de tanto cabreo propiciado por el trabajo, el modo de vida, el generalizado latrocinio, las múltiples, y demasiadas veces desagradables, obligaciones diarias, etc., etc., quiere ser feliz, o por lo menos no ser desdichado. Al menos durante la noche. Tan sólo eso. O si prefieren lo puedo decir con otras palabras, pero con la misma intención. Lo único que pretendemos al tratar de forzar la acción, y/o a predeterminar nuestros sueños es, simple y llanamente, porque queremos vivir. Sí, han leído bien. Vivir, porque únicamente en sueños podemos hacerlo como está mandado.
Y si no me creen, recuerden que Bécquer dijo:“Despertar es morir”.

Mayo 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 7 de mayo de 2010