jueves, 11 de agosto de 2011

Vendrá. Estoy seguro

Vendrán. Estoy seguro
Ramón Serrano G.


Es fácil observar cómo desde siempre el hombre ha tratado de dominar el universo, o parte de él, muchas veces lo ha conseguido y lo sigue consiguiendo, y hasta tal punto, que hoy a nadie extraña el ver cómo puede predecirse matemáticamente la distancia que dos cohetes espaciales van a recorrer hasta encontrarse, el punto exacto en la que se halla el epicentro de un terremoto, o tantas y tantas maravillas a las que hoy, por mor de la costumbre, ya no damos apenas importancia.
Pese a ello, podemos comprobar, por otra parte, cómo las cosas más sutiles, las más intrascendentes, y, al parecer, las más sencillas, escapan al poderío casi ilimitado de la mano humana, sin que esta pueda hacer nada por acelerar su ritmo o detener su impulso. Así, ¿puede alguien saber qué día harán su entrada en nuestras tierras aquellas golondrinas que alegrarán otra vez la primavera? ¿O en qué soplo de viento viajará el polen que hará nacer las cardenchas, erguidas y arrogantes, que son las constantes centinelas de todos los caminos? Todos lo ignoramos, aunque todos estamos seguros de que han de retornar y que allí estarán, unas y otras, de nuevo, un año y otro año.
Y, en humilde parábola, he dado yo en pensar que hay cantidad de cosas hermosas, grandiosas unas y sencillas otras, que el hombre disfruta anualmente, a veces conociéndolas, y otras sin saber a ciencia cierta cuál es su causa o la fecha exacta de su advenimiento, pero sí que tiene merecimientos sobrados para ello. Cosas que el ser humano no siempre dirige y sin embargo espera y, permítaseme la hendíadis, disfruta de ellas en cuerpo y alma. Tenemos un claro ejemplo de ello en Tomillares, cuando agosto, casi agotando sus días, nos trae su Fiesta de las Letras, cosa que lleva haciendo ya milenta años, y en la que se dan cita un grupo de mujeres derrochando hermosura, con poetas y juglares de habla fluida y cantarina, y un pueblo deseoso de gozar de la belleza. Y nadie sabe por qué el evento nació aquí, ni hay nadie que impida o acelere su llegada. Lo cierto es que ocurrió. Afortunadamente. Y que por fortuna sigue acaeciendo.
Surgió porque tenía que surgir y porque se escribió que sucediera de ese modo en el arcaico libro de los tiempos. Así, año tras año y por fortuna, saboreamos el encanto de este acto, y acomodamos para su deleite la vista y el oído, con el fin de apreciar la plenitud de este acontecimiento lírico y venusto que acude puntual a llenar nuestras almas de gozo y esperanza.
Pero ¡ojo! que hay que tener siempre presente que lo que es bueno de verdad cuesta, y no poco, conseguirlo. Y yo quiero alertaros de un peligro que acecha siempre, no a esa sola, sino a todas esas acciones que se emprenden, no para buscar compensas pecuniarias, sino por conseguir el solaz de nuestro espíritu. Y el riesgo está, en que cansados de tanta lucha, tanto esfuerzo y tanto compromiso, muchos caen en el abandono, hastiados de una prisa fulgurante a todas horas por la velocidad a la que hemos de movernos para poder llegar a tiempo a la diversidad de obligaciones que nos hemos impuesto. O para lograr un ritmo de trabajo con el que alcanzaremos no ya un mayor salario, sino que no nos echen del trabajo.
Y entonces, por ese agotamiento físico y síquico, caen en la trampa de asentarse en el primer oasis que se encuentran, y suelen montar su jaima en la triste parcela de la filosofía existencialista, que ve más productivo el pájaro en la mano que muchos en el cielo. Creen, como el poema persa del Rubaiyat, que hay que gozar del hoy, pues el incierto mañana no nos pertenece. Es, simplemente, el “carpe diem” de Horacio a Leuconia: “Aprovecha el presente, no prepares el futuro, ni pienses en él ”.
Triste postura esta que, ni es, ni debe ser la nuestra. Ellos, en su miopía, miran el almanaque y ven sólo una hoja. Nosotros, si nos acostumbramos a lanzar lejos la mirada y pisamos con fuerza en nuestro andar, lograremos muchas recompensas satisfactorias en extremo, y entre ellas, una como esta antes citada de la celebración de la Fiesta de las Letras. Y si además ejerciendo la docencia, inculcamos esas querencias naturales a nuestros descendientes, ellos conseguirán, estoy seguro, que cuando vaya a terminar este milenio apenas comenzado, seguirán apareciendo cada año en nuestro Tomillares otras damas, hermosas golondrinas anunciadoras de vida, y otros escritores, cardenchas centinelas de todos los caminos, que mantendrán por siempre en nuestra parda tierra un reino de hermosura y de lirismo.
Continuarán llegando hasta nosotros. Vendrán. Pues claro que vendrán. Estoy seguro.

Agosto de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 12 de agosto de 2011