jueves, 20 de mayo de 2010

Todos los días

Todos los días
Ramón Serrano G.

A poco que observemos, nos daremos cuenta de que hay cosas que, pareciendo iguales, son siempre distintas unas de otras. Fijémonos, por ejemplo, en los niños, en las olas, en las llamas, en las nubes, o en los días, y veremos que cada uno de ellos es, entre sí, completamente diferente a los demás de su especie. Aunque la mayoría de las veces seamos tan bausanos que no sepamos notarlo.
De los últimos quiero hablar hoy. Sin querer ahondar mucho en el tema, diré que, a veces, según está el día así nos solemos hallar nosotros. Hay unos en los que la energía te lleva a todas partes, mientras que en otros la indolencia es una déspota que dirige tus actos. Y nos dificulta llevar a cabo estos últimos, porque en esas “¿desagradables?” jornadas existe como una neblina en el alma que nos impide la realización de nuestro ser, que nos complica el obrar, que entorpece nuestra facultad de sentir y de pensar. En esos días, el humo de las chimeneas de las casas, delator de que en ellas se está preparando el cotidiano condumio, no quiere elevarse y se apega, y casi se aferra a los tejados. La luz es distinta de la de otras veces porque el sol alumbra escasamente, ya que las nubes se allegan a velarlo con una parsimonia exasperante. Y el río, allí abajo, está como adormilado, y no canta, ni apenas hace espuma en su constante estrellarse contra las piedras con las que convive en lucha y amistad perenne.
En esos días a los que aludo, todos los proyectos se ven amenazados por la apatía, la cual parece que quiera acabar en un inexorable crimen con esas mismas acciones y esas mismas ideas. No es que todo lo veamos torcido o triste, no. Es que, sencillamente, no se ve. Y si algo, pese a todo, quiere percibirse en un futuro inmediato -el lejano no existe, así, sin más- no sabemos si es negro, o gris, u oscuro, porque, ya digo, que prácticamente no se divisa. Y en otra dimensión, no es que estés descontento por completo de lo realizado, pero sí notas la insatisfacción de lo que no has podido llevar a cabo, tanto si la causa de la inacción fue culpa de las circunstancias o de tu propia inoperancia o lasitud.
Lo que ocurre en suma no es que no se nos permita la realización de algo, sino que abandonamos la lucha y hacemos una abdicación de nuestro poder en otras manos, sin tener conciencia exacta de a quién pueden pertenecer estas. La consecuencia es algo así como el barco que va a la deriva y cuyo navegar no está decidido por la voluntad del patrón, sino por una serie de elementos ignorados, tanto en su existencia como en su poderío. Entonces, nuestro cerebro es incapaz de proyectar alguna innovación sobre lo venidero y se limita a dejar que acontezca lo usual. En realidad ese estado de ánimo no es malo en sí, e incluso puede llegar a ser agradable, siempre y cuando nuestra voluntad sepa vencer a nuestro esplín, y convencernos de que todos y cada uno de los días, de todos los días, merecen un esfuerzo por nuestra parte, mayor o menor, eso da igual, pero intentar conseguir un logro nuevo, un triunfo inédito, que nos servirá de adehala y estímulo.
Pero repito que hemos de esforzarnos un algo, o un mucho si necesario fuese, para saber vencer a la abulia, poniendo gran empeño en ello, ya que las más de las veces esa molicie conlleva un gran peligro: la rutina. Y debemos estar muy dispuestos a no caer en ella. Quiero constatar que este escrito no es un quejido o una expresión de abatimiento. Antes bien, digo que es mi intento el animar a quien, si al leerlo, se encuentra en la disposición antedicha, y pueda ayudarle a no caer en el pozo del adocenamiento. Que hay males a los que se les ve venir, que dan la cara; pero hay otros que son taimados y se presentan con una apariencia de poquedad a veces, de simplicidad otras, incluso con una falsa etiqueta de obligatoriedad. Innecesario decir que estos suelen ser los peores, ya que del enemigo que ataca dando la cara te puedes defender, pero el que llega camuflado llegará a destruirnos sin que nos enteremos siquiera de su presencia.
Y la rutina es así. Como un río manso en apariencia pero de corrientes turbulentas, y que si caes a él, llega un momento en el que te cansas de nadar contra corriente y te tienes que dejar llevar para, al final, morir ahogado de aburrimiento y hastío. Imaginémonos una situación de agobio “¿insoportable?” que bien pudiera ser la nuestra. Pensemos que estamos atosigados bien por el trabajo, o por su carencia. Por una enfermedad, propia o cercana. Por cualquier otro motivo, sin que importe su tamaño, ya que nuestro deseo, que esa situación está hecho un vainazas, se encargará de magnificarlo. En esos casos la mayoría nos dejamos llevar por la indolencia y acabamos sucumbiendo irremisiblemente.
Dice Pessoa que la vida es como una posada en la que hemos de albergarnos hasta que llegue la diligencia del abismo. Gran verdad. Y puesto que así es, al igual que nos preocupamos de limpiar y adecentar nuestro habitáculo, hemos de hacerlo por igual con nuestro estado de ánimo. Un día lo maquillaremos con la resolución de un trabajo bien hecho. Otro le invitaremos a un aperitivo, como la visita a algún familiar. Le regalaremos una rosa, que pudiera ser la sosegada charla con un buen amigo. O le leeremos un hermoso libro si hacemos un viaje inesperado, a un remoto lugar, con la persona con la que convivimos.
Pero no hay que pararse nunca a escudriñar como es nuestro estado de ánimo. Hay que hacer caso omiso a la mente y poner en funcionamiento aquello que nos dicte el corazón. Mas tengamos buen cuidado de que este no piense lo que ha de hacer. En esos momentos, si el corazón pudiera pensar, se pararía.
No te rindas, que diría Benedetti con su fascinante verso. Sé valiente y comprenderás por qué cada día es distinto. Márcate metas, aunque sean pequeñas, alcánzalas, y notarás perfectamente y para tu regocijo, que todos los días son diferentes, aunque la mayoría de ellos se parezcan.

Mayo 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 21 de mayo de 2010