jueves, 9 de febrero de 2012

Tell me, my Heart...

Tell me, my Heart,…
Ramón Serrano G.
Para Carmen L.T.

Un poeta inglés, de cuyo nombre no consigo acordarme, escribió esto: Tell me, my Heart, is this be Love?...(Dime corazón, es esto amor?) Y pienso yo que aquél poeta, como todos los buenos poetas que en el mundo han sido, supo expresar, desde el fondo de su alma, las grandes dudas que en nuestra alma nos asaltan tantas veces, y que son uno de los grandes problemas que, en el discurrir de nuestras vidas, tenemos los humanos.
Porque todos sabemos que la humanidad ha ido (y va), aprendiendo a pasos agigantados cantidad de conocimientos, cifras, datos, definiciones y comportamientos, que le son muy útiles para el buen desarrollo de su hacer cotidiano. Que para una mejor, y más productiva, realización de su trabajo, como para sus desplazamientos y medios de comunicación, ha inventado máquinas y artilugios que hace tan sólo unas décadas eran impensables. Y que ocurre lo mismo con algunos oficios y profesiones, sobre los que el hombre de la calle ignora tanto su nombre como su actividad. Porque no sé usted, pero confieso que yo ignoro lo que hace un arquitecto de soluciones, y juro que conozco a alguien que vive y mantiene a los suyos siendo eso.
Resumiendo: hoy se tienen muchos más conocimientos que antaño, lo cual siempre es loable, aun cuando demasiadas veces lo aprendido nos sea de escasa o nula utilidad. De cualquier forma, repito, siempre es bueno saber que la sístole y la diástole pueden ser auriculares o ventriculares; cuál es el teorema de Pitágoras; la diferencia entre una redondilla y un soneto o que los ríos Tunguska son afluentes del Yenisei. Aunque uno sea carpintero, abogado, o taxista. Lo malo es cuando empleamos nuestro caletre para saber, “con precisión enciclopédica”, si el gol con el que el Atlético Escalerillas ganó la copa, lo metió “Pitu” o fue “Balbo”. O que el cantante del grupo rockero “Rest and Thres”, se llama Pak O’Diaz.
Pero es peor aún cuando no sabemos dar acertadamente con la definición de la condición o el estado anímico en el que nos encontramos nosotros mismos, o en el que se halla, o posee, alguien en concreto. Porque los conocimientos del mundo exterior, se aprecian fácilmente y siempre que acudamos a ellos, encontraremos los mismos síntomas y obtendremos los mismos resultados. El pintor logrará el color turquesa cada vez que mezcle cuatro partes de azul, con una de amarillo y una de blanco. Y el científico sabe que para conseguir el ácido sulfúrico -el compuesto químico que más se produce en el mundo-, ha de utilizar siempre la fórmula H2SO4.
Sin embargo no nos ocurre igual cuando queremos reconocer algunos sentimientos, ya se estén dando estos en nosotros mismos, o hacia un extraño. Para hacerme comprender mejor me voy a fijar en tres de estos sentires, mostrándolos desde las distintas perspectivas con las que solemos observarlos, pues en demasiadas ocasiones no acabamos de reconocer las sensaciones y las confundimos tratándolas de distinta manera a como debiéramos hacerlo.
Hablemos primeramente de la amistad, para decir que todos tenemos infinidad de amigos (al menos de eso presumimos) pero la mayoría poseemos muy pocos y, acaso, ninguno. Porque no se puede llamar verdaderamente AMIGO, así, en toda la extensión y eseidad del término, a aquél a quien conocemos desde niños, o al compañero de trabajo, o al vecino, tan sólo por esos motivos. Lo es, ese sí, la persona por quien todo lo daríamos, todo lo haríamos y a todo nos expondríamos, con tal de ayudarle y darle satisfacción. A quien consideramos tanto, o más, que si fuera un familiar, porque la auténtica hermandad no requiere lazos de sangre. Difícil es de hallar, pero dice el Eclesiástico (6-14), que quien lo encuentra, ha hallado un tesoro.
Seguiremos brevísimamente con la envidia, uno de los mayores males que pueden afligir al hombre, ya que, la mayoría de ellos, no sabemos alegrarnos con el merecido triunfo de otro, y al no poder alcanzarlo nosotros, pasamos de inmediato a menospreciar su éxito, a restarle importancia, y a malvivir amargados por el livor de no poder emular su victoria.
Pero, sin duda alguna, donde más se da esto de la confusión, o el difícil reconocimiento de una emoción, es en el AMOR. Profusión hay de casos en los que el cariño se confunde, o se disimula, por las más diversas máscaras, abalorios y valores que no le son intrínsecos. Así, aquél casó con aquella por su dinero. Este, dijo estar enamorado, mas únicamente buscaba la posición social, o la alcurnia, de su cónyuge. A esotro, no le atrajo de esotra más que la lujuria dada su exuberancia carnal, o, simplemente, su buen parecido físico. Ese de más allá, eligió a esa sin buscar otra cosa en su pareja que a alguien que le hiciese la comida y le limpiara la casa. Y los ha habido que… Pero a qué seguir poniendo ejemplos, si la mayoría son de todos conocidos, y todos sabemos que en ninguno de los ejemplos apuntados se halla reflejado lo que es verdaderamente el AMOR. Lo que en realidad es el AMOR.
Algo que sí debió querer decir aquél poeta inglés, de cuyo nombre no consigo acordarme, pero del que sí sé que debía estar muy cuerdo, ya que nunca los orates y sólo los juiciosos pueden amar con locura. Dábase cuenta el bardo británico que el auténtico cariño no podía estar basado en esas pobres menudencias citadas, sino que había de estar fundamentado en sentires y anhelos de mucha mayor enjundia. Por eso, y estoy plenamente seguro que fue por eso, escribió preguntándose a sí mismo: “Tell me, my Heart, is this be Love?... ¿Dime corazón, es esto Amor?.

Febrero 2012

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 10 de febrero de 2012