viernes, 11 de enero de 2013

Love me for ever

Love me for ever A principios del año 1948 se estrenó en España una magnífica película y por ella, por su causa, se expandieron, como un reguero de pólvora, millones de comentarios. Pero no fue la bondad del film, ni el espléndido trabajo de sus principales actores, Rita Hayworth y Glenn Ford, los que motivaron tantos y tan diversos chismorreos. Todo se debió a que la cinta, que tenía por título Gilda, fue calificada por la censura civil y la eclesiástica como ¡NEGRA! ¡Con un 4! Y ello, en aquellos tiempos, conllevaba la prohibición absoluta de su visión, bajo la pena de caída en pecado mortal, y, si no recuerdo mal, incluso de excomunión. Y el consiguiente morbo disparó todas las alarmas sociales. Pero, ¿qué ocurría en ella para que hubiese sido calificada de ese modo? Pues, para asombro de propios y extraños, nada más y nada menos que Gilda, la protagonista, cantaba dos canciones -Amado mío y Put he Blame on Mame- con movimientos, en ambas, demasiado sensuales. Además que, durante el desarrollo de la segunda, se veía, según decían, un strip-tease de la actriz, aunque, en realidad, únicamente se quitaba un guante. Y por último, que el actor propinaba después a su pareja una sonora bofetada. Por tales motivos, en todos los lugares, en cualquier sitio, no se hablaba de otra cosa, y esos múltiples cuchicheos llegaron a despertar en los que entonces éramos “diezañeros”, y en otros bastante mayores, adultos y senescentes incluidos, elucubraciones y sueños de todo tipo y naturaleza. Pero yo vengo a hablar hoy aquí, no de todos esos alborotos que la película propició, sino de una estrofa de la primera canción citada, que nosotros solemos también utilizar con excesiva frecuencia. Gilda pide en ella, repetidas veces, que la amen por siempre (..love me for ever..) lo cual no es más que una reiterada petición que los seres humanos también venimos haciendo insistentemente a lo largo de toda nuestra historia. Efectivamente, si algo nos gusta, si de algo estamos realmente satisfechos, si con algo pensamos que seremos felices en adelante, y sobre todo en lances de amoríos, lo pedimos y lo solicitamos con gran encarecimiento y para siempre. Y hacemos precipitadamente, muchas veces, demasiadas veces, un ruego o un ofrecimiento que anhelamos en ese instante, sí, pero que no sabemos si seremos capaces de cumplir en el futuro. Apuntemos un recuerdo para un refrán que aparece en el Quijote y que dice:.. promesas de enamorados son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir. Efectivamente, solemos dar, y exigir, ofertas de sentimientos o acciones harto trascendentes, sin habernos detenido demasiadas veces, ni por un instante, a pensar si podremos mantenerlas pasado el tiempo, bien por nuestra voluntad, o bien por ajenas razones. Y eso no debería ser así. Ofuscados por la consecución de algo pedimos y ofrecemos, demasiado “alegremente”, algo for ever Hay otra perspectiva desde la que debe observarse también la petición de la que vengo hablando, y esta es la de la oferta, y la esperanza, de la exclusividad. Pero, digo yo, ¿piensa en alguna ocasión el ofrecedor o el recibiente en el mantenimiento de ella in aeternum, y cuál va a ser su comportamiento si falta, o le faltan, a dicho monopolio? ¿Pedirá entonces disculpas o sabrá aceptarlas si se las ofrecen? Porque, a poco que observemos, podremos contemplar que hay actitudes para todos los gustos. Ya se sea sujeto activo o pasivo; si incumple o le quebrantan lo prometido; si es quien cae y quien ve caer, ¿por qué acaba descubriendo cómo él mismo, o el de enfrente, no quiere, o no es capaz de llevar a cabo lo que en otro momento juraba y perjuraba? Nos queda aún contemplar la actitud tomada por cada miembro del binomio, bien cuando se es el vulnerador, o bien si se sufre el incumplimiento de alguna promesa. Y aunque ocurre que no importa tanto el golpe sino quien te lo da, las más de las veces, la víctima y el transgresor suelen engrandar o aminorar su pena uno y su culpa el otro, lo cual, a fuer de ser lo común, no nos parece justo, pero sí lógico, ya que el ego suele aflorar por encima de la verdad. Es el egoísmo y la falta de memoria de un sujeto que antes pensó en dos y ahora lo hace en uno. Aquello de que la universalidad siempre parte de la particularidad. Finalmente contemplaremos la resignación de otros. Recordemos como ejemplo, el pensar de aquel individuo que decía: “Yo lo que pido es que no me engañe mi mujer; y si me engaña, que no me entere; y si me entero, que no me dé coraje”. Sí amigos, solemos pedir demasiadas veces una relación sempiterna. Ya lo hacía también Gilda a finales de los años cuarenta del pasado siglo. Ramón Serrano G.