viernes, 24 de diciembre de 2010

Todavia

Todavía
Ramón Serrano G.

Llevo un tiempo, ¿mucho o poco?, no lo sé, ni me preocupa averiguarlo, pero sí es cierto que en él me está costando un mundo llevar a cabo cualquier tarea. ¿Qué ocurre en este lapso, que me he vuelto más haragán o más poltrón que lo que he sido en toda mi vida? Creo que no. Es más, estoy seguro que no es eso lo que me ocurre, que las ganas de estar ocupado en algo útil son de las pocas cosas buenas que no me han abandonado. Debe ser, entonces, que a mi cabeza no llegan las corrientes necesarias para un normal desarrollo pensante. O que no sabe discernir correctamente entre las que recibe, y elige cómodamente y con poltronería las menos sacrificadas.
Lo que sé muy bien es que, como dije al inicio, llevo algunos días, bastantes días, que tengo gana de…nada. Apenas ha salido el sol y ya estoy deseando que vuelva a ocultarse para, en la oscuridad, seguir pensando en… nada. Y si mis cavilaciones acuden hacia algo, sé que será a un algo que no tendrá provecho. Si acaso a ciertas ideas que, en vez de sosegarme, me endilgarán una continua sensación de desvalimiento y abandono. De tal modo, que sea cual fuere la tarea que emprenda, considerable o menuda, relevante o baladí, tenga sus más y sus menos o sea pan comido, me faltan las fuerzas y quizás también los arrestos necesarios para su ejecución, Así pues, la abandono y me sumerjo en un abatimiento a veces, y en ocasiones en una disforia, que hacen que mi vivir sea de todo menos grato.
Para una mejor comprensión diré que dicho estado de ánimo es como el de aquella madre que espera, jornada tras jornada, que le llegue la carta que prometió mandarle su hijo desde el frente. Cada mañana sale a su puerta y ve que el cartero, inmisericorde sin saberlo, cruza ante ella sin dejar misiva alguna que le calme la ansiedad de saber si sigue vivo. Y la que no vive es ella, con la comezón que le produce la incertidumbre de cuál será el final de una situación tan desdichada.
Y todo eso duele. No sólo el encontrarme así, sino el saber que estoy dejando que se lleve el río de mis pesares los días que le quedan a mi vida y que podría aprovechar en tantas y tantas tareas beneficiosas para mi magín. Y me apena tener la mente como un calvero, vacía, sin árboles, ni montañas, ni vides, al menos algunas hierbas o, tan siquiera, un lagarto. Está rala, huera, lisa, pero no como una autopista, que los caminos llevan a muchos sitios, sino desertizada como un páramo, puesto que algo, o alguien, ha conseguido ermar mis pensamientos.
Por eso, en esa estadía, nos pasamos mi silencio y yo, mano a mano, en callado diálogo, horas y horas en una lucha inclemente por ver quien vence a quien, tratando yo de salir del pozo en el que el adversario me tiene hundido, mientras que él se afana, y lo consigue a menudo, tenerme sumido en lo profundo. Él, pugnando por mantener agarrotado mi pensamiento, sin permitirle el movimiento más mínimo, y procurando que se mantenga en absoluta calígine. Yo, sabedor del menoscabo que ello me causa, esforzándome una y otra vez, hasta tener agujetas en el alma, por vencer esa quietud y ese negror. Triste lucha es esta, a fe mía.
Ganas me dan en ocasiones de ser acomodaticio, darme por vencido, y amoldarme a este estado dañador. Pero no soy, no puedo ni quiero ser ecléctico, porque lo que me estoy jugando es la calidad de mi vida, o de lo que queda de ella. Y tengo buena conciencia de que eso no es una fruslería, una futesa. No es algo que no se consiga gastando unas simples monedas en la compra de un boleto para la rifa de una tómbola de feria. O un simple resfriado que te mantiene incómodo unas fechas, pero que pasa pronto. No. Sé muy bien que es lo más sustancial que he de hacer antes de que llegue a visitarme mi amiga “la descarnada”.
Podría, por otra parte, ser conformista y resignarme pensando en esos otros que han sufrido o tienen desventuras peores y más graves que la mía. Aquello de:…que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó. Pero me parece esta postura, a más de sonrojante, poco digna y lo que es peor aún, nada sanadora de mi padecimiento. Así pues intención, y mucha, tengo de sobreponerme a este desasosiego que me aturde, aunque no sepa en este instante la forma y la manera de llevarlo a cabo. Sí que sé, que los días transcurren en mi contra, ya que las jornadas se van apilando sobre mí, una, y otra, y otra, hasta constituir una losa densa y plúmbea, la cuál se va haciendo cada vez más difícil de eliminar. Tanto, que más pronto que tarde, puede que me falten las fuerzas para conseguirlo.
Pero yo sé, a fuerza de tanto desearlo, que no voy a continuar de esta manera. Fuerzas he de sacar, aunque me cueste, para lograr recomponer mi alma, obnubilada y mustia. Y empezaré hoy mismo, lo prometo, a mover y a utilizar de nuevo la mollera; a ahuyentar las cenizas que la quieren adentrar en la calígine; a ir, gradualmente y sin rempujos, rompiendo el anquilosamiento en que se encuentra; a que las nubes que oscurecen su cielo se dispersen. Y cuando lo consiga, y ¡ojalá! sea mas pronto que tarde, me encontraré a mí mismo, el silencio volverá a ser mi amigo y contertulio, y junto a él, retomando mi esencia, tendré otra vez una vida, si no feliz, al menos provechosa.
Y entonces, volviendo a ser quien fui, y si no igual, al menos con cierto parecido, podré reconocerme y decir: “C’est moi…encore”.

Diciembre de 2010