jueves, 17 de noviembre de 2016

Saber elegir

Está dicho hasta la saciedad, y comprobada su certeza hasta dos saciedades, que leer (y sobre todo a los clásicos) le concede al hombre una serie de conocimientos enormes y le abre unas posibilidades y temas de pensamiento increíbles. Entonces vengo a exponer hoy aquí lo que hace poco me sugería la lectura de un poema de Francisco de Quevedo, quien, a través de dos renombrados poetas, Gregorio Silvestre y Barahona de Soto, nos hace saber lo que aquél preguntó a este, consulta que transcribo: -Si alguno fuese en un barquillo con dos mujeres, que a la una quisiese él y ella le aborreciese, y a la otra aborreciese, amándole ella; siendo forzoso echar una a la mar, ¿a cuál elegiría. Después, el insigne escritor discurre el argumento en un magnífico soneto y pone su determinación juiciosa, argumentando con una maestría admirable, como no podría ser de otra manera, la actitud del sujeto en cada una de las actuaciones posibles, y, anteriormente apunta: -Elige el morir amando, por no dar muerte a la Amante, o a la Amada, hallándose en peligro de haber de morir alguno. Es sabido que tener que escoger entre una cosa u otra, entre este o aquel, entre obrar o estarse quieto, es a veces normal e incluso sencillo, pero en otras supone un trance muy difícil de superar dignamente. Y esto es así porque en todos los planteamientos siempre hay una serie de condiciones, circunstancias o detalles que dificultan o cuando menos, no hacen que sea cómodo elegir. La decisión dependerá también de muchas coyunturas: que sea o no, irrevocable, trascendente, decisiva, etc. etc., y así podríamos seguir poniendo adjetivos mucho rato. Significar además, tan sólo, que muchas veces no se toma una determinada postura satisfaciendo los propios gustos o intereses, sino que, en ocasiones, uno decide hacer lo que le gusta a los demás, y, curiosamente, en un gran número de casos, al hacer esto se acaba siendo feliz. Pero volvamos al caso con el que iniciamos este escrito, pues, en verdad, el planteamiento es sugerente y admite razonamientos muy dignos de ser estudiados detenidamente De este modo, puestos ante una situación en la que el individuo se halla en la tesitura y necesidad de tener que optar por aquello que a él no le satisface pero agrada los demás, o bien todo lo contrario, lo que para otros es detestable, pero a él le place. En suma y simplificando, ser altruista o egoísta, tenerse que decidir por el bien ajeno o por el propio. Fácilmente comprobamos que hay diversas alternativas y, por ello, trataremos de enumerar alguna de las posibles actitudes a tomar. En primer lugar, y brevemente, hemos de reconocer que el egoísmo nos otorga un placer inmediato, puesto que nos entrega ipso facto aquello que nos place. Es la alegría de la victoria, la satisfacción de haber conseguido lo que se pretendía. Pero, sin embargo y pese a ello, siempre nos deja una desazón, un reconcomio, por no haber renunciado a nuestro gozo en beneficio del ajeno, que viene a enturbiar la dicha del triunfo conseguido, por lo que no es completa nuestra felicidad. Pero detengámonos ahora un algo en hablar del altruismo, que es, simplemente, conseguir el bien ajeno aun a costa del propio. Y esto, al decir de mucha gente, es magnífico, tanto que, hace muy poco, una fundación del Reino Unido habla de que es beneficioso para la salud mental. Lo que sí está más que demostrado es que nos lleva a no obsesionarnos con nuestros problemas, aumenta la autoestima de modo considerable, es una gran ayuda contra la soledad y el aislamiento, amén de conducirnos a una agradable integración social. Repito que hay una gran cantidad de opiniones descriptivas o determinadoras de la esencia y las consecuencias de esta manera de obrar. Tres breves citas. Leibniz lo describía así: “desear más la felicidad de otro que la tuya”. Goethe aseguraba que: “una persona buena es feliz con los triunfos de los demás y se alegra del bien ajeno como si fuera propio”. Y la francesa George Sand decía algo parecido aunque lo circunscribía al amor: “Te amo para amarte y no para que me ames, ya que nada me complace tanto como verte feliz”. Por otra parte, opiniones anónimas, sentires y pareceres del hombre de la calle, los hay también en abundancia: se es más feliz haciendo que lo sean los demás; es mejor obsequiar que recibir obsequios; amar es olvidarse del yo; ser generoso es una característica de los espíritus nobles; la generosidad es la sublimación del egoísmo; tan bueno es dar sin recordar si se ha hecho, como recibir sin olvidar el beneficio que nos han concedido con la dádiva. Y así podríamos sacar a colación infinidad de ellos, pero no parece necesario ya que, en el fondo, todos sabemos lo que eso supone. Por todo lo expuesto, se puede decir con toda rotundidad que el alma de quien haya sabido renunciar a la dicha, logrando con ello que esta haya acudido a la de otra persona, parecerá que está compungida, pero sólo en apariencia, ya que en el fondo estará absolutamente feliz. Y sin embargo, aquél que llegue a conseguir algo, si esto es dictaminando que otros no lo alcancen o lo pierdan, se mostrará radiante ante las gentes, pero nunca lo olvidará, y su espíritu estará siempre afligido al recordar que llevó a cabo una acto astroso. Ramón Serrano G. Noviembre 2016