sábado, 16 de diciembre de 2017

Antes o después

No he sabido nunca qué se debe hacer ante el disfrute, el consumo o el uso de algo, siempre, claro está, que esto no sea de una importancia trascendente, tanto para bien como para mal, o la acción o la pasividad puedan ser seguros acarreadores de problemas. Por lo que también afirmo ignorar si se debe elegir para la actuación primero lo que nos parece que es mejor, o más rico, o más bello, dejando para posterior ocasión lo que tiene menos cualidades o, por el contrario, es preferible reservar para el final aquello, dando fin de esto al comienzo. En un principio parece ser lo lógico que el hombre, sin caer en el hedonismo, trate de encontrar un cierto placer en cualquiera de sus actividades, sean estas del tipo que sean, pero también lo es que quiera hacer lo mejor para sus intereses, ya físicos o anímicos. Entonces, lo que se me plantea es la duda de cuál debe ser el comportamiento adecuado y, no sólo, que este sea correcto y aconsejable a más de deleitoso. Valgan como ejemplos algunos casos que pueden conllevar estas situaciones: si en la visita turística a un lugar es preferible contemplar a primera hora lo que creemos o. sabemos, que es de mayor atractivo, o posponer su disfrute para después; si en la lectura o audiencia de las noticas que recibimos hay que enterarse antes de las malas o de las buenas; la elección de qué parte del coto es por la que se debe comenzar a cazar, o si en el consumo de algún alimento debe tenerse como primordial lo de más “calidad” o apariencia, en vez de aquello que podría llamarse menos apetitoso o de inferior categoría. Un ejemplo más concreto que nos lleva a una situación cuando menos curiosa: un individuo se está dando “el gozo” de tomarse unas gambas y cuando ya sólo le quedan en el plato dos, una mediana y otra grande y hermosa, ¿cuál de ellas ha de comerse primero? ¿A quién no le ha ocurrido esto o algo parecido? Sé la anécdota de un buen señor, del que tengo muy agradable recuerdo y padre, además, de un gran amigo, quien en cierta ocasión, al ver en un bar a un conocido tomándose una cigala en la barra, y que este, habiendo ya chupado la cabeza, estaba dando cuenta de las patas, con lo cual había preferido dejar para el final la ingesta de la cola del crustáceo y la tenía reservada en un plato, por lo que le dijo:- Creo que haces mal, porque si ahora por cualquier motivo, como que te sientas indispuesto, que accidentalmente se caiga, o que llegue un “gracioso” la coja y se la coma, te habrás perdido lo mejor. Sin tratar de magnificar este dilema diré que parece ser más prosaico, aunque más práctico, aquello de elegir en primer lugar lo mejor y al hacer lo contrario se lo podría calificar como idealista; que lo uno es ir a lo seguro, mientras que esto otro es incierto pero más ilusionante, como algo embriagador de sueños y anhelos. Tratando de aclarar esta duda he buscado bastante por ver si encontraba opiniones o razonamientos que me sacaran de ella, pero sólo he dado con unos dichos populares sobre estas dos actitudes que nos ocupan. Uno de ellos hace referencia al problema al aconsejarnos que los malos tragos es mejor pasarlos cuanto antes, o pronto, lo que lleva implícito, no tanto que hay que tener decisión y firmeza ante las situaciones difíciles sino también el aviso, por la duda, de que no habremos luego la fuerza que ahora se tiene, aunque me da la impresión de que no es este el caso a lo que ello hace referencia. Pienso que, y aunque esto sea enfocarlo desde un prisma más trivial, al tomar esta postura se lleva a la práctica que lo comido es lo seguro, que lo ya conseguido no se puede perder, ya que después quién sabe lo que pueda ocurrir. Aquello de llevar a hacer realidad lo de que me quiten lo “bailao”, yo voy a pasarlo bien y a disfrutar de la vida, que luego ya veremos. Y cabe incluir aquí, aunque ello puede que sea lo menos habitual, al egoísta que ve que él tiene ahora ante sí lo más sustancioso mientras que al de enfrente sólo le queda lo de mayor dificultad o lo de menos valía. Por otro lado, con la otra postura se demuestra haber una gran esperanza de que se ha de llegar, así como el deseo de que quede en nosotros un buen recuerdo del trance, lo cual tampoco es del todo exacto, porque en muchas ocasiones se mantiene en la memoria tanto lo bueno como lo malo, aunque también, y al decir de muchos, lo último que se hace es lo primero que se olvida. Pero lo que sí parece enormemente cierto es que al final se hallará la dicha, y que tiene una gran similitud con la vida: hay que trabajar duramente, pasar los tragos peores en primer lugar, ya que después vendrá la recompensa y se disfrutará de las mieles. Y así en todas las facetas de la existencia: cultura, trabajo, amor, familia, etc. Ante las dos posturas, la del que prefiere la certeza del hoy a la inseguridad del luego, y la de quien opta por lo peor y mantiene la esperanza de un después enormemente agradable, no soy capaz de emitir un juicio valorativo -o prefiero no hacerlo-, y pienso que todo va en gustos. Y siendo así, ¿alguien podría decirme razonadamente qué es mejor hacer primero en ciertas ocasiones? Ramón Serrano G. Noviembre 2017

La capacidad

Sabiendo que muchas palabras tienen distintas acepciones, a veces, hay que tener mucho cuidado al utilizarlas, o mejor dicho, dejar muy claro a cuál de ellas nos queremos referir cuando las empleamos. Nuestro idioma acoge una gran cantidad de términos, cada uno de los cuales posee muchos o varios sinónimos, lo cual lo enriquece y mucho, pero ello conlleva la tremenda dificultad de saber elegir el más adecuado en el adecuado momento. Dicho esto, vayamos al vocablo sobre el que quiero escribir ahora y que no es otro que capacidad. Éste, según el D.R.A.E., significa en primer lugar cualidad de capaz, y éste, a su vez, posee varios significados entre los que se encuentran: que tiene ámbito o espacio suficiente para contener otra cosa; que es grande o espacioso; con talento o cualidades para algo; que puede realizar expresamente una determinada acción y otras varias que no voy a relacionar puesto que es a la última, a la que alguien puede llevar algo a cabo, a la que quiero referirme. A esta circunstancia quiero añadir otra que desde hace mucho tiempo se ha impuesto en el comportamiento, en la manera de proceder, de la sociedad actual. Hoy en día, al ser humano no le basta, no está conforme con realizar una determinada obra, sino que además, esta debe ser la de mayor tamaño, la que se ha ejecutado con la mayor rapidez, etc., etc. Hoy, que una producción consiga incluirse en el libro Guinness, suele ser lo que más importa tanto al autor como a la sociedad. Así pues, adelanto que vengo a proclamar las inmensas cualidades de una cosa en concreto y su aventajamiento con todas otras con las que podríamos compararla. Creo sinceramente que he cortado mucha besana en este trabajo, pero como igualmente pienso que contiene la mayor verdad que he dicho desde que llevo escribiendo estos mis pobres artículos, voy a atreverme con él, a sabiendas, repito, de ser conocedor de sus muchas y grandes dificultades, y haciendo constar que los logros y consecuciones a los que voy a referirme son siempre en el ámbito espiritual y nunca en el material. Para empezar diré, como ya lo he hecho en varias ocasiones, que el hombre es hedonista por naturaleza y esta actitud vital es plausible siempre y cuando tenga como fin que el conseguir sus deseos no conlleve perjuicio o deterioro para otras personas, sean estos del tipo que sean. Para mí el epicureísmo es bueno, muy bueno, en tanto en cuanto se aspire con él al bienestar de la mente que no tanto al del cuerpo. Voy así a dar una escogida relación de situaciones con las que, al ejercitarlas, se suele alcanzar la felicidad, eso sí, en un mayor o menor grado dependiendo de las características de cada persona, porque todas aquellas coyunturas cuentan entre sus propiedades la de proporcionar al ser humano una dicha inmensa y auténtica. Pienso que estaremos de acuerdo en que la lectura de un buen libro, la contemplación de un cuadro, la asistencia a un espectáculo teatral o musical, y podría enumerar otras varias, tienen la capacidad de hacernos dichosos en un gran modo. La consecución de una titulación o de un negocio con el que podamos ganarnos la vida honrada y noblemente conlleva la ventaja de concedernos una gran dicha tras la satisfacción de haber sabido cumplir con el deber propuesto, la comprobación de que se tiene validez para llegar a una meta que no todo el mundo consigue alcanzar. También tiene la eficacia necesaria para hacernos felices el llenarnos de las siguientes virtudes, y hacer constantemente profesión de fe de todas ellas: integridad, con lo que los demás confiarán en nosotros; honestidad, que se alcanza con el cumplimiento de las obligaciones, según dijera Cicerón; humildad, como la de Moisés, quien no dejó que el poder se le subiera a la cabeza; generosidad, ayudar a los demás, pues quien lo hace, según Tolstoi, se está ayudando a sí mismo; aprovechar el tiempo, llevar a cabo el carpe diem del que nos hablase Horacio. Y para finalizar, traeré a colación dos actitudes que son, a mi juicio, las más importantes y que nos otorgarán los mayores beneficios y satisfacciones. La primera es aprender, seguir aprendiendo sin dejarlo día tras día, pues, aunque mucho sepamos, es muchísimo más lo que desconocemos. Mahatma Gandhi afirmaba que hay que seguir aprendiendo como si fuéramos a vivir para siempre. La segunda es que debemos conseguir tener amigos, pero amigos de verdad no simples conocidos, y rodearnos de ellos y con ellos convivir a todas horas, y de ellos aprender y beneficiarnos de su generosa naturaleza. Aristóteles dijo de la amistad que es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas. Y hasta aquí una relación de actitudes y comportamientos que son aptos para realizar la acción de otorgarnos la felicidad con total seguridad. Pero ninguno de ellos tiene ni el 50 % de la capacidad que sí posee lo que sigue para conceder, a quien es capaz de lograrlo, la mayor alacridad que imaginarse pueda. Porque sí que hay algo que le proporciona a un hombre la mayor ventura, una dicha indescriptible, una satisfacción totalmente insuperable que todo lo anterior, y ello es lograr que una determinada mujer lo mire de una determinada manera en un determinado momento. ¿Qué capacidad tendrán los ojos de algunas mujeres? Ramón Serrano G. Diciembre 2017

viernes, 1 de diciembre de 2017

Trabajar y bien

En la vida de los seres humanos hay varios apartados, episodios y estadíos, realmente trascendentes para el buen desarrollo de la misma. Como tales podríamos hablar de la educación, la familia o la amistad. Aunque además hay otros que debemos tenerlos muy presentes, que siendo, también muy significativos, no llegan a tener la importancia de los citados en primer lugar. Estos últimos podrían ser, por nombrar algunos, los cumplimientos sociales, las aficiones o la satisfacción de tener un determinado lugar de residencia. Como se puede suponer, en ambos apartados me he limitado a enumerar algunos de ellos, porque tratar de hacer completa la lista, aparte de imposible, me llevaría a salirme de los límites de extensión lógicos y habituales. Sin embargo, estoy completamente seguro de que alguien ya habrá echado en falta, en el primer grupo, algo tan significativo como el trabajo. Y habrá hecho bien porque la faena diaria es de las cosas más sustanciales y relevantes que cada persona ejerce a lo largo y ancho de su vida. Es la ocupación con la que ellas ganan su sustento y, en bastantes ocasiones, el de los suyos, y yo lo he postergado porque sobre él va a versar este escrito. Y antes de continuar, quiero recalcar que éste, junto a la familia, la educación o el adiestramiento y la amistad, constituyen los pilares fundamentales y prioritarios para disfrutar de una vida digna. Me voy a permitir hacer cuatro citas de cuatro muy famosos personajes que, analizándolas aunque sea someramente nos pueden llevar a una mayor comprensión de lo que es la tarea y la labor diaria. “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”, manifestó Confucio. Aristóteles afirmaba: “Lo que con mucho trabajo se adquiere, mucho se ama”. Gorki decía: “Cuando el trabajo es un placer la vida es bella, pero cuando nos es impuesto la vida es una esclavitud”. Y finalmente traeré a colación aquello de “dichoso aquel que mantiene un trabajo que coincide con su afición”, según mantenía Bernard Shaw. Veremos ahora que en la faena, como en todo, cabe la “obje” y la subjetividad, lo que hace que pueda ser, o parecer, de la más distinta clase y condición. Así el riesgo de accidente, las condiciones en las que se ejercita, la duración, y así podríanse enumerar muchos otros condicionantes, hace que este trabajo sea más duro que aquel, conlleve más riesgo, o sea más liviano, sin olvidar que se da en muchísimos casos que lo que para uno es difícil o arriesgado, para otro puede convertirse hasta en rutinario, llegando a mutar las condiciones naturales del mismo. Quiero referirme ahora a una actividad en concreto, pero antes deseo fervientemente volver a rendir homenaje de loa y agradecimiento a tres trabajos por los que siento la mayor admiración. Lo he hecho y lo seguiré haciendo tantas veces pueda. Me estoy refiriendo a la enseñanza, a la medicina y al sacerdocio. No sé si habrá alguien que lo recuerde (para mí sería un honor que lo hubiera), pero en enero del año 2000 publiqué en este mismo periódico un artículo titulado, Los tres dones, en el que traté de rendir honores a aquellas únicas personas que en los pueblos solían tener don: el Maestro, el Médico y el Cura. Y la actividad aludida en el párrafo anterior, no es otra que la del periodismo, o sea, el tratamiento escrito de la información por la publicación constante y regular de noticias, pensamientos o reportajes sucedidos en el mundo, en una nación o en una determinada zona. Mirado con detenimiento es un trabajo realmente complicado y al que pienso que se le debe rendir la mayor loa y encomio, y yo proclamo que así lo hago, siempre que sepa cumplir con unas determinadas condiciones que son, a saber: honestidad y sinceridad. Lo considero tremendamente dificultoso y esa complejidad no se ve agrandada o empequeñecida porque el periódico sea de un ámbito local, provincial o nacional, o porque su publicación sea diaria, semanal, quincenal, etc., sino porque la dirección del rotativo sepa hacer llegar a sus lectores lo que estos esperan de ella, que pueda apagar con su información sus ganas de saber. A este respecto, me cabe decir con la mayor satisfacción, que nuestro querido Tomillares ha tenido muy bien cubierto ese menester a lo largo de muchos años del pasado siglo y todo lo que llevamos de este, afortunada cobertura de la que no han disfrutado un gran número de ciudades. Así Francisco Martínez Ramírez, el tío Paco, fundó el periódico El Obrero en 1903 y fue su director durante seis años; El porvenir apareció en 1905; en 1919 salieron El ciudadano, La verdad, Regeneración e Hidalguía; La opinión en 1931; en 1932 Júpiter y El defensor; Cruz roja y La voz del pueblo en 1934; Albores de espíritu desde 1946 a 1949; Justicia y caridad en 1951; desde 1958 hasta 1963 Luz de Tomelloso; Voz de Tomelloso en 1964 hasta 1967 y en 1992 este nuestro El Periódico del Común de La Mancha que espero perviva muchos, muchos años. Para ello trabajan, y muy bien, los componentes de su plantilla. Ramón Serrano G. Noviembre2017

Ver y escuchar

¿Se han detenido ustedes alguna vez a pensar en la cantidad de egotismo que somos capaces de albergar la mayoría de los seres humanos? Para darse cuenta de ello no hace falta estudiar mucho ni realizar profundas investigaciones ya que la historia cotidiana está llena de sucesos de ese tipo y todos conocemos multitud de casos que así lo demuestran. ¡Cómo no vamos a conocerlos!, si en muchos de estos hemos sido nosotros mismos los protagonistas. Y no sólo en actos de egolatría, sino que, además, solemos actuar en bastantes ocasiones con una insinceridad enorme en aras de disimular nuestro engreimiento. De cualquier forma, ruego que admitan que a escribir estas líneas me lleva más la ecuanimidad que el pesimismo, aunque este también esté presente. Digo esto, porque a poco que echemos un vistazo a tiempos antiguos, a otros no tan lejanos e incluso al presente, comprobaremos que siempre y en todo lugar hubieron, y hay, reyes, dictadores, políticos y gentes no tan conocidas y encumbradas que se preocuparon en exceso de tener una vida “placentera”. Esto podría parecer que está dicho en pasado, pero diría con igual justicia que el mayor empeño de algunos de los citados, en la actualidad, es conseguir que a su lado Creso fuese un indigente. Pero no es a eso a lo que quiero referirme hoy, pues si tuviese que hablar sobre el desmedido afán de muchos en hacerse de oro en cuanto acceden a un cargo, necesitaría más de un año y alrededor de medio millón de artículos. Estas gentes a las que antes aludía obran… como todos sabemos que lo hacen, y a qué ponernos malos cuerpos citando nombres y detallando casos archiconocidísimos. Ellos, y quienes les aceptan su proceder, quieren justificarse, y lo hacen, mala y desvergonzadamente, amparándose en la cantidad exagerada de sujetos que han obrado de un modo similar. ¡Qué absurdo el querer justificar una mala acción diciendo que hay muchos que también la cometen! No daré nombres, ya digo, pero sí citaré lo que me ocurrió con una persona a la que comenté el bochornoso proceder de un familiar de cierto vicepresidente del gobierno. -¿Pues qué ha hecho de malo?, me preguntó, a lo que le repuse: -¿Que qué ha hecho? Robar descaradamente, y él lo quiso justificar de inmediato manifestando: -Son tantos los que roban, que por uno más…¡Habrase visto disparate! Sí, saben que han obrado mal, pero su narcisismo y su impudicia les llevan a tratar de justificarse, no reconociendo su error, que eso nunca, sino tergiversando circunstancias, inventando causas o motivos, mintiendo en suma para no tener que avergonzarse de sus deshonestos actos. Por otra parte sabemos que hay cargos y profesiones que, además de la dedicación extrema y probidad en su ejercicio, comunes a todo trabajador en el desarrollo de su tarea, llevan inherente un comportamiento decoroso y exento de cualquier tipo de falta, no sólo en el tajo, como es lógico, sino también cuando se está fuera de él. Imanes, sacerdotes o rabinos, médicos, maestros, profesores, jueces o militares, saben bien que su proceder ha de ser intachable, y no sólo en el ejercicio de su profesión, sino que, además, ha de serlo fuera de su actividad. Si un comerciante, un obrero, un agricultor o un administrativo cometen una falta, están atentando, no sólo contra su prestigio personal, sino además contra su negocio o su puesto de trabajo, pero siempre sobre algo personal, exclusivo del actor. Los otros obran siempre, SIEMPRE, en función de la magnificencia de su cargo, o de la ciencia, o del credo que defienden, y del que y para el que viven. Un poco aquello de que no es suficiente con que la mujer del Cesar ha de se honesta, sino que también tiene que parecerlo. Sin embargo, es evidente, que ese elitismo -haciendo constar que utilizo el término en su mejor versión-, tanto en el rigor enjuiciamiento popular como en la actuación de la otra parte, se está reduciendo grandemente en los tiempos que corremos. Siendo muy escasos mis conocimientos de sociología, pienso que esta aminoración que puede ser comprobada fácilmente con sólo ver y escuchar el comportamiento de los ciudadanos, quizás sea debida a que está habiendo una importante relajación de costumbres por parte de todos, y que afecta enormemente a todo el mundo. Y que es debida al intento de equipararse los unos con los otros, pero eso sí, por lo bajo, por lo cómodo, no hacer un esfuerzo para subir sino que bajen ellos. Pienso que la tan traída y llevada globalización nos ha llevado a ello. Se ha masificado no la auténtica cultura, que también pero escasamente, sino unos relativos conocimientos adquiridos con la enorme importación de palabras, la forma de decirlas y el excesivo, y no siempre adecuado, uso de los aparatos electrónicos. Vamos a tutear, a cambiar los modos de vestir, a meternos en la vida de los famosos haciéndolos habituales de la prensa del corazón y otros medios de comunicación. Y además, pero este ya es otro tema, a muchos de ellos no les importa, lo están deseando, porque es uno de sus “medios de vida”, y no el menos importante. Ramón Serrano G. Diciembre 2017

jueves, 2 de noviembre de 2017

Por caridad

Una de las malas situaciones en las que puede hallarse un ser humano a lo largo de su vida tal vez sea la de la indigencia y, pese a ello, es una de las lacras que más ha azotado y sigue castigando a la humanidad, habiendo sucedido en todo tiempo y lugar, aunque vemos que ha estado más o menos desarrollada según en qué países y épocas. Es un fenómeno sociológico que oficialmente no se puede prohibir, aunque muchas veces se haya intentado hacerlo, y siempre contra la mendicidad pero casi nunca contra el hambre. Es cierto que en ocasiones puede incluso ser peligroso cuando es ejercida por personas errantes o desconocidas que, incluso, llegan a traspasar los límites del delito, pues al no lograr la piedad con sus peticiones alcanzan a veces la intimidación y la amenaza. Son los menos, afortunadamente, pero casos se han dado. La descripción del mal es sencilla y conocida por todos. Sin querer aludir a los que intentan, y muchos consiguen, vivir de la pedigüeñería simplemente por no querer trabajar, diremos que ello se produce cuando una persona privada de cualquier clase de bien, y sin posibilidad alguna de alcanzar el más mínimo ingreso, carente de medios para vestirse o alimentarse, se ve en la penosa tesitura de tener que mendigar, o sea, solicitar en la calle favores o bienes de diversos tipos para subsistir. Y esto ha de hacerlo habitualmente, y por desgracia y en la mayoría de las ocasiones, con importunidad, hasta con humillación y siempre con un futuro cinéreo. Pero eso es el abc, el catón del penoso ejercicio, ya que luego hay verdaderos manuales y tratados extensísimos sobre las mil y una maneras de practicarla para obtener un mejor rendimiento. El arquetipo que todos conocemos , digamos que el más común, es el del individuo, mujer u hombre, que acude a un sitio habitualmente transitado y ruega una almosna para su sostenimiento. Ver su candajón ejercicio es algo desagradable y las malas lenguas llegan a decir que existe una especie de código establecido entre ellos y para ellos, por el que cada uno tiene reconocido, y normalmente respetado, un horario y un lugar en el que llevan a cabo su penosa tarea. Esta actuación, como tantas y tantas otras en la vida, la llevan a cabo dos partes a los que no voy a llamar sujetos activo y pasivo porque ambos tienen que realizar alguna acción y no ejecutar otras. Están aquél que mendiga y quien entrega su óbolo. Quien por esta o aquella razón hay quien acude a la generosidad ajena para cubrir sus necesidades y quien, por esta razón o aquella, alivia con su dádiva un algo los menesteres ajenos. De los primeros no voy a ocuparme por distintos motivos que prefiero callar, pero sí lo haré, aunque sea someramente de los segundos. Sobre aquellos que sintiéndose generosos entre una dádiva y sobre las condiciones en las que estos practican, o deberían hacerlo, sus actos caritativos. Y aquí, como en tantos y tantos actos de la vida, pienso que se debería escuchar y seguir una vez más el consejo de Antonio Machado: “… que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas” Pero dado que sobre el acto de dar una caridad a un menesteroso se ha escrito tanto, y algunas veces tan bien, que mi tarea ha de ser más recopilatoria que creativa, o sea, hacer un no muy extenso compendio de algunas aseveraciones al respecto. Así, se ha dicho que dispensar limosna no arruina ni arruinó nunca a nadie. Que estas hay darlas sin “tambor”, lo cual es una popular manera de expresar aquel aserto de Mateo (6.3) que afirma que si das limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Que son los hombres de mal corazón los que se sienten conciliados dando una ayuda. O aquello que Nietzsche dijo: “si sólo fuese la piedad lo que mueve a los hombres a ser caritativos todos los mendigos hubieran muerto ya de hambre”. Ahora, y tratando de hablar con un sentido un tanto más profundo, exponer que un mendigo da pena, pero da mucha más pena ver un rico glotón o avaricioso. Que quien da de corazón no hace preguntas pero, sin embargo es muy común que se diga a menudo: -¿A ver qué vas a hacer con esto que te estoy dando? Que la experiencia demuestra que el niño que pide limosna tiene muchas posibilidades de acabar siendo un delincuente. Que mucho mejor que dar limosna es procurar, y no digamos ya conseguir, que el necesitado viva sin tener que pedirla. O, y por último, que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Hay también, y no quiero olvidarme de ellos, otros muchos pobres de solemnidad, o al menos algunos, que suelen recurrir a las organizaciones humanitarias para que les ayuden, pero estas, aun siendo unas entidades que cumplen perfectamente la misión para la que han sido creadas, están tan saturadas de demandas que aunque entregan lo inimaginable, no alcanzan a cubrir, ni con mucho, las demandas que reciben. Desde aquí, y para ellas, mi sincero aplauso y reconocimiento. Ramón Serrano G. Noviembre 2017

viernes, 20 de octubre de 2017

Las flores (bis)

Hace unos meses, en el curso de un escrito en el que me refería a ellas, dije que no quiero flores cuando muera, y aclaraba que este repudio no se debía a que no fueran de mi agrado, (siempre he manifestado que les tengo una gran admiración), ni a que estuviera en contra del sentimiento de cariño o respeto que se ponía de manifiesto con ese exquisito testimonio, sino porque creía que el importe de ellas tendría un mejor destino si se gastase en obra benéfica alguna. También porque pienso que los detalles hay que tenerlos en vida, y lo otro es a veces aparentar ante los demás un dolor en unas ocasiones cierto y en otras de fingimiento. En aquellos entonces alguien tuvo la gentileza de contestarme a esto diciendo que, en realidad, el motivo de esta ofrenda floral a los difuntos era debido a la creencia de que las flores se marchitan, pero sus simientes vuelven a generar vida. Me pareció bonito y agradecí el detalle, aunque para mis adentros discrepé en parte del razonamiento y me quise convencer a mí mismo pensando que todo lo que sea una atención hacia otro estaba bien y más si se realizaba mediante un presente de tanta hermosura. Porque sabiendo que todo lo que sea delicado es digno de admiración y cariño, si además de eso es bello (y las flores son bellísimas) casi no debería hablar más de ellas, porque me faltarían palabras para ensalzarlas debidamente. Son, desde luego, uno de los productos más variados y bonitos de la madre Naturaleza, habiéndolas de todo tipo y condición. Por estos lares sólo conocemos algunas mientras que no se dan por estas latitudes, aunque sin necesidad de irnos lejos, sabemos todos que dentro de nuestro propio país son diferentes en el norte que en el centro o en el sur. Las hay que son generadoras de frutos y las que no sirven para el deleite de la vista y de la mente. Pero la cultura floral en esta España mía, esta España nuestra, es muy diferente de la del resto del mundo. Aquí las flores se suelen cultivar en los hogares en macetas y en pocas ocasiones se ofrecen en ramos. Aquí, y para nuestro exclusivo disfrute, se adquiere un 0,0001 % de la producción, mientras que en Holanda, Francia o Inglaterra, se encuentran además de en las tiendas destinadas a ello, en tenderetes y puestos de todos los mercados, y la gente, en su presupuesto para la compra diaria, siempre tiene un apartado para su adquisición para tenerlas luego expuestas en el salón, la mesa, o cualquier otro rincón de la casa. De cualquier manera, en todos los lugares se reconoce que son uno de los componentes más venustos de este mundo, y que en aras de su belleza natural y de su esencia, como primera aparición de lo que luego, en muchas ocasiones, será un fruto, la realidad es que siempre las flores han atraído de manera especial a los humanos de todos los tiempos, e incluso les han servido como medio de comunicación ya que, siendo todas muy lindas, cada una de ellas tiene su propio lenguaje con el que nos llegan a transmitir un distinto mensaje. Deténganse en repasar los antiguos escritos que hay sobre el jacinto, el laurel, la amapola o el narciso, y me refiero a estas por hablar de algunas, aunque podría hacerlo de muchas más. Si miramos la historia, esta nos dirá que ya tuvieron su importancia en el antiguo Egipto, la Edad Media o en el Renacimiento, aunque fuese mucho después, sobre todo en la época victoriana (fue Carlos II de Inglaterra quien, recopilando fuentes desde Asia a Europa, nos acercó a este arte), que se empezó a utilizar el obsequio de flores como mensaje codificado, como método cifrado, si no esotérico, sí revelador de unos sentimientos íntimos que se querían hacer patentes y que no estando al alcance del conocimiento de todos sino tan sólo de quienes sabían su significación, se hacían llegar a su destino de esa gentil manera, ya que de otra hubiese sido imposible sin caer en habladurías de todo tipo. Es sabido que hay en ellas una excelente manera de expresar lo que hay en el interior del regalante y lo que este quiere transmitir al receptor. Puede hacerse por una combinación de colores, pero la más sabida se basa en la entidad de cada una. Y con las limitaciones sabidas, y hablando sólo de algunas relacionadas con el mismo tema, diré que el girasol significa adoración, la cala belleza, el azahar castidad, el crisantemo fidelidad, la peonia deseo y la rosa roja amor. Existe un lenguaje de las flores que ya expliqué entonces, extenso y variado pero conocido por muy pocos. Y es una pena, porque un mensaje con ellas es siempre mucho más emotivo y agradable que los que se reciben por WhatsApp. Pero los tiempos y los usos mandan. Ramón Serrano G. Octubre 2017

jueves, 5 de octubre de 2017

El futuro

Es indudable que cuando uno tiene que enfrentarse a los más arduos problemas debe prepararse muy a fondo y cuanto más lo haga, y más se pertreche, mejor. Por ello, una de las preocupaciones más antiguas del hombre, y por ende una de sus muchas ocupaciones, ha sido la de rasgar los velos del futuro y tratar de adivinar qué le ha de traer el porvenir. El porvenir, o sea, aquello que el poeta Ángel González describiera como el por venir, porque no viene nunca. Esta práctica, por otra parte completamente inútil, era muy lógica ya que se pensaba que conociendo el camino venidero y los posibles problemas que este habría de mostrar, era mucho más fácil solventarlos. Mil y una maneras había de practicar la futurología, y a todas ellas, hasta a las más impensables, se ha acudido, y utilizo el pretérito, porque es muy cierto y evidente que hoy la praxis de estas artes mágicas o supersticiosas ha descendido de manera extraordinaria. Pero no lo era así en los pasados tiempos, en los que era una dificilísima profesión, practicada por muchas gentes, y creída y confiada en su veracidad, muchísimas más. Con el deseo de no extenderme demasiado en su enumeración, sí quiero hacer mención de algunos nombres de ciencias u objetos, (y digo algunos porque de los dos campos se podrían citar una gran cantidad de ellos), que adquirieron y tienen una enorme relación con el arte de saber predecir lo que ocurrirá a partir de hoy. Antes me permitiré la licencia de citar al santuario de Delfos, al pie del Monte Parnaso, adonde mucha gente acudía para solicitar a las sibilas o pitonisas un oráculo. Con ello, un recuerdo para el maravilloso fresco denominado La sibila délfica, que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Ahora sí cabe recordar, sólo algunos, que haber hay muchísimos, métodos o sistemas para saber qué deparará el futuro. Unos son conocidos por el gran público, como la Quiromancia, o sea saber leer las rayas de las manos, o la Astrología, saber el futuro y el carácter de las personas por la posición de los astros. No tan conocidas, pero sí todas con el mismo fin, son la Austromancia, estudio de los vientos; la Halomancia, el lanzamiento de sal al fuego; la Felidomancia, la observación de la conducta y acciones de los gatos; la Aruspicina, el estudio de las entrañas de animales; la Cleromancia, muy, muy, antigua, el uso de dados; o la Enomancia, a la que ya acudían griegos y persas, que se basa en el vino y se actúa de dos formas: viendo los reflejos al servirlo en una copa o por las sensaciones que provoca en la persona al beberlo. Hablemos ahora de algunos objetos, pocos, pese al gran número que hay de ellos. En primer lugar me referiré al que posiblemente sea el más utilizado, la baraja, y, dentro de ella, el Tarot en sus distintas modalidades: el amor, el lunar, el celta, la encrucijada, el oráculo o la verdad oculta. Y también a la observación de los lunares de la piel del individuo en observación, la taza de té, la célebre bola de cristal o los espejos, o deshojar una margarita. A todo esto, y a muchos procedimientos más, se entregaba la gente por esoterismo o superstición, a sabiendas de que todo era una falsedad, ¡cómo no habría de serlo! Pero querían creer que había quien tenía poder de adivinar y a partir de recibir su dictamen, actuar, escoger, elegir entre todas las posibilidades. Y se sentían satisfechos ya que la elección es, al fin y a la postre, una forma de libertad. Pero la vida cambia. Aparecen nuevas costumbres que hacen que sea diferente nuestra manera de enjuiciarla y nuestro modo de proceder, aunque por supuesto, las personas de a pie siguen teniendo ambiciones y procuran prevenir cualquier eventualidad que les pueda sobrevenir. Por ello, en el día de hoy, continúa su interés por lo que les deparará el futuro y tienen la fortuna de que existen personas que se lo dan a conocer. Esto sigue, sí, pero no como antes sino muy cambiado. Ahora no es preciso acudir personalmente a los futurólogos ni exponerles los problemas o circunstancias que puedan afectar a los individuos. Son ellos, los proviceros y videntes, los que, motu proprio, hacen llegar al pueblo, con una firmeza y una seguridad extraordinarias, todo lo que ocurrirá de aquí en adelante. Y ¡oh milagro!, todo ello va a ser magnífico, agradable, deleitoso, con una única condición: que nos fiemos de ellos y obedezcamos, en todo, sus indicaciones y consejos, por raros que estos pudieran parecernos. Sólo me resta decir que a estos nuevos profesionales de la adivinanza del futuro ya no se les conoce como adivinos, brujos, vates, o augures, sino por el nombre que ellos mismos han elegido y del que hacen gala. Se hacen llamar, como todos sabemos, políticos. Ramón Serrano G. Octubre 2017

jueves, 21 de septiembre de 2017

El equipaje

Para Julián López Torres, una gran persona Entre las muchas actividades que el ser humano suele realizar habitualmente a lo largo y ancho de su vida está la de viajar, es decir, trasladarse de un lugar a otro, a cierta distancia y por cualquier modo de locomoción. Esto puede deberse a distintas clases de motivaciones (un trabajo, una aventura, un divertimiento, etc.) y es sabido que en él se pueden encontrar una serie de dificultades, situaciones e impedimentos, muchos de ellos diferentes a los de su vida cotidiana. Los ha habido y los hay banales, trascendentes, divertidos o peligrosos, y en ellos, como en muchas otras ocasiones de la vida, cada quien actúa según su personalidad y manera de ser. Debido, repito, a la gran importancia de ellos, muchos autores y el pueblo llano han dado su opinión sobre sus peculiaridades, y, por ejemplo, Mark Twain afirmó que viajar es un ejercicio que acaba con los prejuicios, la intolerancia y la estrechez mental; Sam Jhonson dijo que sirve para ajustar la imaginación a la realidad pues nos hace ver las cosas como son y no como creíamos que eran; y hay un proverbio árabe que habla de que aquel que no viaja no llega a conocer el valor de los hombres. He de hablar ahora de algo que está estrechamente unido, yo diría que complementario en un muy alto porcentaje. Me estoy refiriendo al equipaje, o sea, en ese conjunto de cosas que cada uno lleva en sus desplazamientos o en su caminar, y que le sirven, o le deberían valer, para satisfacer las distintas necesidades que cree que puedan ser necesarias o útiles en un determinado periplo a iniciar. El conjunto de cosas o enseres que piensa que le pueden ser útiles y solucionadoras de los problemas que a partir de ese momento se les puedan ir presentando. Por tanto, el bagaje de un viajero puede contener los más raros utensilios y cosas: ropa, alimentos, libros, documentos, … y así un largo etcétera, con los que el portador carga, a veces gustoso y otras no tanto, pero que piensa, repito que le van a ser valiosos y reportar beneficios. Y tras este prolegómeno, anuncio que quiero hablar de un viaje concreto y especial, y del equipaje que se suele llevar para hacerlo. Es, yo pienso, el periplo más importante que hace un hombre y es el que le lleva desde su nacimiento hasta el óbito. Ese camino, esa difícil y complicada travesía que es la vida misma, citando, sólo de pasada, algunos eventos de ella para cargar las tintas en las adquisiciones que suelen hacerse para llevar una existencia más o menos agradable, sin olvidar que cada hombre es un mundo y que lo que es trascendental para uno es baladí para su vecino; que hubo quien sólo deseaba que no le tapasen la luz del sol (exactamente Diógenes, el filósofo griego), mientras que otros dan la vida por poseer un puñado más de monedas. Por tener más y más. Hay gran cantidad que únicamente se preocupan de llenar su valija con todo cuanto puedan, atesorar sin tino ni tasa, lo que les lleva a estar siempre preocupados por unas pertenencias, y verse totalmente impedidos para poder manejar convenientemente esos caudales, que, al final de su jornada tendrán que dejar es este mundo. No piensan, o no quieren pensar, que lo correcto es cargar sólo con lo que sea estrictamente necesario, y si de algo hubiese de hacer sobrepeso que fuera de lo perteneciente al alma: la cultura, el saber, la educación, el buen porte. No se debe vivir sacrificado por tener, puesto que sin nada venimos y sin nada nos marchamos. Una de las buenas costumbres que las personas deberíamos adquirir a lo largo de nuestra existencia es la de leer, estudiar, aprender y luego llevar a la práctica las frases, opiniones y consejos provenientes de los grandes hombres. Porque sabios, estudiosos, científicos, etc., nos han ido dejando muestras de su erudición y su saber en adagios y aforismos que, al conocerlos, por su profundidad y contenido, nos han servido y nos sirven de una gran utilidad. Pero hay veces, la mayoría de ellas, que, porque no sabemos entender o interpretar el sentido de lo testimoniado por un autor, actuamos de una manera disconforme a lo que dicen algunas de estas máximas y apotegmas. Quiero, a ese respecto, traer aquí a colación lo que en su Retrato nos dejó dicho el gran maestro Antonio Machado, quien manifestaba pararse a distinguir las voces de los ecos, acudir a su trabajo, pagar con su dinero el traje que lo cubría y la mansión que habitaba, el pan que constituía su alimento y el lecho donde yacía, y que al final de su vida se le encontraría ligero de equipaje, casi desnudo, como los hombres de la mar. Ramón Serrano G. Setiembre 2017

jueves, 7 de septiembre de 2017

El tornillo

Es muy probable que la anécdota con la que doy comienzo a este escrito sea conocida por muchos de ustedes, pero me parece tan significativa y, al mismo tiempo, tan probadora de nuestra manera de obrar y de comportarnos, que quiero sacarla aquí a la luz. Parece ser que en cierta ocasión un hombre, al ver que su coche no funcionaba correctamente, se fue con él al garaje y explicó al mecánico la anomalía que pensaba que tenía el motor. Este, tras escucharlo durante un breve rato, levantó el capó, y cogiendo un destornillador apretó un tornillo. -Ya está, dijo el operario. Ahora vuelve a marchar como nuevo. –Qué bien, contestó el cliente, ¿qué le debo?.- Son 100 pesos, le respondió el operario. -¡Cómo! ¿100 pesos por apretar un tornillo?. -No, por apretar un tornillo no estimado cliente, sino por saber qué tornillo era el que había que apretar. Y es que en la vida, y más en esta tan ajetreada y estrambótica vida que llevamos, la mayoría de las personas y casi siempre, nos preocupamos de que un determinado aparato, (y hagamos extensivo este afán al puesto de trabajo, a la situación familiar, etc.), cumpla la función para lo que lo hemos adquirido, la para lo que lo hemos traído hasta nosotros, sin que nos tomemos luego el más mínimo interés por saber el porqué de su funcionamiento, su capacidad y posibilidades, o el modo de componerlo en caso de un menoscabo o deterioro. Creo que estarán conmigo en que se suele apreciar más el hacer que el conocer el porqué de lo que se hace, o el intentar saber si existe un motivo principal por el que es conveniente ejecutarlo de esta o aquella manera. Importa más el realizar aquello que nos place, o nos parece suficiente, aunque no sepamos cuántas son sus posibilidades de uso. Y pienso que no es necesario aclarar que no me estoy refiriendo a grandes y específicos problemas, cuya solución debe quedar reservada a los profesionales, sino a las pequeñas cuestiones diarias. Con el fin de hacer más comprensiva mi intención, hablaré de esto poniendo un ejemplo que me haga más fácil su explicación, y para ello nada mejor que referirme a estos aparatos modernos que se han metido de lleno en nuestras vidas: el móvil, el ordenador, la tablet…,artilugios o dispositivos electrónicos facedores de muchas funciones con gran ligereza o autonomía y sin dependencia de otros accesorios que los complementen, y me atrevería a decir, que casi con completa omnipotencia. Pero en muchos casos lo que se busca no es ya hacer muchas más cosas, sino el no tener que hacer prácticamente nada y que la ciencia nos lo dé todo hecho. Con ello estamos cayendo de hoz y coz en la discordia del campo de Agramante, que dijera Don Quijote, para acabar tratando de hacer por nosotros mismos lo menos posible. Y si eso era antes, no digamos hoy que vivimos por un lado en la época del usar y tirar, y por otro del automatismo, o sea, aquello que consiste en el funcionamiento de un determinado mecanismo por si solo o la ejecución mecánica de unos actos sin ser conscientes de ello. Algo parecido a aquello tan anhelado del dolce far niente que alguien en Italia definió como jugar a no hacer nada. Pero ¡ay! el automatismo y ¡ay! de lo que se tiende a conseguir con ello. Porque este estaría muy bien si con él, y con el tiempo libre que nos proporciona, dedicásemos este a la ampliación de nuestra cultura o al ejercicio de otras actividades que nos compensaran, en mayor o menor grado, económica, social o culturalmente. Pero no. Esa liberación de nuestro tiempo, la mayoría, y sálvese quien pueda, la solemos ocupar con meternos en las redes sociales, jugar a los pokemons (y declaro que con esto no quiero ofender ni atacar a ninguna marca comercial), o estar sentados ante la “caja tonta” , durante horas y horas, oyendo que fulanita de tal se ha acostado varias veces con el primo de menganita, o que zutano insinuó algo en contra de mengano. Ahora, y tras estos breves comentarios en loa y detrimento del automatismo, quiero volver al tema con el que di comienzo a este escrito, o sea, a lo provechoso que nos sería tratar de sacar una mayor utilidad a la técnica conociendo el trasfondo de las cosas, qué se halla en el interior de ellas, de las empresas o de las relaciones, y que puede tener mayor importancia que lo que se percibe a primera vista o desde el exterior. Porque el conocimiento siempre es provechoso tanto parta el obrar como para dejar de hacerlo. Varios ejemplos: el cambio de velocidad en los automóviles; la regulación predeterminada de luz o de sonido en el televisor, sin tener en cuenta el grado de disecea o fotofobia del espectador; la despreocupación que se tiene hoy en día al hacer las fotografías con el móvil, ante la profesionalidad de quien para hacerlas acude a la cámara réflex, y se preocupa del gran angular, el tiempo de exposición, la velocidad de obturación o la distancia focal. Y no digamos ya en la sapiencia. Llegar a saber los motivos de un suceso histórico, las obras de un autor, o la situación de un accidente geográfico. Que se puede vivir (yo diría vegetar) sin ello, es verdad, pero que es muy útil y satisfactorio su conocimiento. Tener ganas de aprender y llevarlas a cabo. Pero no, en demasiadas ocasiones preferimos que nos lo den hecho, procurando la inactividad o el menor esfuerzo posible, aun a sabiendas de que no es buena nuestra inacción. Y elegimos el hacer lo menos posible. Vamos, lo que se dice no dar un palo al agua. Y así nos va. Ramón Serrano G. Setiembre 2017

Bomberos y plaquetas

Entre los muchos trabajos que pueden desarrollar los seres humanos, haylos de la más diversa clase y condición, al igual que suele ocurrir con tantas otras cosas en esta vida. Así, y refiriéndome a ellos, voy a recordar que todos necesitan su correspondiente esfuerzo y dedicación, pero mientras el desarrollo de unos es grato y placentero, el de otros, por esencia, práctica y realización, no es precisamente envidiable. Veamos algunos de ambas clases. Más aplaciente y deleitoso resulta el oficio de bordar (¿quedan aún bordadoras?, la tarea del confitero o el trabajo de una florista, que el que tiene que desempeñar un minero o el encargado de recoger la basura. Y dentro de las mismas labores, hay una gran diferencia entre una u otra especialidad. Al médico que atiende un parto y trae a la vida a un nuevo ser, se le ve más satisfecho que al forense. O en un periódico, donde hoy en día es tan lamentable atender la sección de sucesos que la de política, siendo muy fácil imaginarse el porqué. Por ello, y sabiendo que hay personas de toda clase y condición, y aunque la rutina hace que en la vida laboral, pese a que hay muchas satisfacciones, todos acabamos por tragar carros y carretas, en unos casos se dice de modo resignado y cabizcaído: -Voy a trabajar, como queriendo expresar que no queda más remedio, mientras que hay otros en los que la persona se manifiesta de manera exultante: - ¡Voy a trabajar!, o sea voy a ganarme el condumio y lo voy a hacer disfrutando. Y ahora, y declarando que todas las faenas son merecedoras de las mayores loas, con mi admiración y agradecimiento para ellas, quiero hacer mención especial para dos a las que considero especialmente difíciles de llevar a cabo siendo al mismo tiempo muy benefactoras para el correcto desarrollo de la vida de los seres humanos, aunque sólo actúen en determinadas ocasiones. Me estoy refiriendo, clara y sencillamente, a los bomberos y a las plaquetas. Son los unos aquellas personas que tienen por oficio extinguir los incendios y prestar ayuda en todos los siniestros imaginables. Su horario está útil las veinticuatro horas de los siete días de todas las semanas de los doce meses de todos los años. Por otra parte, alguien afirmó que a lo que unos llaman ser héroes, los bomberos le dicen hacer su trabajo. No les importa si el siniestro al que tienen que acudir está aquí mismo, en la Cochinchina o en las Chimbambas, ni si la persona afectada es un inmigrante, un empleado de comercio o el conde de Villamatorrales. Y, por supuesto, sus emolumentos no se incrementarán lo más mínimo haya sido mucha o poca su tarea, y si en ella se ha corrido un mayor o menor riesgo. Son personas en las que se puede confiar sin conocerlos y seguirlos aunque no se sepa adónde van. Y no quiero terminar mi referencia a ellos sin recordar aquella afirmación en la que se manifiesta que si alguien cree que es duro ser bombero, que piense en lo que debe ser mujer de un bombero. Sean ahora mis palabras para las plaquetas. Estas son junto a los glóbulos rojos, que transportan el oxígeno desde los pulmones por el resto del cuerpo, y los glóbulos blancos, que contribuyen a combatir las infecciones, son, digo, unos seres de corta vida, componentes de la sangre de los vertebrados. Están producidos por la médula ósea y tienen un tamaño de 3 o 4 micras, que habitualmente permanecen calladitos y aparentemente quietos, pero que cuando son necesitados, se ponen en movimiento para desarrollar su magnífica y beneficiosa tarea, que no es otra que la de colaborar en la coagulación sanguínea, cortando así las hemorragias e impidiendo un temible y peligroso desangrado. Como es fácil observar, o al menos a mí me lo parece, hay un gran paralelismo entre los bomberos y las plaquetas si lo enfocamos desde el siguiente prisma: ambos son agentes humildes, silenciosos e ignorados (en la vida corriente no se hace casi nunca referencia a ellos), pese a que si, y por desgracia, somos los sujetos pasivos de algún evento desagradable que precise de su ayuda, pocos van a acudir a prestárnosla con mayor rapidez y con tanta eficacia. Y luego, una vez llevada a cabo su beneficiosa intervención, sin reclamar nunca y casi nunca recibir el más mínimo reconocimiento de tirios ni de troyanos, retirarse a su cotidiana “pasividad” a la espera paciente de otra urgente llamada. Y si hasta aquí me he referido a seres humanos, a todo o a una parte de ellos, quiero también tener ahora un recuerdo para tantas y tantas personas, seres, o cosas, que ha habido, hay y habrá en este mundo, las cuales, sin dar un cuarto al pregonero, son extremadamente útiles y beneficiosas para el hombre a lo largo y ancho de la existencia tanto de unos como de otros. Por supuesto, no voy a enumerarlas detalladamente ya que su relación sería forzosamente prolija y, desde luego, incompleta. Pero sí quiero hacer hincapié y resaltar de nuevo que, en demasiadas ocasiones, dejamos que permanezca postergada la tarea de quienes, siendo enormemente útiles y beneficiosos para la vida humana, su existencia y méritos se ven muy olvidados y, por supuesto, escasamente reconocidos. Mas mala la hubiésemos, ¡ay de nosotros!, si un día los necesitáramos y no los tuviésemos cerca y, como siempre, a nuestra más entera disposición. Ramón Serrano G. Agosto 2017

jueves, 3 de agosto de 2017

El miedo

A lo largo de nuestra vida los seres humanos desarrollamos una gran cantidad de sensaciones y sentimientos de los más diferentes tipos condiciones y clases, que afectan de una enorme manera a la de vivir de unos y al modo de comportarse de otros. El nacimiento de un hijo, la pérdida de un amigo, la incertidumbre en la consecución de un trabajo, la esperanza de una buena cosecha, etc., etc., para qué seguir, trascienden de forma evidente en el carácter y las obras de las gentes. Ni sé, ni tal vez debiera, extenderme en este escrito tratando de relacionar esos sentires tan influyentes y muchas veces determinantes. Igual me ocurriría con el intento de exponer detalladamente algunas de sus peculiaridades, como serían origen, influencia, importancia, duración, bondad o malignidad. Pero, con un descomunal atrevimiento, sí que me voy a permitir hacer algunas referencias a uno de esos estados anímicos sufrido por la mayoría de animales, tanto racionales como irracionales, que consiguen incluso desestabilizarlos, y empleo este verbo porque su padecimiento, ya sea breve o duradero, crea en el alma del paciente un estadio, cuando menos, desagradable. Me estoy refiriendo sencilla y llanamente al miedo, o sea, aquello que, según el DRAE, es la aprensión o el recelo que se tiene ante algo que vaya a suceder, o la angustia ante un posible daño, ya sea este real o imaginario. Es la aversión natural al riesgo o a la amenaza. La percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro e incluso pasado. También está definido por diversos autores de otras formas, y por citar alguna, diré que alguien lo concreta como un mecanismo innato de defensa que en cierto modo puede llegar a ser positivo ya que nos lleva a incrementar los medios para vencerlo. Por ampliar, expondré que Freud hablaba del miedo real, que es cuando este está en correspondencia con la dimensión de la amenaza, y del neurótico, en el que la dimensión del temor no está en relación con el peligro que presenta. Citaré ahora distintas clases (tan sólo algunas) que existen de este padecimiento. Puede ser desproporcionado, (al que antes aludí con el nombre de neurótico), lógico, irreal, psicológico, innato, adquirido, existiendo también las fobias (a la altura, a los animales, a los lugares cerrados, etc.), y por último, sobre estas, y sin querer dármelas de alabancioso sino tan sólo como curiosidad, diré que, entre otras muchas, existen la peniafobia, o sea el miedo a la pobreza; la ailurofobia, el miedo a los gatos; y otra que, a mi parecer, es completamente inexplicable: la celigenofobia, el miedo a las mujeres hermosas. Aunque esta es increíble. Pero hay algunos tipos de miedo, como el injustificado, al futuro o a envejecer, que exigen un determinado comportamiento por parte de aquellos que son sujetos de su existencia. No se debe olvidar que el miedo bien entendido es saludable, y se podría llegar a decir que necesario, puesto que nos empuja a evitar algo “doloroso” y hace que el cuerpo se active y empiece a tomar las medidas que cree necesarias ante ese peligro. ¿De qué manera? Como es fácil comprender cada caso necesita una solución específica, e incluso puede que hasta la ayuda de un profesional. Pero como todos los problemas, necesita estudio y una valoración, tanto de él, como de los medios con los que se cuenta. Pero lo que está más que demostrado es lo absurdo de la inacción ante su anuncio o su presencia, ya sea por pavor, pereza o ignorancia. Timendi causa est nescire, afirmaba Séneca, es decir: la ignorancia es la causa del miedo. Y eso es muy cierto, porque si tenemos conciencia de que podemos vencerlo, nos esforzaremos por hacerlo y es muy probable que lo consigamos. A ello nos anima también el conocido aserto de Dickens, quien dijo que el hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta, o el esperanzador aserto latino: fortes fortuna adiuvat, la fortuna favorece a aquellos que son audaces o toman riesgos. En bastantes ocasiones hemos quedamos extrañados de las consecuciones habidas por otros o por nosotros mismos. Y siendo así, ante la liza a la que estamos abocados, se debe tener muy en cuenta que si una cosa tiene solución no hay que preocuparse, y si no la tiene no hay que preocuparse. Si la tiene, la calma se basa en estudiar concienzudamente el problema y, una vez conocido, armarse de valor y luchar en su contra. Si no la tiene, la despreocupación se cimenta en aprender a vivir y conllevar con las nuevas condiciones que se nos impongan. Pero recordar, tener siempre muy presente que a lo único que se debe temer es al temor. Y por aportar un final jocoso para un tema tan trascendente diré que sin embargo nunca he conseguido saber el nombre, que sí los motivos, de aquel miedo que indefectiblemente sentíamos los chavales a principios de cada mes, cuando nos daban las notas en el colegio y teníamos que enseñárselas a nuestros padres. Ramón Serrano G. Agosto 2018

viernes, 21 de julio de 2017

Julio

Los obituarios, al igual que muchas de las obras que hacen, o mejor dicho, hacemos los hombres, se llevan a cabo por muy distintos motivos: imperativos sociales, familiares, amistosos, etc. Y al llevarlos a la práctica se está igualmente obrando por obedecimiento a diferentes razones, todas ellas debidas a las causas más diversas: lógicas, con o sin inconvenientes, aceptables u obligadas. Y esta última razón es la que me ha impelido a redactar ahora estas líneas para expresar unas palabras que nunca hubiese querido escribir, pero nobleza obliga. Empezaré diciendo que es normal que entre los componentes de un curso, antiguamente los integrantes del servicio militar, o los compañeros de trabajo, surja y se acreciente día a día una gran amistad al convivir muchas horas juntos y tener que sobrellevar simultáneamente una gran cantidad de sucedidos y avatares de los más diferentes tipos y condiciones. Y también ocurre que entre algunos miembros de estos grupos surge una cierta empatía que viene a acrecentar y dar un mayor volumen a algunas amistades, cosa que ocurrió prontamente entre tú y yo. Quizás porque me llevabas un poco más de dos años , o simplemente porque nos caímos bien ambos, el caso es que recuerdo muchas vivencias junto a ti o tuyas. Por ejemplo, cuando en los primeros años 50 te fuiste a un campamento veraniego a Laredo, o las muchas mañanas en las que me iba contigo a desayunar a tu casa aquellas desmesuradas fuentes de leche con pan que nos preparaba la hermana Herminia, tu madre, que siempre te tenía guardado en el primer cajón del aparador un paquete de Ideales, sin que lo supiera (que yo creo que sí lo sabía), el hermano Lorenzo, tu padre, el cual, por otra parte, me saludaba muy afectuoso siempre que me veía por la calle y trataba de sonsacarme cosas de tu “vida y milagros”. De las cenas de nochevieja que guisábamos en el horno de tu casa, de las romerías a las que asistimos juntos, de nuestros “conciertos de armónica” en las veladas que por Sto. Tomás organizaba el colegio, de tu pertenencia a la Adoración nocturna, de cuando presumías de tu “Montesa”, o de cuando me pasaba largos ratos charlando contigo a la puerta del Casino, esperando que llegase de camino hacia su casa, y para acompañarla, Rosarito, aquella encantadora jovencita que fuera antes la novia de tu hermano Luis y hoy es tu viuda. O cómo empezaste a trabajar muy pronto en la panadería familiar, y sin dejarlo, y por libre, sacaste brillantemente la carrera de Magisterio, que luego no te apeteció ejercer. Luego, a partir de entonces y hasta hoy, desde la noviez primero y luego los postreros matrimonios, hemos estado muy unidos, en comidas, viajes, reuniones, etc. etc. Pero el tiempo pasa y va imponiendo sus irremediables condiciones para bien o para mal, y al grupo que formábamos aquél magnífico curso de bachillerato del que guardamos tan maravillosos recuerdos, le va llegando ya la hora -es ley de vida-, de ir abandonando este mundo. Hace ya muchos, diez años al menos, tomó una inesperada y demasiado pronta delantera Jesús, el inolvidable y queridísimo “Jaro” como amistosamente le llamábamos, y ahora, en los últimos meses, os habéis unido a él para nuestro dolor, Antonio, Pedro y tú, Julio, a quien siempre nos referíamos como “el cuarto” en tu apodo familiar. Vengo aquí entonces a despedirme de todos vosotros que tanto bueno habéis aportado a nuestras vidas y espero se me permita personalizar mis sentimientos en los que he tenido, tengo aún y creo que tendré siempre, además de para ellos, para ti Julio, que fuiste mi grandísimo y entrañable amigo, con el que he compartido para mi bien, y por tu benevolencia, tantos ratos y episodios buenos en mi vida. Por ello, y no queriendo que este escrito sea más que una necrología traída al caso por tu reciente y dolorosa muerte, es decir, una exhaustiva relación de las virtudes y cualidades que tenías, me abstendré de enumerarlas, pues bien sabidas las tienen - y tenemos- todos aquellos que hemos tenido la fortuna de convivir, mucho o poco, contigo. Pero no quiero terminar estas líneas sin exponer algo que desde que te llevo conociendo, y son ya más de setenta años, he echado en falta en ti. No voy a decir lo que eras pero sí expresaré, y muy clara y rotundamente, aquello que no eras. Y así he de manifestar que nunca, lo que se dice nunca, en los muchísimos horas y días que hemos vivido juntos, y vengo reiterando que han sido gran cantidad, nunca repito, he encontrado en ti, en tu forma de ser y de proceder, en tu esencia y en tu comportamiento, algo malo, algo reprobable. No has sido envidioso en grado alguno, no conociste la avaricia o el ansia desorbitada de posesiones, no has criticado jamás a nadie, no has sido vago u holgazán, ni te vi presumir nunca de nada ni por nada. Y así podría seguir diciendo palabras y palabras, renglones y renglones, en clara exposición de todos aquellos defectos de los que afortunadamente carecías, pero ni quiero ser extenso en demasía, ni mi ánimo está ahora mismo para escritos, arriado por el dolor de tu pérdida. Como despedida, simple, sencilla y sincera, quiero decirte Julio, que una de las mayores satisfacciones que he tenido en esta vida y uno de los hechos de los que me siento más orgulloso, es que pese a mi insignificancia con respecto a ti, me hayas tenido por amigo. Gracias y hasta pronto. Ramón Serrano G. Julio 2017

Amarrido o alacre

-Oye, Luca, nunca me has hablado de tu vida. Cuéntame algunas cosas de ella que sepa algo de ti. -Mi vida, Luis, antes de conocerte, tiene muy poco que contar. Te diré simplemente lo que me sucedió un poco tiempo antes de que eso ocurriera. Fue en el mismo pueblo donde luego nos encontramos. Iba yo callejeando, (he de decir que yo era un perro candajón),cuando me tropecé con una buena mujer que tendría más de setenta años, la cual, al verme un tanto desmejorado, se apiadó de mí, me atendió y me dio de comer. - Dada mi juventud de entonces, y mi futuro poco prometedor, me preocupé únicamente de tener el condumio asegurado, así que pasé unos días con ella. Se encariñó conmigo, y al poco, me ofreció su casa y su compaña. Me dijo que estaba muy cansada de estar sola y, además, necesitada de alguien con quien compartir sus emociones y sentires. También afirmó que no sabía en realidad si estar triste o alegre, si dejar las penas para los demás o asumirlas ella si es que con eso liberaba de alguna a quien pudiese padecerlas. Parecía, mejor dicho, creo firmemente que era, una buena mujer, que debía haber vivido bastante bien, pero que no estaba atravesando su mejor momento. -Sin embargo rehusé a tan amable y generosa oferta. No deseaba para mí una vida de landrero, ni mi carácter es acomodaticio, bien lo sabes. Yo soy más alacre que amarrido y estar guardando la monotonía hogareña, aunque sea cómodo y seguro, no va conmigo. Así pues, me quedé unos días en su compaña y cuando encontramos a un congénere mío, que fue pronto, lo acogió con el mismo afecto que lo había hecho conmigo e intimaron rápidamente. Entonces le manifesté mi sincero agradecimiento y me di el piro sin un destino fijo ni un porvenir seguro. Fue al poco de esto cuando tuve la suerte de encontrarte y hasta aquí. -Suerte de encontrarme, ¿por qué? -Pues por varios motivos que te diré, aunque sin darte coba. En primer lugar porque eres una buena persona. Tienes un gran corazón, conoces la vida, eres culto, y así podría seguir enumerando muchas más cualidades que te adornan. Pero lo más importante para mí es que te gusta la libertad. Y, sin embargo, y pese a ello, o quizás por ello, también te agradan el orden y la corrección, y el vivir sin ataduras pero respetando siempre el terreno y los derechos de los demás. En ese aspecto, y en algún otro, las personas así, y ya llevo visto a muchas a lo largo de mis años, son raras, y estoy utilizando este adjetivo en su acepción de infrecuente, poco común. Ambos sabemos que gente sincera, que vaya siempre con la verdad por delante, hay demasiada poca, que los más, según vengo observando, halagan, fingen, aparentan, pero luego van únicamente a lo suyo. -En eso de que hay muchas personas así te tengo que dar la razón, Luca, aunque demasiadas veces las apariencias engañan. Claro que también podríamos decir que sólo lo consiguen con quienes se dejan engañar. -Completamente de acuerdo, pero si me lo permites, Luis, quisiera seguir hablando de ti. De cómo eres, o de cómo yo te veo. Y de cómo, con tu manera de ser y de actuar, vienes a ser el portador de las de muchos hombres -y diría que por desgracia que no tantos-, que saben ver y obtener de la vida sus muchísimos pequeños pero grandes encantos. -Sé, porque paulatinamente me has ido relatando episodios de tu vida anterior, sé digo, que tú podías haber disfrutado de una vida regalada, porque posibilidades tenías para ello, y sin embargo, lo abandonaste todo y te dedicas a ser un hombre que anda errante y sin un domicilio fijo, con un marcado interés por conocer paisajes y personas, dialogar con ellas, incluso amigar, interesarte en aprender sus usos y costumbres, enseñarles algo de lo que sabes, que es mucho, y darles dentro de tus posibilidades. Dicho de otra forma, convives humanamente con tus semejantes y con ello disfrutas de un modo increíble. -Pero eso, Luca, lo hace mucha gente. Más de la que tú crees. -No, Luis, no. Yo aún no soy viejo, pero soy perro y me gusta observar cuanto ocurre en mi presencia y derredor, y por ello escucho, escudriño y atalayo a quienes puedo, que he aprendido bien que haciendo esas cosas sabes cómo son los seres con quienes tratas y relacionas. Por eso, te repito, que no eres único, claro está, pero sí una rara avis que puede que se halle ya, o casi casi, en peligro de extinción. -Y déjame que continúe enumerándote otras cualidades que también posees. Me he dado cuenta, además, que… Ramón Serrano G. Julio 2017

Otro sentido

Para una buena amiga a la que gusta mucho el idioma francés. Cierto curioso día, un curioso francés decidió venirse a dar una vuelta tranquila y sosegada por España con el triple fin de ver sus lugares, conocer a sus gentes y perfeccionar su idioma. Llevaba ya un buen tiempo transitando por nuestras latitudes (debía ser un gabacho con posibles), y el hombre se encontraba maravillado con los paisajes y monumentos vistos, encantado con la manera de vivir de los habitantes y desesperado por la dificultad en comprender bien el idioma. Y mira por donde, transitando por esta tierra seca y llana, una buena tarde en la que había salido para contemplar una de esas impresionantes puestas de sol que se dan en la llanura manchega, esas en las que el amigo Lorenzo va cambiando su color de gualdo a bermejo y va cayendo allá por el confín, por detrás, muy por detrás, de las mieses y las vides, vino a encontrarse por el campo con un hombre y un perro, que aunque ya conocían de antiguo tan hermoso panorama, andaban, como él, a los mismos menesteres. Al verse, se saludaron cortés y cordialmente, se expresaron su mutua admiración por el espléndido y relajante espectáculo, y luego, tras amistar un algo, convinieron en juntarse los días siguientes, el foráneo tal vez con el interés de que el paisano le contase y enseñara cosas de por aquí, y Luis y Luca (que no eran otros los personajes aludidos) porque, a más de su proverbial amabilidad y de sus ganas de sapiencia, como ya es sabido, estaban más a gusto conversando con alguien que un cochino en un pecinal, fuera quien fuese el contertulio y no digamos nada si se trataba de un guiri. El primer día, nuestros amigos, con su habitual cortesía, fueron explicando pormenorizadamente al galo cuanto quiso saber de los hábitos, costumbres y expresiones de nuestra tierra, que no fue poco, dada la cantidad de cosas por las que estuvo interesado y de las que solicitó información. De esa manera transcurrió esa jornada, pero a la siguiente cambiáronse las tornas, siendo el franchute quien pasó a detallar a Luis y Luca cuanto quisieron saber, que fue bastante, y cuanto él quiso añadir motu proprio sobre los ritos y usanzas de su país. Con preguntas y exposiciones comprobaron ampliamente cómo, aún viviendo limítrofes, aquellos eran bastante distintos y que tenían muy diferentes formas de celebrar fiestas y eventos, ya por no coincidir en fechas, o porque unas lo eran para unos y no para otros. Y dado que las de estos lares son suficientemente conocidas y practicadas, permítaseme que me limite a dar una relación, pequeña pero definidora, de algunas de las que se ofician más allá de los Pirineos. Habló Pierre, que así se llamaba el franco, para, ante el asombro de los otros, ir exponiendo y detallando los siguientes festejos, por supuesto muy populares entre ellos. Dijo en primer lugar que se hacía el muy divertido poissón d’avril, con unas bromas similares a las que aquí se llevan a cabo el 28 de diciembre, cuando los Inocentes. Que en el día de la boda, habitualmente se tomaba oignon soupe, sopa de cebolla o sopa de matrimonio. Afirmó luego que aunque no sabía bien si era por la llegada de la primavera o como símbolo de prosperidad y amor, lo cierto es que era muy extendida la práctica de regalar lirios el día 1 de mayo. Y que, en las presentaciones informales, el saludo consistía en darse tres besos y empezar por el lado izquierdo procurando no equivocarse. Admirados y satisfechos con esas narraciones, pasaron luego ambos a ocuparse de las expresiones coloquiales, tanto de las locales como de las foráneas, y aquí casi se vuelven locos, el uno y el otro, al querer conseguir su origen o significado. Sin saber hacerlo, Luis pasó a exponer varios ejemplos, como que volverse loco no era haber perdido la razón; y el significado de frases como aún queda mucho sol en las bardas; no estar por la labor; tener babas; estar repicando y en la procesión, o las incongruencias de utilizar curioso por limpio, o de sentir por oír. Y no fue pequeña la sorpresa de los paisanos cuando Pierre empezó a comentar casos que se daban en su lengua, en la que, utilizando una palabra con un significado bien definido, se construían frases increíbles con un sentido totalmente distinto. Y se refirió a como con pomme (manzana) se llega a decir: tomber dans les pommes, que significa desmayarse. Con grosse, que se traduce como gorda, se puede decir: mer grosse, o sea mar gruesa, pero si nuestras palabras son: prèt á la grosse aventure, nos estamos refiriendo a un préstamo de dudosa recuperación. Que grasse se traduce como grasa, mas al expresar: faire la grasse matinée estamos diciendo pegársele a uno las sábanas. Por último, que si utilizamos savón (jabón) para construir la expresión: passer un savon à quelqu’un, lo que estamos afirmando es echar una bronca a alguien. Ambos quedaron extrañados y contentos por cuanto habían escuchado y aprendido, y sentido cierta admiración, puesto que la manera de hablar de los dos había tenido ponderación, sinceridad, extrañeza, sin que hubiese hecho asomo el chauvinismo y sí el deseo de adquirir conocimientos sobre cosas y temas, no trascendentes, pero sí amenos y entrañables. Se vieron después en más de una ocasión, pero de esas posteriores entrevistas ya hablaremos otro día. Ramón Serrano G. Julio 2017

Consejos

Las gentes, y sobre todo los amigos, son y somos muy proclives a darnos y darse consejos, y todos lo hacen y lo hacemos, casi siempre, con la mejor intención aún a sabiendas de tres cosas: que no se van a seguir en un alto porcentaje de veces; que no siempre esas recomendaciones son las más adecuadas para el problema en cuestión y que, por tanto, en demasiadas ocasiones son merecedores de ser escuchados, por la más elemental educación, pero no de ser obedecidos. De cualquier forma, vaya este escrito como testimonio de agradecimiento hacia los amables consejeros, dado su aparente interés y buena voluntad. De este tema, como de tantos y tantos otros, se han dicho infinidad de cosas, unas amenas, otras interesantes, tanto por parte del pueblo llano como de los más renombrados personajes. Citaré tan sólo estas que siguen. Sócrates llegó a decir: -Mi consejo es que te cases; si encuentras una buena esposa serás feliz; si no, serás filósofo. El romano Tácito reconocía que cuando gozamos de salud damos fácilmente consejos a los enfermos. Por su parte, el gran Lope de Vega afirmaba: -No hay cosa más fácil en este mundo que dar consejos, ni más difícil que saberlos tomar. Y por último, tan sólo una alusión al gran número de ellos, y estos sí que eran todos sabios, que D. Quijote regalase a Sancho. Aquel de: - Come poco y cena más poco, que...; o ese otro: - No andes, Sancho, desceñido y flojo… Hablemos ahora de ellos que en sí, como todo el mundo sabe, son opiniones que se dan para orientar a alguien en un momento concreto a fin de que actúe de un modo determinado en un específico asunto. Suelen estar basadas esas sugerencias en la experiencia, mucha o poca, que sobre ese tema en particular tiene el aconsejador de turno, pero en ellas pueden influir, y de hecho lo hacen y con bastante trascendencia, varios condicionantes, que son a saber: La primera referencia va destinada a las personas que los dan (releamos la afirmación de Tácito), que suelen ser muchas y, de ellas la mayoría, hacen sus recomendaciones con la mejor buena fe. Pero también debemos tener presente que esas recomendaciones están, ante todo y la mayoría, preñadas de subjetivismo (cada una habla de la feria según le va en ella) y que ellos, como cada quien, tienen sus gustos particulares, una peculiar manera de tratar el problema, ya sea porque lo ven con un enfoque diferente, o porque cada persona aspira a dar el modo en el trato o un final a sus problemas, que no siempre es el mismo, tanto por importancia, urgencia, conformismo, etcétera. Y además, y esto no debe olvidarse, que el que conseja no paga. El siguiente problema que suele darse en la donación de las soluciones más convenientes, es el hecho de que el decidor esté lejos de ser una autoridad en la materia (en la mayoría de las ocasiones así es), por lo cual no está propagando un dogma y, sin saberlo, puede hallarse confundido y por tanto inducir al error al escuchante tanto en acción, como en omisión o pensamiento. Sin generalizar, que no sería lo correcto, está demostrado que el creíque y el penseque, son síntomas de tonteque. Por último acudiremos a otras descoveniencias que pueden favorecer o perjudicar en mucho el resultado final del consejo a dar. Son variadas y frecuentes. Así están aquellas sugerencias que se hacen, no para eludirlos en su totalidad, sino, únicamente, para evitar males mayores. Las que, con eficiente caridad, quieren sacar de su inopia al actor. Las que se tienen que realizar con premura pues cumple el plazo establecido para su realización, y es mejor hacer algo, aunque no sea todo lo bueno o eficiente que se quisiera, que quedarse mano sobre mano. Podría ir relacionando gran cantidad de acciones de esa condición, mas no es el caso, pero sí quiero insistir en que, aun cuando lo normal es que esas labores se hallen repletas de las mejores intenciones, ello no es suficiente para atestiguar que su obedecimiento sea el mejor camino a seguir por parte del aconsejado, puesto que hasta se han dado consejos, y demostrado está, en los que el consejero buscaba antes que nada, no el bien del otro, sino sus propios intereses. Recordemos al efecto la fábula de Samaniego que comienza de este modo: “Bebiendo un perro en el Nilo, al mismo tiempo corría. -Bebe quieto-, le decía, un taimado cocodrilo. Díjole el perro prudente: -Dañoso es beber y andar, ¿pero es sano el aguardar a que me claves el diente? ¡Oh, que docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo.” La solución es clara o, al menos, así me lo parece. Cuando hayamos de llevar a cabo alguna obra y no seamos duchos en el modo de hacerla, hay que tener muy en cuenta que es apropiado (y mucho, se podría decir) pedir consejo a persona que sea docta en la materia y de gran fiabilidad, hacerlo con el mayor tiempo posible, y exponer con absoluta claridad, y sin reserva alguna, los datos, condiciones y finalidad que nos guía. Tras ello, estoy seguro de que la persona a la que hemos pedido asesoramiento, pondrá a nuestra disposición, casi con seguridad, su mayor sapiencia. Pero también estoy seguro de que, estando convencidos de la bondad de sus consejos, luego nosotros actuaremos como nos venga en gana. Ramón Serrano G. Junio 2017

La felicidad

Para Conchi López Moreno, con mi agradecimiento por los trabajos tan bonitos que hace sobre mis poemas. La fiesta de la vida había cesado mucho antes del atardecer de sus días.- Rabindranath Tagore. Ya he comentado en alguna ocasión que los seres humanos somos hedonistas por naturaleza, y que la mayoría de ellos dedican, o mejor dicho dedicamos, una gran parte de la subsistencia a la conquista de la felicidad, y no quiero dejar pasar este momento para recomendar la lectura del maravilloso libro que, con ese título, escribiera Bertrand Russell. Pero volviendo a lo que hablábamos, diré que constantemente creemos tener derecho a que nuestra vida, en su totalidad, sea una fiesta, y que no deberíamos tener nunca desdichas de ningún tipo. Sin embargo es bien sabido que, por el contrario, la existencia, por corta o larga que fuere, está llena de incidencias de toda clase y condición, muchas de ellas naturales y bastantes otras muchas producidas por un uso indebido de nuestras actuaciones y conductas, siendo cierto que algunas de esas conductas las llevamos a cabo sin detenernos a estudiarlas y sin pensar que pueden tener un final poco agradable, las ejecutamos sabiendo que nos van a proporcionar, ineludiblemente, una gran compunción, una inmensa amargura. Y pese a ello las hacemos. Ahora, y tan sólo muy de pasada, nombraremos a las que sin ser malas esencialmente, a nosotros nos lo parecen porque interrumpen o lesionan nuestras apetencias. Por eso, repito, que es completamente absurdo que anhelando como lo hacemos el ser felices, llevemos a cabo tantos disparates, tanta badomía, y que lo hagamos deliberadamente y con el conocimiento de que con ello conseguiremos, si acaso una pequeña y pasajera dicha, pero, con seguridad, un seguro fiasco que nos ha de llevar, por ende, a una gran pesadumbre. Sin embargo, repito, lo hacemos una vez y otra. Pero vayamos al tema de fondo que me lleva a este escrito: la felicidad. El DRAE la describe como un estado de satisfacción espiritual y física, o la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Sobre ella se ha dicho tanto, y por tan grandes autores, que venir a decir algo nuevo sería una necedad por mi parte, por lo que me limitaré a tratar de ir recordando ideas y recopilando opiniones. Básicamente se ha de pensar que el conseguir ser feliz se basa mucho en el concepto que cada quien tenga de ello, en la valoración y el conformismo, pues lo que para unos no tiene importancia, para otros es el súmmum de la alegría, y viceversa. Tampoco hay que ser demasiado exigentes para conseguir su alcance pues se corre el riesgo de no lograrlo. Recuerdo que Joaquín Bartrina decía: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”. O aquella frase que corría por estas tierras nuestras, y que afirmaba que un pobre se daba por contento con que le salieran las alpargatas buenas. Por igual se ha de tener presente que, por diversas razones, no todo el mundo es capaz de alcanzar la plenitud de las cosas que desearía, por lo que se ha de procurar tener únicamente aquello que se pueda conseguir con las condiciones que cada cual posea, ni un ápice menos ni una brizna más, pero con ellas, se ha de tratar siempre de alcanzar un estadio en el que las horas parezcan leguas, y que se esté deseando que no transcurran sabiendo que nunca se podrá volver a vivirlas. Eso sería en cuanto a la cantidad, pero en cuanto al modo, se debe procurar primeramente ser feliz en nuestro interior sin necesidad de tener que acudir para logarlo, y por obligación, a cosas y elementos externos que nos proporcionen ese estado. Digamos también que se debe, a toda costa, procurar hacer agradable la vida a los demás y poner el mismo empeño tanto en serlo nosotros, como en que lo sean ellos. Con un sentido anecdótico, traigo a colación dos opiniones sobre las maneras de alcanzar la felicidad. La primera de Freud, quien dice:” Sólo hay dos maneras de ser dichoso: hacerse el idiota, o serlo”. Otra es un proverbio chino que afirma: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres serlo tres días, cásate; si quieres serlo toda la vida, hazte jardinero”. Finalmente, quiero afirmar que no existe felicidad completa, como tampoco hay una desventura completa, hasta el punto que todo rato que nos sea placentero conlleva, ineludiblemente, algún sacrificio, que es posible que lo padezcamos gustosamente, pero que hay que hacerlo. Así, somos felices cuando invitamos a nuestro derredor a familiares, amigos, deudos y allegados, aunque luego, acabado el sarao y una vez idos todos ellos, seamos nosotros los que tenemos que fregar los platos, volver a colocar el mobiliario, pagar las facturas… Termino ya porque es este un tema inacabable, y lo hago primero refiriéndome a que, en el decir de muchos, la felicidad completa no existe en este mundo, por lo que debemos desear más que otra cosa, es que la desgracia no nos visite con regularidad. Y después, con la transcripción de una frase de Benjamín Franklin, a mi juicio maravillosa, en la que asegura que hay que ser comedido en nuestras aspiraciones, porque la felicidad ha de llegarnos, no con grandes golpes de suerte, sino con la consecución de pequeños deseos, tanto por su cantidad como por calidad. Ramón Serrano G Junio 2017

sábado, 27 de mayo de 2017

Alter ego

Entre las muchas expresiones interesantes que tiene nuestro gran idioma castellano, quiero hoy hablar un tanto de ésta, alter ego, el otro yo, que se puede correctamente emplear en muy diferentes ocasiones y de distintas maneras. Proveniente del latín, yo diría que por fortuna dada la belleza de aquella lengua, se utiliza, aunque no demasiado, en varias acepciones o con diferentes significados. Completamente distinto del ego, por ser éste, al decir de Freud, la instancia psíquica a través de la que el individuo puede reconocerse como yo, o bien un exceso de autoestima. El otro, el alter ego, se podría definir como un otro yo, como una segunda personalidad, al parecer diferente de la forma de ser original y principal de una persona. Aunque Séneca dijo que: “el amigo es otro yo”, fue en 1730, cuando Antón Mesmer utilizó la hipnosis para separarlo, y en el siglo XIX se habló por vez primera de este término, al describir los psicólogos esta alteración disociativa de la forma de ser de alguien. Teniendo varias estructuras, pasaremos a hablar de las dos más usuales, y ruego que se me permita llamar a la una externa e interna a la otra, al ser una expresada en persona distinta del individuo en cuestión y la otra en el interior del sujeto al que se está haciendo referencia. En la primera se dice que una determinada persona es el alter ego de otra cuando se tiene conciencia de que puede llegar a hacer sus veces sin limitaciones y actuar de una manera prácticamente igual que el otro, en un sinfín de ocasiones o momentos. Como se tiene más que sabido que la continuada manera de obrar de uno es similar en grado sumo a la del otro, aquí se utiliza el término en el sentido de semejanza o paralelismo. Se puede abundar en el tema diciendo que un persona es también el otro yo de la otra si en su obrar se ve un trasunto de ella, tanto en la esencia de sus actos, como en el modus operandi. Por otra parte, se expresa igualmente que X es el alter ego de Z, cuando en aquél se tiene absoluta confianza por parte de éste, que sabe de antemano cuál será su comportamiento en todas y cada una de las ocasiones que pudieran presentársele. Queda por decir que, por lógica, ha de ser muy elevada la categoría de alguien para que otro desee actuar a su imagen y semejanza. Hablemos ahora de la perspectiva a la que llamaremos interna, que es para mí, mucho más importante que la otra. Consiste, a grandes rasgos, en que cada ser humano tiene una doble personalidad, podríamos decir que una segunda identidad, si no ficticia, sí poco usual, que hace que, en un momento dado, se comporte de una manera diferente a la que en él es habitual. Alguien dijo que todos tenemos dos caras en una sola moneda. Un poco para él mismo, y un mucho para los demás, se descubre espontáneamente un cierto día una idiosincrasia añadida a la que tenía, mejor o peor que la ya conocida, pero desde luego diferente y sincera. Para nada se deberá confundir con verse obligado a llenar las expectativas de los demás, sino de ser uno mismo, aunque a partir de ahora padezcamos o disfrutemos de una doble naturaleza. A poco que echemos la vista atrás veremos que hemos sido testigos bastantes veces de estos casos. Algunos ejemplos: quien aparentemente sólo se preocupaba de sus intereses y sin embargo, y sin dar cuatro cuartos al pregonero, participaba en diversas acciones humanitarias; quien ha parecido tener un comportamiento y un gusto eróticos normales, siendo en realidad homosexual; quien, siendo tímido y callado, ha saltado contra una injusticia o una arbitrariedad; quien sabe disculparse, con lo que no siempre quiere decir que está equivocado, sino que le da más valor a sus relaciones que a su ego; quien en el trabajo, en el bar o con los amigos, ha sido la mar de divertido, mientras que en su casa mostraba siempre un carácter serio y agrio. De ellos se decía por estas tierras que eran alegres de calle y tristes de cocina. Y así se podrían traer a colación muchos ejemplos más. Cabe decir igualmente que a esto se han referido en los más diversos territorios. Dos casos: en algunos se pensaba que ese otro modo de ser nos venía impuesto desde un país desconocido llamado Tule, que bien podría ser Escandinavia, u otro lugar en el lejano norte. Y en Alemania existe el doppelganger, que nos habla de la doble personalidad, con la existencia de un doble fantasmagórico enclavado en una persona viva. Igualmente hemos de hacer mención de que el tema ha sido tratado por algunos autores; unos para exponer cómo era el otro yo, y otros que han mostrado en sus obras cuál era, de facto, su propio alter ego y lo han hecho a través de los protagonistas de sus escritos. Por citar a algunos, nos referiremos en primer lugar a Ágatha Cristie, que lo hace en dos de sus obras, Parker Pyne y Cartas sobre la mesa, con la actuación de Ariadne Óliver. El conocidísimo Extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde, en el que su autor, Robert L. Stevenson, nos muestra que los dos personajes son la perfecta constatación de que el bien y el mal se pueden hallar dentro de una misma persona. Nick Adams, de Hemingway, Un libro de Bech, de John Updike, y así bastantes más. Y hasta aquí llega mi osadía de escribir sobre un tema tan complejo como el tratado, ignorando si he llegado a decir algo de interés o si he sabido hacerlo. Me vale para tener la propia conciencia de que tenemos una doble personalidad. Ésta puede ser buena en lo externo y mala en lo interno; mala de cara a los demás, pero buena en nuestro fondo. Lo nocible es cuando es mala en ambos casos. Ramón Serrano G. Mayo 2017

Y entonces

Para TLS, por su constancia en la lectura de mis escritos. Con mi agradecimiento. . Pienso que no me equivoco si digo que a todos nos gusta soñar despiertos. ¡Oh, soñar, qué cosa tan agradable! Y hago constar que me estoy refiriendo a imaginar, a elucubrar en estado de vigilia y no mientras se duerme, sucesos o escenas que percibimos como reales aunque por supuesto sólo han acaecido, o han de suceder, en nuestro magín. Y al hacerlo, cuando estamos casi convencidos de que lo soñado es real, una vez que nuestra mente se ha instalado en el albergue de la sexta felicidad, en el instante en que se ha extasiado nuestro espíritu en esa creencia, entonces viene el jefe y te echa la bronca; o el vecino te fastidia la siesta con el volumen del televisor; o te manchas la corbata desayunando en la cafetería; o el cliente anula el pedido; o el político se pone a hablar (eso si no actúa, que si actúa es peor); o lo que sea. Pero el caso es que el día, y lo que es peor aún, nuestro sueño, se tuerce de muy mala manera. Porque la mayoría de los humanos, haciéndonos eco de nuestra esencia hedonista, buscamos siempre la felicidad, bien la verdadera, o bien la que a nosotros nos parece que lo es, o lo sería, si las cosas sucedieran a nuestro antojo. Y esto lo hacemos a ultranza, tanto, que a veces nos esforzamos en mentirnos a nosotros mismos sin querer ver nuestras carencias y limitaciones, reales o soñadas, sean del tipo que sean. A veces, repito, creemos oír o ver aquello que tememos y a veces lo que deseamos. Y esas ilusiones oníricas de las personas, esas que les proporcionan tanta dicha (a veces tanto miedo), pese a ser pequeñas, llegan a producir visiones, casi visuras, grandiosas, trascendentes, y llenas de importancia, aun cuando esto sea distinto en cada individuo. Supongo que esto pueda deberse a que el sol, al ponerse, deja de brillar sobre nuestra alma, y la noche del infortunio, o lo que es peor aún, la de la rutina, le quita la luz a nuestra vida. Por ello, en la soledad del dormitorio, así como en la de la celda del prisionero, en la que este gusta de compartir su escaso condumio con el ratoncillo que le visita asiduamente, digo que en las más de las ocasiones a los seres humanos nos agrada dejar volar sin tasas a nuestra imaginación y, fantasiosos, trasladarnos a paraísos de las más distintas condiciones. Antes de continuar, diré que sé que alguien estará de acuerdo conmigo en esto, como sé que otro alguien afirmará que eso es afición de niños o de adolescentes que no se han enfrentado aún a los avatares de la vida, ni han sufrido en sus propias carnes los reveses que esta impone, pero que una vez metido en la cruda realidad, cuando te retiras a descansar, o son las preocupaciones las que motivan el desvelo, o el agotamiento te hacer dormir de inmediato. Como también he de decir que sí, pero no. Que hay un gran número de personas que padecen de esas “miserias”, pero que también haylos que gozan lo indecible sacando, pródiga y minuciosamente, a pasear a su mente,, inquieta o ávida de gozo. Y la tarea de estos últimos es la referencia de este escrito. La sucesión de peripecias ensoñadoras en estado de vigilia suele empezar de dos maneras: casual o forzada, aunque suele haber más de estas que de aquellas. Es natural. Como nos cuesta lo mismo, y nadie nos obliga a nada, llevamos nuestros pensamientos por donde nos viene en gana, que bastante hay que penar cuando no queda otro remedio. Entonces, mientras el sueño llega (y a veces debe venir desde muy lejos, no sé de donde, pero lo cierto es que tarda muchísimo en hacerlo), damos comienzo a un repaso para nuestra satisfacción y empezamos a sacarle al magín un rendimiento óptimo a todas y cada una de nuestras actividades. Dos son también las ocupaciones a la que nos entregamos. A veces repasamos el pasado, o mejor dicho, parte de él, y concretamente, aquella que nos interesa ya que nos resulta placentera y deleitosa. Condenamos al más absoluto olvido lo que nos resultó fastidioso, hasta llegamos a creer que no fuese sucedido, y rememoramos de contino, cuanto sea menester, pormenorizadamente y magnificándolo, lo que nos acaeció en otra época y que permitió nuestro beneficio o leticia. En otras ocasiones dedicamos los ensueños a darle un buen fin a cualesquiera de nuestras empresas o dedicaciones: estudios, trabajo, relaciones, negocios, planes y proyectos, todo, absolutamente todo lo que nos planteemos, nos parece factible y hasta fácil de conseguir, y para ello aportamos cuanto esfuerzo sea necesario. Con la imaginación saltamos vallas, sorteamos obstáculos, resolvemos problemas, hacemos cuanto sea preciso para felizmente conseguir al fin nuestro anhelo. Y en bastantes ocasiones, no contentos con lo alcanzado imaginariamente en un primer envite, deseosos de más satisfacción, de un más amplio godeo, añadimos cuanto cabe a nuestra imaginación para tratar de llegar al infinito gozo. Y así, cuando la mente comienza a obnubilarse, en el momento en que los sentidos van perdiendo energía, Morfeo nos va cogiendo entre sus brazos y el tío de la arena va esparciendo su mercancía por la alcoba por lo que los ojos no pueden, casi, permanecer abiertos, en ese justo instante, cuando estamos habiendo felicidad en grado sumo… nos acordamos que hemos dejado encendida la luz de la cocina. Ramón Serrano G. Mayo 2017

jueves, 27 de abril de 2017

Juicio y orden

Para Cristina y Miguel Uno de los actos más comunes que suelen ejecutar los seres humanos es juzgar las obras u omisiones ajenas, o sea, el comportamiento de los demás, pese a ser, sin embargo, uno de los más difíciles y complicados aunque pueda parecer lo contrario, y, sobre todo, si se quiere llevar a cabo con comedimiento y acierto. Porque reconocerán conmigo que si alguien actúa de una determinada manera, ya sea bien o mal, y tanto da que lo haga reiterada como puntualmente, todo el mundo está presto a emitir un veredicto y, las más de las veces, sin detenerse a estudiar los motivos o razones que al actor le han podido inducir e incluso obligar a ello. Habitualmente, también suele haber al emitir el correspondiente dictamen mucha más subjetividad que equilibrio y ello pueden conducir a los más variados resultados. Pocas veces hay detenimiento en comprobar con rigor si la información que ha llegado es correcta y nos escudamos en es que me lo ha dicho fulano o ha llegado hasta mí a través de uno de tantos medios sociales. Tampoco hay hábito en valorar la importancia o trascendencia del dicho o del hecho, y, por supuesto, no hay interés en saber los motivos que han llevado a realizar la acción. Y todas esas circunstancias influyen grandemente en la magnitud de lo enjuiciado. Los profesionales del Derecho utilizan constantemente aspectos y perspectivas de ellas en lo considerado y que sirven como agravantes, atenuantes o eximentes para determinar la grandeza o futilidad, trascendencia o irrelevancia, del caso al que se refieren. Y de esas variantes y posibilidades voy a hablar a través de una historia que me ha de servir como base para explicar alguna de las muchas posturas que se pueden adoptar ante un suceso. En cierta ocasión, hubo un hombre que era padre de dos hijos, ambos muy aficionados al fútbol, pero partidarios de dos equipos diferentes, uno del verde y otro del marrón. Un día en el que esos dos conjuntos tenían que disputar entre ellos un partido de mucha importancia, les dijo: -Yo, como padre, ¿qué equipo debo preferir que gane esta tarde? Ellos tardaron poco en contestar, y Elian dijo:- Pienso que debes desear que venza mi equipo, el verde, mientras que el Brodelio contestó: - Creo que tú debes querer que empaten, que no gane ni pierda ninguno. Y ambas, que son aparentemente unas contestaciones triviales y hasta cierto punto lógicas, sobre un algo de escasa importancia, le hizo pensar que, sin embargo, merecían un análisis un tanto profundo ya que, en el fondo, las dos podían revelar la manera de ser de cada uno de ellos y albergar un importante significado. En primer lugar, y en un rápido examen, da la impresión que Brodelio, en su expresión, dio muestra de ser más contemporizador y menos radical, que se amolda mejor a los gustos de cada uno de los demás y que incluso renuncia a la victoria de los suyos en aras de no hacer sufrir a los demás, mientras que el otro, Elian, adoptaba una actitud completamente endogámica al desear la victoria de su bando sin importarle para nada el pensar ni el sentir ajeno, ni las consecuencias que aquella traería, y por supuesto, optar por ella sin conceder posibilidad alguna a otras soluciones. Vencer, sólo vencer, de manera implacable, arrasando. Algo parecido a la petición al Santiago matamoros de la batalla de Clavijo o al Santiago y cierra España de las Navas de Tolosa. Y parece ser que fue conforme con este somero análisis, aunque podría haberlo intercambiado, puesto que muchas de las razones que aplicó al proceder de uno podría haberlas realizado igualmente en el del otro y aumentado con otras muchas más interpretaciones, unas buenas y otras no tanto, y hasta tal punto, que quedó convencido de que había aplicado uno y omitido ciento. Hasta aquí la corta historia sobre aquel hombre y sus hijos, y en ella se dice algo que sucede constantemente, que no parece justo pero que es lo habitual, y estriba como he intentado decir en el pensar del sujeto que forma una opinión sobre alguien o sobre algo. O sea, esto es así, así lo ve, y por ello, expresa su opinión y por las razones que aduce deja marcada en un tercero lo sucedido, tanto en su forma como en sus cualidades. Sin embargo, lo que parece completamente increíble, es que el orden en el que se dicen, cambien de una manera radical la naturaleza de lo expresado. Aun empleando las mismas palabras, lo dicho será bueno o malo, siempre que lo digamos en primer o en segundo lugar, e interpongamos entre ambos un pero. Y me estoy refiriendo a la conjunción adversativa, no en la acepción que la define como un defecto u objeción, sino en la que contrapone a un concepto, otro completamente distinto, usando las mismas palabras y tanto para lo bueno como para lo malo. Dos ejemplos: - Gael es buena persona, pero antipático. Gael es antipático, pero buena persona. O esto otro: -Hace buen día, pero un poco fresco. Hace un poco fresco, pero buen día. Y se ve cómo las cosas, que continúan siendo como son, cambian según el orden en que se expresan y acaban siendo aquello que se dice en último lugar. Llama entonces la atención cómo, por estas y otras muchas razones y en aras de muchas causas, cambia el juicio que cada cual emite sobre las cosas según el orden en que lo expresa. Ramón Serrano G. Abril 2017

jueves, 6 de abril de 2017

Los pilares

Para todas aquellas y aquellos que, como yo, tuvimos la inmensa fortuna de recibir sus enseñanzas. Es archisabido que cuando alguien construye un edificio puede alcanzar, o no, los fines para los que este ha sido imaginado, y que cumpla, o no, aquellos deseos para los que fue destinado. Si su rentabilidad ha sido la correcta, su capacidad la necesaria, si está dentro de las normas ciudadanas, o si su belleza es nula, aceptable o exquisita. Y cuando el hombre de la calle pasa ante él, nunca tiene conciencia exacta de en qué nivel se halla dentro de las premisas expuestas, o de otras muchas que igualmente podríamos traer a colación, y si se me permite apuntarlo, tampoco podrían dar firme e inmediato testimonio de ello, tanto los profesionales que lo han diseñado, como los empresarios que se han hecho cargo de su construcción y la han llevado a su fin. Pero si hay una cosa de la que todo el mundo está completamente seguro, siempre que haya transcurrido un considerable espacio de tiempo desde que se hizo, y ello no es sino que está asentado en unos firmes y seguros pilares que hacen posible que la obra dure mucho, muchísimo tiempo, que no se tambalee, que se muestre firme y eficiente. Y pensando en ello, vengo a referirme hoy a una magnífica obra que se llevó a cabo en nuestro entrañable Tomillares en los primeros años cuarenta del pasado siglo. Sintiendo la necesidad de que en esta ciudad se impartieran estudios superiores a los primarios, y al no existir ningún centro oficial dedicado a ello, varios próceres locales consiguieron, con la impagable ayuda de una bodega jerezana, que la orden carmelitana con sede en Antequera, se hiciera cargo de impartir los estudios de bachillerato. Así, se abre el colegio Santo Tomás de Aquino, en el que la primaria se mantiene con las enseñanzas de frailes de la citada orden, mientras que para la secundaria, a más de algún cualificado carmelita, se necesitó traer a profesores foráneos. Estos, siendo buenos, y con la suficiente capacidad para sacar adelante su misión, no eran los mejores como es fácilmente comprensible. Pero la Orden se exige más a sí misma, tanto por su manera de pensar, como por la categoría del lugar donde se va a desarrollar su ejercicio, por lo que día tras día y año tras año, se trabaja hasta dar con alguien, no sólo que sea muy bueno, sino lo mejor, y lo mejor tanto de antes como de ahora, para con ellos, y en ellos, afianzar los pilares del “edificio”. Y ese esfuerzo da como resultado la consecución de la ayuda de algunos preceptores más, pero sobre todo, la de cuatro profesores inmejorables y de los que voy a hablar someramente, aludiendo a ellos por orden alfabético ya que su categoría y eficiencia, a más de óptima, es equiparable. Este, de la localidad, pertenece a una familia que tiene una carpintería en la calle del Infierno. Aquel, militar de carrera, viene desde la toledana Villa de don Fadrique. El otro no continúa con el negocio que los suyos tienen en la calle Caballeros de Ciudad Real, una imprenta y papelería, mientras que esotro, andaluz y cordobés, de Pozoblanco por más señas, ha llegado a Tomillares en la Guerra Civil como oficial del ejército. Vemos entonces que los cuatro son pioneros en el ejercicio de la enseñanza, sin que ello sea obstáculo para que la desarrollen de un modo excelente. Por ello, la literatura y los idiomas por un lado, las matemáticas por otro, la geografía y la historia por este, y por aquél el latín, el griego y la filosofía, se van introduciendo profunda y sabiamente en el saber del alumnado, y de tal modo que este va llegando a ellos de una manera eficiente, duradera y agradable. Y tan es así, que hoy en día, cuando nos juntamos compañeros y amigos de aquellos muy felices años, indefectiblemente aparece el recuerdo de alguno, o de todos, de aquellos cuatro docentes, de aquellos “pilares” en los que estuvo, afianzado nuestro aprendizaje, y de alguno de sus enseños, y, por supuesto, todas y cada una de las membranzas van acompañadas del mayor agrado y satisfacción. Por eso hoy que se acaba de producir el fallecimiento de un ser muy allegado a este entorno y muy querido por todos, vengo aquí, queridos DON FRANCISCO, DON ANTONIO, DON FRANCISCO, y DON CARLOS, en nombre de todos y cada uno de mis compañeros y en el mío propio, y pese a la insignificancia de mi capacidad para hacerlo, con el deseo de dar profunda señal de nuestro agradecimiento, respeto y cariño hacia ustedes. Ramón Serrano G. Abril de 2017