jueves, 28 de julio de 2011

Y no saberlo decir

Y no saberlo decir
Ramón Serrano G.

“…más doloroso es amar, y no poderlo decir”.- Joaquín Dicenta.

Muchas personas tienen a lo largo de su vida, demasiado larga para unas, excesivamente corta para otras, la desdicha de que, habiéndoles sucedido algo de gran importancia para ellas, no encuentran el modo adecuado de expresar al resto lo que les ha sucedido. Y por ello reconozco y proclamo, que es grande el tósigo de quien albergando fantasías y sueños, percibe que carece de alas que le remonten hasta el cielo al que le llevaría el saber hablar. Que vive con gran pesar aquél que, forjándose planes y proyectos para otros asequibles, tiene la exacta conciencia de que él llegará a morir, no ya sin conseguirlos, sino tan comunicarlos siquiera. Que no es vida la de esa o ese que, sintiendo un amor verdadero por alguien, o por algo, ha de guardarlo en sus adentros, pues no lo sabe decir.
Porque ocurre a menudo que cuando alguien tiene una afición, y para su desgracia no posee las necesarias condiciones para desarrollarla, al menos dignamente, ese alguien pasa muchos ratos, demasiados, con la tristura de no poder exteriorizar convenientemente, o al menos como a él le gustaría, esas filias o folías que siente su corazón. De ese modo, al no encontrar la solfatara por donde dar vía libre a los malos humores de su incompetencia, se halla molesto, y esta incomodidad la padece tanto si el hecho que produce el sentir del personaje en cuestión es de naturaleza alacre o es, por el contrario, amarrido. Y da igual si la manera de ser del individuo que la siente es expansiva o íntima. Pese a todo, la persona no resiste la tentación de pregonar lo que hay en su interior, y se le presentan entonces los tres problemas clásicos con los que un ser ha de enfrentarse en esas ocasiones de la vida: a quién decirlo, qué contar -si todo o sólo una parte de la cuestión -, y cómo hacerlo.
Hablemos de ello, mas si me lo permiten, lo haré únicamente de las ocasiones en que tenemos el alma amurriada por causa o razón que lo justifique debida o indebidamente, pero que de todos modos la sentimos fuertemente lacerada. Y, como notarán de inmediato, este escrito no quiere, ni puede, ni viene a ser un rol de los motivos que existen para ello. En primer lugar porque sería absurdo, y casi imposible dada su extensión, relacionar las causas que pueden o podrían angustiarnos. Y luego porque, en demasiadas ocasiones, nos lanzamos torpemente a realizar algo sin haber aprendido a hacerlo con arreglo a las normas establecidas, o no siguiendo el ejemplo de los sabios que sí supieron conducirse.
Y no queriendo yo que me ocurra algo similar, en vez de exponer mi propia retahíla de padeceres y abatimientos, que estaría compuesta, como no podría ser de otra forma, por los muy recurridos ayes ante el dolor físico, o por lamentaciones debidas a la escasez de medios económicos, o por la falta del reconocimiento ajeno ante los valores personales, o por cualquier otra nimiedad al uso, me acojo a lo que está sabiamente escrito en Leonor de Aquitania, y tomándolo como ejemplo, hago público reconocimiento de lo que sigue, y ¡ojalá! lograse hacerme entender. Y digo:
-Que siempre son menos llevaderos para las personas los desgarros anímicos que los físicos, y en aquellos, son los que afectan al terreno amatorio los que más dañan el alma, ya que aunque se tengan ideales de cualquier tipo o condición, políticos, religiosos, sociales, o de la clase que sean, ninguno afecta tanto al individuo, para bien o para mal, que aquellos en los que se conjuga en propia carne el verbo amar.
-Y así, repito, apoyándome en Joaquín Dicenta, confirmo y transcribo que doliendo, y mucho, comprobar cómo se va yendo la vida, y pese a ignorar en qué sitio, cómo, y cuando hemos de morir...más doloroso es amar...y no poderlo decir.
-Que debe ser tristísimo que la ceguedad mantenga a alguien en una noche permanente. Pero, pese a ello, aun cuando algo te impida ver el claror del sol, y con la conciencia de lo penoso que debe ser mirar la luz y no llegarla a percibir…más doloroso es amar…y no poderlo decir.
-Saber que somos unos tristes peregrinos de la vida que no podemos detenernos jamás en nuestro sendero. Y que aunque no podamos tomarnos descanso alguno en nuestro caminar, sino tan sólo a la hora de morir…más doloroso es amar…y no poderlo decir.
-Y que aun cuando, con toda libertad, nos está permitido soñar con cosas que nunca vimos, teniendo la necesaria conciencia de que nos faltan las alas, antes citadas, para, al hacerlas realidad, llegar con nuestras quimeras hasta el cielo, nos produce gran dolor no llegar nunca a gozarlas. Pero que, además, si esta pena se debe a un quillotro inasequible, bien sabemos que no existe amargura alguna en este mundo, ni hay un mayor dolor que…ver el alma morir, prisionera de un amor…y no poderlo decir.

Julio 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 29 de julio de 2011