sábado, 2 de febrero de 2008

Lo relativo

Todo es relativo
Ramón Serrano G.

No tema querido lector que no voy a hablarle de la relatividad del gran Einstein, tanto de la restringida, como de la general, aunque ya me gustaría tener, como mi amigo y “paisano” José Manuel Ruiz, los conocimientos necesarios para poder hacerlo. Sí quiero, por supuesto, referirme a esa relatividad en lo que se refiere a conceptos, posesiones, carencias, cualidades y alguna que otra circunstancia más, porque, afortunadamente, nuestra lengua, el español (sí, han leído bien, porque he dicho, queriéndolo decir, el español, el E-S-P-A-Ñ-O-L y no el castellano, y si alguien quiere saber el porqué de esa preferencia, se lo explico gustoso) decía que nuestra lengua es maravillosa y tiene una enorme cantidad de términos con diferentes acepciones. Por eso me gustaría remitirme a lo que es relativo, por oposición a lo que es absoluto.
Empezaré por decir que, según mi plácito, una de las mejores cualidades que posee el ser humano es el de la conformidad, sin la cual su vivir sería, entre otras cosas imposible, ya que si estuviese dominado por un ansia insaciable, sus días estarían contados con brevedad. Es por ello, que hasta el mayor avaro tiene la necesidad de sentir un punto de satisfacción y hartura.
Por todo esto cabe decir que todos aspiramos a más, algunos a mucho, otros a demasiado, pero siempre nos llega un momento en el que damos por colmados nuestros anhelos por amplios que ellos sean. Es esto dado, al ser conscientes de que siempre habrá un algo que no podamos aprehender, pero que ya no lo necesitamos puesto que lo alcanzado es suficiente para cubrir las propias necesidades. Luego el poseer ese exceso es indudablemente relativo.
Podríamos poner mil ejemplos, de hombres pretéritos o actuales, tanto de grandes acaparadores como de los que son parcos y frugales. Y lo podríamos haciendo referencia a las circunstancias a las que aludíamos anteriormente. Así la mujer, o el hombre, más atractivo/a, la tierra más productiva, el lugar más confortable, la enfermedad más dolorosa, la inteligencia más capaz, y tantas otras muestras que podríamos traer a colación, no tienen ni sabemos, en cuanto a cantidad, cuál es la medida necesaria para saciar nuestro apetito, o para soportarla adecuadamente, que por otra parte ha de ser por naturaleza diferente entre cada uno de nosotros.
Hace poco fui testigo de la anécdota que paso a relatar. Estábamos tertuliando un grupo de amigos y salió el tema de cuál sería el mejor sitio para vivir. Ponderamos aspectos como, clima, seguridad, ambiente, cultura, alimentación, infraestructura, muchos matices y de muy diversas condiciones. Bueno pues no dimos con el sitio idóneo, ya que las peculiaridades de uno no eran suficientes para Tasio y las particularidades de otro no satisfacían a Ligio. En suma, no nos pusimos de acuerdo con ninguna ciudad que complaciera plenamente a todos.
Y es que es así. Yo soy muy parco en todo lo relacionado con la cultura, ya sea literaria, musical o de cualquier tipo, pero aspiro a mucho en lo referente a la economía, y sin llegar a ser un avariento, procuro ir agrandando mi granero y tenerlo satisfecho. Por el contrario, Policleto es morigerado como pocos en cuanto a riqueza, que tiene hábitos cuasi recoletos, pero no para de adecentar y guarnecer su casa con todo tipo de modas y comodidades, que más parece su hogar palacio de duque que aposento de aldeano.
La vivienda de Hesíodo es pobre, aunque está muy limpia, y él dedica cuanto puede, tiempo y dinero, en acrecentar su saber, que suele pasar las noches entre libros de todo tipo, de claro en claro, al igual que lo hiciera nuestro conocido hidalgo. Observamos como Diómedes, pese a sus dolencias, múltiples y casi incurables, está de continuo buen humor y presto a favorecer a quien fuera menester, consciente de que otros se hallan en peor estado que él. Sin embargo, Teodectes, al que la vida si no le sonríe, al menos no le pone mala cara, tiene siempre un carácter acibarado y un talante irascible al creer que cualesquiera de sus convecinos tiene más fortuna que él y que a los demás les van siempre mejor las cosas.
Como podemos observar, todo es relativo. Casos como estos que acabo de relacionar los conoce cualquiera de ustedes a diestro y siniestro, y, si me apuran, en su propia calle, y posiblemente en su misma acera. Porque cada uno tiene un distinto termómetro para medir sus distintas capacidades. Porque a cada cual hay algo diferente a lo que aspiran o a lo que son capaces de tolerar. Porque cada ser humano cifra su sabiduría o su importancia en llegar a unos parámetros totalmente dispares a los que mantienen sus semejantes.
Muchos hay que basan la sabiduría en tener cumquibus y no en estar instruidos. Bastantes, los que se ocupan en aparentar, cubriéndose de lujosa indumentaria, y no en ser y en alcanzar la autenticidad tanto en lo externo como en lo interno. Legión, los que se afanan en ascender, aun a costa de medrar o de bailar el agua a quien fuere menester, en vez de disfrutar de la grandeza de lo sencillo y natural. Profusión, los que se sumergen en ambientes mefíticos y escabrosos en vez de abandonar el mundanal ruido y escoger la escondida senda que eligieron los sabios. Como también hay una gentada de aquellos que sienten precisamente lo contrario a estos que acabo de enumerar.
Deberíamos tener presente que pese a que los asuntos, los aconteceres y las circunstancias tienen siempre una profunda carga de relatividad, lo importante es saber mantener un buen equilibrio entre el conformismo y la necesidad de superación. Aunque si lo pensamos detenidamente, puede que sea muy relativo que yo lleve razón en cuanto a lo que acabo de escribir.
Setiembre de 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso, el 7 de setiembre de 2007

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