jueves, 15 de julio de 2010

Por atún...

Por atún…
Ramón Serrano G.

Un día alguien se extrañaba de por qué los gallegos conseguían siempre sus pretensiones mientras que los de otras regiones difícilmente lo lograban. Su interlocutor le dio una razón más que convincente, que yo quiero exponer hoy, pero haciendo una salvedad que, aunque de tipo subjetivo, me parece completamente cierta. Esta es que no creo que el lugar de nacimiento influya de manera determinante en el comportamiento y la forma de ser de los individuos. Los hay graciosos y esaboríos en Andalucía y en Aragón, vagos y trabajadores en Cataluña y en Extremadura, tenaces o con poco aguante en Cantabria y en Murcia. De todo, en todas partes. Pero, dicho esto, vayamos a nuestro caso.
Un vecino de Barbuleira y otro de Villavieja del Cerro tenían un mismo problema administrativo y ambos se tuvieron que desplazar a Madrid para resolverlo. Una vez en la capital se dirigieron a la Dirección General de Asuntos Varios.
-Bos días. Yo viniera para hablar con el señor director. ¿Podría?
-Mire, le contestó el funcionario. Aún no son las nueve y este señor no ha llegado. Si quiere, puede sentarse en una de esas sillas y esperarle.
Así lo hizo el galleguiño. Pasadas las diez, llegó el otro paisano.
-Hola. Vengo a hablar con el director.
-Pues mire, dada la hora, es raro que no esté ya aquí. Pero no ha venido. ¿Si quiere, puede sentarse y esperarle?
-¿Y tardará mucho?
- Debe estar en alguna reunión o consejo, pero no ha dejado aviso.
- Entonces, me voy a tomar un café y luego vuelvo.
Sobre las 11,30 el administrativo se dirigió al que esperaba para decirle que el señor director estaba reunido y que no sabía cuándo terminaría, aunque suponía que fuese tarde.
-Si no le importa, me siento y le sigo esperando. Y así lo hizo.
Al rato volvió el del café al que dieron la misma información. No le agradó la noticia, y tras alguna indecisión, resolvió irse a dar una vuelta por la ciudad, para hacer tiempo.
Cerca de las tres de la tarde informaron al de Barbuleira que tenía que marcharse ya que iban a cerrar, pero que si quería podía volver por la tarde ya que el señor director había dejado dicho que regresaría sobre las cuatro. El hombre se fue hasta un bar cercano donde tomó un bocadillo y una botella de agua. A las tres y media ya estaba de nuevo en la puerta del edificio oficial esperando a que abrieran. Cuando lo hicieron, subió al antedespacho, y allí volvió a sentarse para seguir esperando su objetivo. Sobre la cinco y media apareció el otro ciudadano diciendo:
-Pasaba por aquí y me ha extrañado ver abierto, pero he subido por saber si estaba el señor director y podría recibirme.
-Pues ya debería estar aquí, porque dijo que llegaría a las cuatro. Pero lo cierto es que aún no ha llegado y no sabemos cuándo lo hará.
- Bueno, pues entonces me marcho y mañana volveré.
Bien pasadas las siete informaron a nuestro buen gallego que su anhelado interlocutor acababa de anunciar que ya no vendría hoy, por lo que nuestro hombre marchó a su alojamiento. A la mañana siguiente llegó al edificio de nuevo cuando estaban quitando el cierre. Sabiéndose el camino, llegó a la antesala, pidió de nuevo audiencia, y volvió a su consabida y tranquila espera. Cerca de las doce llegó su colega con prisas y encontró al galaico bajando la escalera.
-Me he entretenido haciendo unas compras y mire qué horas traigo ¿Ha venido ya a ese señor?
-Pues no, contestó el otro. Me acaban de informar que le han llamado del Ministerio y ya no volverá hasta la tarde.
- ¿Esta tarde? Ese ya no viene hoy. Mañana vendré para verle.
Y cuando llegó ese mañana, casi sin que amaneciera, ya estaba el de siempre en la puerta, mientras que el otro, apareció sobre las diez en las oficinas. Pero tampoco ese día, y por ignorados motivos, lograron entrevistarse con el anhelado director. Al siguiente, cuando habían dado las doce y aún no les habían recibido, dijo el de Villavieja:
-Mira, yo no espero más a este tío. Me voy a mi pueblo y si no arreglo mi problema, pues se queda como estaba, y en paz.
No pensó lo mismo el otro, que sabía que cuando algo tiene verdadera importancia para uno y le interesa de verdad, hay que dar cuantos pasos sean necesarios, insistir lo indecible, aguantar lo inaguantable y no renunciar nunca hasta haber conseguido el propósito perseguido. Así pues, esperó tres días más, hasta que por fin le recibieron, le dieron una correcta y satisfactoria solución a su petición, con lo que volvió a su Galicia satisfecho.
Cabe decir que al volver a sus respectivos lugares de residencia, uno no cesaba de poner verde al director y despotricar contra la burocracia. El otro dijo solamente: -Yo fui a Madrid a resolver mi problema y me vine con él solucionado.
Y esas actitudes y no otras, como el origen o la forma de ser, son las que permiten a unos conseguir sus propósitos y a otros abandonar sus empresas tan pronto como sopla un poco de aire en contra. Dicho de otro modo: que unos la siguen y la consiguen, mientras que los hay que cuando van a hacer algo les gusta ir “por atún y a ver al Duque”.

Julio 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 16 de julio de 2010