lunes, 28 de enero de 2008

La isla

La isla
Ramón Serrano G.

Para Myriam y Mª Dolores, dos mujeres excelentes

Me parece sumamente ingeniosa la costumbre de ciertos periodistas cuando, al entrevistar en las llamadas revistas “viscerales”, o en los semanarios dominicales de muchos periódicos, a personajes más o menos importantes, les suelen hacer preguntas del calibre de las siguientes: “ Y Vd. ¿qué desayuna?”, como si el que cierto individuo tome como su primer alimento diario las antiguas y modernas tostadas con aceite de oliva en vez de bollería, o un zumo casi siempre enlatado en lugar, o además de un café, pueda ser algo trascendente tanto para el desarrollo de la actividad del entrevistado, como para satisfacer la curiosidad del desocupado lector. “¿Cuál es su color preferido?”, insisten. Y digo yo que si tiene alguna trascendencia para el devenir del universo que habitamos que el individuo, o individua, se decante por el garzo antes que por el jaldo, o por el glauco más que por el fucsia. Y no digamos cuando la inquisición lleva aparejada a la elección de una cosa el arrumbamiento de otra. Así leemos: “¿Qué prefiere habitualmente un vino tinto o un champán?”.
Mas permítaseme que eche aquí mi cuarto a espadas con relación al nombramiento que, entre nosotros, se le está empezando a dar al excelente vino blanco espumoso que se produce en la que siempre fue Cataluña, próspera y muy admirada región de la antiguamente llamada España. Parece ser que hoy hay que denominarlo cava, y yo no sé por qué razón, ya que es un producto que se empezó a elaborar en la zona francesa de Champagne, y de ella tomó su mejor y único nombre. Algo similar, aunque esa es otra historia sobre la que los tomelloseros sabemos mucho, empezó a ocurrir con el coñac, igualmente originario de Francia y su región de Cognac. Hubo por los años cincuenta o sesenta del pasado siglo, quienes quisieron llamarlo jeriñac (por aquello de que la mayoría de esta bebida se embotellaba en Jerez de la Frontera), pero como esa era una boutade de tamaño muy considerable, se le empezó a denominar brandy, que es un término inglés por más señas. ¡Atenme esa mosca por el rabo! Ignoro si dentro de poco algún listillo de turno bautizará con una denominación nueva a los sensacionales vinos que nos llegan del mismo Jerez o de Oporto.
Y dicho lo dicho, volvamos al tema que nos ocupaba. “¿Prefiere Vd. esto o aquello?”. Y no alcanzo a comprender qué motivo hay para tener que elegir algo estupendo, pero renunciando a algo maravilloso. Pero es que no atascan y te imponen la elección, ya de antemano, entre los percebes de la Peña del Roncudo o la ternera del valle de Amblés, entre Machado o Tagore, o entre Rembrandt o Van Gogh. Pues no señor –deberían contestar- a mi me gustan los dos, porque uno y otro tienen calidad más que de sobra.
Pero donde ya se llega al súmmum del tópico es cuando los reporteros dicen, así, tan esponjados, tan queriendo llegar a la quintaesencia de las preguntas: “¿Qué se llevaría usted a una isla desierta?”, y lo peor de todo, es que si en las anteriores los preguntados suelen colaborar a la pamplinez de lo indagado, en esta se suelen volcar con toda su alma en la inverosímil creencia de que en la contestación va el resumen de una forma de ser y proceder. Claro que, si tuviesen un dedo de conocimiento, lo primero que contestarían al gacetillero sería: “¿Oiga, y para cuánto tiempo me iría? ¿Y la isla dónde se halla?”. Y lo mismo que eso, otras cien cosas más. Porque estarán ustedes conmigo en que no es lo mismo viajar para una semanita que para ocho meses, y que es bastante diferente la ropa que hay que echar en la maleta, dependiendo de si nos vamos a las Malvinas, a las Barbados o a las Aleutianas. De si se va uno solo o acompañado, con o sin medios, con o sin ayudas de algún tipo.
Y digo que aquí vienen las contestaciones más distintas. Las hay, ustedes las habrán leído igual que yo, para todos los gustos y a cual más inimaginable. De este modo, y según se considere cada uno a sí mismo, hay quien se llevaría un perro, una radio, unos granos de trigo, una hamaca, una botella, la Biblia, el Corán o la Torá, un libro o un disco. Aunque, si miramos con detenimiento, observaremos que es cierto que cada cual expresa un poco sus deseos y su manera de ser al elegir su escueto equipaje. Puede que el primero desee un compañero al que poder dominar, o sea, en el fondo un esclavo. El segundo aspira a poder seguir enterándose de cuantos atentados o muertes por malos tratos se siguen produciendo. Aquél busca la forma de asegurar su alimento y con ello su supervivencia. Este, el logro de su aspiración más íntima: el ocio absoluto. Esotro, olvidar libando sus posibles pesares. Muchos, el medio para mantener vivas y fuertes sus creencias, que otra cosa sería el practicarlas. Los últimos, poseer los instrumentos con los que conseguir su desarrollo intelectual, que para ellos significa su más íntima e intrínseca felicidad. Pero a poco que nos fijemos, observaremos cómo, en el fondo lo que todos desean es no verse aislados en la isla. Esa condición tan importante para muchos humanos: ¡vade retro, soledad!
A mí, que no soy importante ni famoso, y que por ello no me entrevistaron nunca ( o casi), me preguntaré a mí mismo dada mi conocida inmodestia, para decirles lo que yo me llevaría a una isla desierta, estuviese situada en el trópico o en el polo, y el viaje fuese de unas horas o de años. Yo, única, indefectible, exclusivamente, me llevaría a la MUJER.
Pero antes de escribir ni una sola palabra más, he de decir que a ello me impulsaría el seso, que nunca el sexo. ¡Adonde voy yo, ya, con mis años!. Porque la mujer, o como antes dije, la MUJER, reúne cuantos requisitos son imprescindibles para hacernos la vida feliz, válida, interesante, voluptuosa, rentable, completamente digna y merecedora de ser vivida. Sé, a ciencia cierta, que están de acuerdo conmigo en que es nuestra más rendida esclava, liberadora de cuantos fastidios nos acechan. Procuradora siempre de que sólo nos lleguen noticias agradables. Inmejorable ayudadora en nuestro trabajo y nuestra economía. Sabia reparadora de nuestro agotamiento. Docta dispensadora de los mejores remedios para nuestros males. Animadora a que sintamos y cumplamos con nuestras creencias. Cultivadora de nuestros mejores conocimientos, de los más nobles sentires. Hada hacedora de los más tiernos milagros, capaz de conseguir, con la varita mágica de su sola presencia, poner alas a la barca de Caronte y hacer que ella nos lleve, en lugar de a la laguna Astigia, al celestial edén reservado para los elegidos.
Así que ya lo sabe usted, señor periodista. Si quiere que me vaya a una isla, debe procurarme dos billetes. Uno para mí, y el otro para la MUJER.

Julio 2004
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 23 de julio de 2004

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