viernes, 5 de diciembre de 2008

El grano de arena

El grano de arena

Parece mentira, pero hay que ver cómo, a la mayoría de los humanos, nos incordia y afecta para mal a nuestro ánimo, que cualquier cosa, por nimia o intranscendente que sea, altere en poco o en mucho nuestros deseos, gustos o intenciones. Es como la incomodidad que sentimos cuando un grano de arena se nos mete en un ojo.
Sucede por ejemplo, y todos lo sabemos porque todos lo hemos o lo estamos pasando, cuando suena el despertador anunciando que es la hora de levantarse para ir al tajo y tenerse que enfrentar con el frío o el calor, soportar la mala uva del jefe o aguantar un extenso o incómodo horario laboral. Menudo geniecillo se le/nos pone a más de uno. En realidad ocurre que con cualquier cosa que interfiera aunque sea en lo más mínimo nuestra personalísima forma de pensar, empezamos a jurar en arameo. ¡Qué más da lo que sea! El caso es que no estamos a gusto con nada que se diferencie en algo de nuestra apetencia. Algo que no permita que las cosas se desarrollen según nosotros las teníamos planeadas.
Es como una especie de pathos que ataca y consigue alterar de un modo intenso a nuestro estado de ánimo y, lo que es peor, a nuestro comportamiento. Y, reconociendo que hay seres de diversas clases: comprensivos e intransigentes, sosegados y nerviosos, tranquilos e impacientes, vemos a diario, cómo un gran número de personas reaccionan con desasosiego ante situaciones, si no normales, sí muy corrientes, y que podríamos considerar muy acertadamente como livianas. A este respecto, vendría muy bien recordar lo que Stephen Covey, catedrático universitario norteamericano, habla del “Principio 10/90”, en el cual viene a decir, más o menos, lo siguiente:
-Deberíamos pensar en que sólo un 10% de la vida está relacionado con lo que nos pasa, mientras que el 90% restante lo está con la forma que nosotros reaccionamos ante ello. O sea, que no tenemos control, únicamente, ante un 10 % de lo que nos sucede. Así, no podemos evitar que el coche se averíe, que haya un atasco o que el avión llegue con una hora de retraso. Pero sí que podemos reaccionar convenientemente ante ello.
Y cuenta luego, que una mañana, cuando desayunaban unos padres con su hijita, ésta tira involuntariamente una taza de café, manchando la camisa del hombre. Éste, de inmediato, maldice, grita, regaña a la niña, que rompe a llorar asustada, critica a su esposa por no saber colocar la vajilla y tras un rato de vituperios, imprecaciones y palabros, va a cambiarse la camisa para acudir al trabajo en condiciones. Cuando regresa, ve a su hija llorando aún porque, con el berrinche, ha perdido el autobús, lo cual le obliga a él a llevarla en el coche hasta el colegio. Como ya va con retraso, conduce demasiado deprisa, lo que hace que le denuncien por exceso de velocidad. Al llegar la chiquilla se baja del coche y, enfadada, se marcha sin ni siquiera decirle adiós. Con todo este lío llega tarde al trabajo y observa además que ha olvidado el portafolios. Todo le sale fatal. Luego, por la noche, se da cuenta de que tuvo un mal día. Pero quién lo causó: ¿la niña que derramó el café?, ¿el policía que le multó? No. Él fue el único culpable de lo sucedido al perder el control sobre sí mismo y tener un comportamiento inapropiado, ya que de haber reaccionado de una manera afable, todo hubiese quedado en una simple anécdota sin importancia. Continúa el profesor con otros ejemplos, también muy interesantes, sobre el poco raciocinio que solemos tener en el desarrollo diario de nuestras conductas. Pero bástenos a nosotros con el caso expuesto.
Reconozcamos que es incontable, como al principio apuntaba, el número de veces que respondemos de un modo estúpido ante una situación completamente normal, nada considerable y mucho menos trascendente, siendo la única razón de nuestros inapropiados cabreos y desafueros, que algo ha torcido un tanto nuestros proyectos. Y lo hacemos, porque no tenemos en cuenta algunos principios básicos para el buen comportamiento de una persona.
En primer lugar, y ante todo, que se debe cuidar siempre, y muy mucho, dichos y comportamientos ya que quien pierde los modales pierde la razón. Esto es importantísimo. Y luego, que hay algo llamado equilibrio, que debe imperar en el correcto desarrollo de la vida. Aquello de que no se deben matar moscas a cañonazos. Porque vamos a ver: ¿merece la pena que porque una “listillo” quiera salir antes en un semáforo, porque una pebetera paloma haya deslustrado con sus heces nuestro atuendo, porque se haya escachifollado la “tele” justo cuando iban a dar nuestro programa favorito, porque el domingo, al ir a preparar ese sorbete de limón que nos sale tan rico, nos demos cuenta que se nos ha terminado la albahaca, merece la pena, digo, que por cualquiera de esas cosas u otras parecidas, todas ellas de nula enjundia en el fondo, agarremos un enfado descomunal que nos llene de bilis todo el día?.
Vamos entones a enfocar los problemas en su justa medida. Démosle importancia a lo que realmente la tiene, o al menos en lo que nosotros podamos influir para su correcto funcionamiento. Nos irá mucho mejor si para lo otro, para lo fútil o poco sustancial, somos consecuentes y no hacemos una montaña de un simple grano de arena.

Diciembre 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de diciembre de 2008