jueves, 6 de octubre de 2011

In memoriam

In memoriam
Ramón Serrano G.

Sabemos muy bien que la vida cambia afortunadamente, aunque, a veces y en algunos aspectos, sea para mal, pero muchas también lo hace para bien, y otras sin mejora ni estropicio, sino obligada por la evolución natural del hombre con sus cada vez mayores posibilidades de todo tipo.
Pese a ello, la principal ocupación de los viejos es, ya se sabe, el recordar momentos, sucesos, oficios o costumbres pasados. Tiempos pretéritos que para nosotros suelen ser “pluscuamperfectos”, porque lo fueron así, o porque así preferimos mantenerlos en la memoria. Y uno de estos días, evocando antiguallas, di en pensar, con el mayor agrado, en las plazas. En esos lugares más o menos grandes, o más o menos bellos, que hay en todos los lugares habitados del mundo. Y quiero hacer una sentida añoranza y una breve glosa geográfica e histórica sobre ellas, pidiendo disculpa de antemano porque, citaré algunas, pero he de dejarme muchas, bastantes, por razón de espacio y de conocimientos.
Desde siempre, en todos los lugares, y en todas las civilizaciones, la plaza de un lugar era el sitio de mayor importancia en el desarrollo de todas las actividades. En ellas se comerciaba, se hacían contratos de todas clases, se dialogaba o se paseaba para estar al tanto de lo ocurrido en la política o la sociedad. Incluso se desarrollaban actos tan dispares como la administración de justicia, prácticas religiosas o la prostitución. Eran, indudablemente, el centro neurálgico de las urbes. El sitio donde se dictaban y se difundían las normas por las que se regían los moradores del lugar. Como mejor ejemplo de todo ello, y por resumir, citaré el Ágora ateniense y el Foro romano.
Pero con el paso de los años la mayoría de esas actividades empezaron a ejercerse en locales adecuados y la función placera se vio enormemente reducida. De cualquier modo la plaza continuó siendo el centro neurálgico del pueblo y en ella, o junto a ella, se instalaban cuantos podían, desde el Ayuntamiento, a bancos, comercios o bares, sabedores de que la mayoría de los vecinos tenían que pasar por allí, y que además gustaban de hacerlo, porque ese céntrico lugar era el corazón que movía la sangre necesaria para un buen desarrollo de la vida urbana. Y se las dotaba de cuantos medios fuesen necesarios para hacerlas más cómodas y acogedoras. Por eso, en el norte las había con soportales para guarecerse de la lluvia, y en el sur se llenaban de árboles para protegerse del sol.
Hoy las plazas ya no tienen ese sentido ni esa misión, porque la gente no concurre en ellas, o no la hace con la asiduidad y por las razones anteriormente expuestas. No acuden porque tienen otras ocupaciones para sus ratos de ocio, mucho más interesantes, según su creencia, que el dialogar tranquilamente con sus vecinos y paisanos, y si quieren hacerlo se reúnen. Unos leen, otros se van a jugar al golf, o al tenis, o a hacer pilates, o yoga, y los más, ven esos maravillosos programas televisivos donde se habla a gritos, y se asegura, minuciosamente, de que el novio de cierta cantante se está acostando con una actriz de cine de tres al cuarto. ¡Qué se le va a hacer!
Yo quiero ampliar esta recordación sobre esos tan entrañables lugares, nombrando algunas plazas del mundo que son muy famosas por varias razones, y consciente de que cualquiera de ustedes podría citar muchas más. Unas porque han sido escenario de sucesos políticos de gran trascendencia. Así, la de Tian’anmen, en Pekín; la de Mayo, en Buenos Aires; la de la Bastilla en París, y, más recientemente, la de Tahrir, en El Cairo.
Otras a destacar por su inmensa belleza, como la Roja, en Moscú; la del Vaticano, en Roma; la Grand Place, en Bruselas; o la Djemaa el Fna, en Marrakech. Todas estas en el extranjero, pero también en nuestro país las hay de una categoría inmensa. Recordemos la Mayor, en Salamanca; la de España, en Sevilla; la del Obradoiro, en Santiago; la de Pedraza; la de Trujillo; o la de Almagro. Cualquiera de ellas es bonita, hasta dejárselo de sobra.
Y finalmente, ruego se me permita sacar de los adentros unas palabras in memoriam de dos costumbres que había, años ha, en la plaza de Tomillares. Es esta hermosa, como hermosa es la tierra donde se ubica, y en ella hay un edificio simbólico y digno de observación: la Posada de los Portales, del siglo XVIII, similar en su estilo a otros existentes en las cercanas poblaciones de Puerto Lápice o Tembleque. Y ocurrían en aquel espacio y por aquellos tiempos cuando yo era niño, dos cosas que recuerdo con mucho agrado. Era una que si llovía con intensidad, se formaban unas corrientes de agua, relativamente importantes, que corrían paralelas desde la calle de D. Víctor hacia la de Socuéllamos. Entonces los empleados municipales, para que la gente pudiese cruzar de un lado a otro, colocaban cuatro “puentecillos” de madera, (tablones, les llamábamos), dos desde la tienda de César hasta la entrada de los carros de la citada Posada de los Portales, y otros dos desde el comercio de aceitunas de Huertas hasta la Posada del Rincón.
La otra imagen que conservo es que, una vez que la venta de comestibles se desplazó hasta el mercado de abastos, toda la plaza estaba invadida a diario, y los domingos abarrotada, por corrillos de hombres, el noventa por ciento de ellos vestidos de uniforme, o sea, con sus boinas bien encasquetadas, sus blusas, más de las de rayas que de las negras, y sus pantalones de pana. Y algunos, bastantes, con su garrota. Allí ellos, amos y señores del recinto, conversaban, trataban, compraban y vendían, o le daban un “repaso” a lo que, o a quien hubiese menester. No se movían de allí, pasara lo que pasase, creándoles verdaderos problemas a los que tenían que cruzar el lugar llevando un carro o un carretón. Y allí se estuvieron, año tras año, hegemónicamente asentados, hasta que la circulación de vehículos a motor se intensificó y acabó con su pacífica estadía placera.
¡Qué buen recuerdo conservo de aquella estampa con la plaza de Tomillares tapizada de blusas y la Posada al fondo!

Octubre de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 7 de octubre de 2011