sábado, 2 de febrero de 2008

La puerta

La puerta
Ramón Serrano G.

Hubo una vez, en un lejano país, un rey que causaba espanto a sus enemigos. Cuando acababa una guerra, conducía a los que apresaba a una sala donde había, a un lado, un gran grupo de arqueros, y al otro, una puerta en la que se veían calaveras cubiertas de sangre. Entonces el rey decía a los prisioneros: “¿Qué elegís, morir por las saetas de mis guerreros o cruzar aquella puerta?”. Todos elegían las flechas, temerosos de los horribles tormentos que se encontrarían tras aquella poterna.
Al terminar las ejecuciones, uno de sus soldados se atrevió a preguntar al rey que había tras la temida puerta, y el rey le contestó: “Ve y míralo tú mismo”. El hombre, lleno de miedo, abrió la puerta y a medida que lo hacía entraban por ella inmensos rayos de sol y descubrió, sorprendido que daba a un camino que conducía a la LIBERTAD. Miró el militar al rey sin poder articular palabra y el monarca le dijo: “Yo siempre les daba la elección, pero ellos preferían morir a correr el riesgo de abrir la puerta”.
Al recordar esta historia, cabría preguntarse a cuántos seres humanos viene sucediéndoles lo mismo. Ellos no han sabido, o quizás aún peor, no han querido luchar por un triunfo, aunque no fuera para nada ostentoso, sino íntimo, sencillo si se quiere, y desde luego completamente satisfactorio. Han perdido su pugna por obtener una vida, si no deleitosa, sí al menos placentera, y propiciatoria de una conquista de bienestar tanto para su cuerpo como para su alma. Por eso, viven prisioneros de unas condiciones laborales, sociales, económicas, o de cualquier otro tipo, que les tienen faltos de libertad, y abocados irremisiblemente a una muerte interior que acabará descomponiéndolos, como se descomponen los cadáveres.
Y lo peor de esta putrefacción, es que destruye en primer lugar la mente de estos seres, aborregándolos y obligándoles a conformarse con las humillantes condiciones que les ha acarreado su derrota. Que les impide razonar y ver que cualquier mal no tiene importancia si hay todavía tiempo y posibilidades de rehacerse, aun cuando ese tiempo sea escaso y esas posibilidades difíciles de alcanzar. Pero no, ante esa obnubilación, muchos, la mayoría, se acobardan y acaban por morir, o lo que es igual, por destruirse, o lo que es lo mismo, por no sacar adelante todas sus probabilidades de triunfo.
¿Por qué no piensan, o pensamos, aunque sólo sea un instante, en cuantas puertas se dejan de abrir por el miedo a arriesgarnos?. No entienden, o no entendemos, que en todos los tiempos, el hombre, para triunfar, ha tenido que ser un poco osado. No digo inconsciente o irreflexivo, pero sí lo suficientemente audaz para no conformarse con cualquier cosa y aspirar a la consecución de lo valioso, de lo importante, de lo que es superior que aquello que se tuvo en un principio y de lo que se consiguió de un modo rahez. Y es obvio que esa aspiración de mejoramiento siempre conlleva dificultad y arrojo, pero también conduce a la obtención de éxitos muy agradables.
Por otra parte hay en esta negativa actitud un poco, o un mucho, de cobardía. Preferimos cualquier cosa, incluso la muerte, antes que el sufrimiento, sin pensar lo mucho que este tiene de enriquecedor. Veamos. Está más que demostrado que siempre que no sea letal, el sufrimiento nos da vigor y energía, pues es un gran maestro y un magnífico preparador. Fortalece la voluntad, ejercita y desarrolla los músculos, curte la piel, y nos proporciona experiencia y destreza. No debe importar, entonces, si recibimos heridas. Es natural que así suceda, como es comprensible llegar a estar cansado de ver cuantas metas no han sido alcanzadas cuando estaban a punto de conseguirse. Pero eso no debe amilanarnos; hay que intentarlo de nuevo. El valor y el deseo natural de libertad y triunfo, debe imponerse al padecimiento, y hemos de tratar de conseguir entonces, pase lo que pase, cueste lo que cueste, ese bien deseado que llegue a gratificarnos hasta el punto de pensar que mereció la pena tanto sacrificio. Se tiene que tener fijo en la mente, como un precepto de obligatorio cumplimiento, que hay que agotar todas las posibilidades, siempre, eso sí, que estas no menoscaben el honor, antes que un abandono ante la adversidad, o una rendición cobarde.
Si echásemos la vista atrás, veríamos casi todos cuántas veces nos acobardamos, tuvimos miedo, y por ello, perdimos la libertad y llegamos a dejar que muriese, lacerándonos, una gran parte del alma. Solamente por temor a abrir la puerta de nuestros sueños. Pensémoslo con detenimiento, y en la próxima ocasión, en vez de dejarnos morir, tengamos más arrojo, ya que quizás no se nos presenten muchas nuevas oportunidades de lucha y de triunfo.
Te deseo, amigo lector, una vida sin miedo a abrir nuevas puertas.

Marzo 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 30 de marzo de 2007

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