viernes, 1 de febrero de 2008

El despilfarro

El despilfarro
Ramón Serrano G.


Nunca sabré por qué los seres humanos, y sálvese quien pueda, son, o somos, tan redomadamente estúpidos, o mejor dicho se comportan, o nos comportamos, habitualmente de una manera tan mema. Y me estoy refiriendo a por qué razón, una vez acabada nuestra jornada laboral, ya sea esta obligatoria o voluntariamente elegida, dejamos pasar horas y horas, días y días, semanas, meses enteros sin hacer nada, esperando pacientemente la llegada de otra fecha nueva en la que también estaremos inactivos y desocupados. Por qué desatinada razón, no seremos conscientes de que el único bien que el hombre no puede malbaratar en esta vida es el tiempo, que todos los demás tesoros y riquezas están habilitados para ser libremente adquiridos y gastados, dilapidados, despilfarrados si se quiere, porque forma y ocasión hay o habrá de recuperarlos si se pierden, mientras que el tiempo, al igual que el agua del río, no vuelve jamás para nosotros.
Y sin embargo todos sabemos que lo desaprovechamos continua y tontamente, dejando que discurra improductivo entre nuestras manos; que, al igual que si fuese un líquido, se nos escapa entre ellas para vaciarse, necia e inútilmente, a lo largo del camino. Hay un momento en la célebre película “Papillón” en el que dice el protagonista que el más terrible crimen que se puede cometer es el de malgastar la vida. Eso es muy cierto, y sin embargo pocas motivaciones parece haber más placenteras para los mortales, que una vez concluidas sus obligaciones laborales, sean estas rutinarias o no, gustan, digo, de caer en la más absoluta inactividad, desenfrailar sin fin ni cabo, y estar mano sobre mano mirando las musarañas.
Puede ser, o quizás estaría mejor dicho es seguro, que se toma el rábano por las hojas, que se confunden con inconveniencia, y absurdamente, los términos ocio y ociosidad. Así, mientras el primero significa situación de la persona que disfruta de su tiempo libre, el segundo no es sino un ocio vicioso, desfigurado, una permanencia censurable en la inactividad. Aquél es sinónimo del asueto, o sea del descanso bien ganado tras la faena. También lo es del recreo y del esparcimiento, mientras que la otra quiere decir holganza y gandulería; en una palabra, que se tiene, en grado sumo, condición y oficio de haragán. La diferencia bien pudiera ser aquello de saber gozar de la sutileza del dolce far niente o, por el contrario, el agalbanarse sin medida y sin pudicia alguna.
Es por ello que merece la pena hacer predicamento de esa acepción del ocio que no es sino el del disfrute del tiempo libre, entendiendo por disfrute, y como antes dije, la ocupación de las horas vacacionales en actividades productivas, no ya, y exclusivamente, para que sean estas de carácter numerario, sino invertidas en el ejercicio saludable del cuerpo y/o, en el divertimento y la educación del alma. Y es que, además con saber ocupar el ocio conseguimos vencer dos grandes problemas que acucian al hombre: el primero, derrotar a uno de nuestros peores enemigos, que es el aburrimiento. Y al tiempo, por el contrario y como paliativo, hallaremos a la vez un buen esparcimiento, que para obtener la felicidad puede que sean menos nefastos los males en sí, que el tedio de la haraganería.
Hago aquí, entonces, elogio de las aficiones ilustrativas, que de ellas hay un montón de clases, y que vienen a proporcionarnos placeres y satisfacciones de diversa índole, ya que son altamente convenientes para nuestro bienestar tanto físico como psíquico. Y abundo en que desde cualquier edad, debe tener el hombre la conciencia clara y la decisión tomada de que el aprovechamiento del tiempo es la fuente de ingresos mayor que encontrarse pueda. Porque repito que esto sucede a cualquier edad. Así, pobre del niño que realizadas sus tareas escolares se obnubila ante el televisor, hasta quedar hecho un muermo. Pobre del hombre que se obceca ante una sola afición, que lo monopoliza y adocena, limitándole sus miras a un solo punto. Pobre del viejo que pierde los escasos días que le restan en criticar y cuchichear de tirios y troyanos, hablando sin ton ni son de lo humano y de lo divino. Por ello, sería absurdo el no hacer apostasía y repudio del esplín, del tedio, de ese estado del ánimo por el cual no se encuentra atractivo alguno ni interés especial por nada de lo que nos rodea, de lo que constituye nuestro entorno o de la vida en general.
Por el contrario, es gratificante en extremo apologizar en aras de la búsqueda de ocupaciones útiles, provechosas y satisfactorias para nuestros ratos de ocio. Que es tanta la capacidad que tenemos de almacenamiento dentro de nosotros mismos que parezca un pozo sin fondo, por lo que es un auténtico despilfarro su desaprovechamiento. Vendría a ser como aquel hombre que pudiendo ganarse un buen jornal, lo despreciara y viviese en la indigencia o se conformase con obtener el mínimo salario, capaz tan sólo para cubrir su subsistencia, teniendo, como digo, sabiduría y tiempo para allegarse uno con el que enriquecerse decentemente.
¡Ah! ¿Y me preguntan que cuáles podrían ser algunas de esas actividades benefactoras a las que nos deberíamos dedicar en nuestros ratos de asueto? Pues haberlas haylas, y muchas. Así que muy bien podríamos, por ejemplo, caminar y luego leer un buen libro; u oír música y después leer un buen libro; o hacer bricolaje y más tarde leer un buen libro; o pertenecer y participar en las actividades de alguna organización cultural, social, etc., y a continuación leer un buen libro. Y muchas otras más que pudiésemos relacionar y que ustedes se imaginan. Así, de estas formas, es muy, pero que muy bonito ociar.

Agosto 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 4 de Agosto de 2006

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