jueves, 25 de enero de 2018

A su tiempo

Siendo cierto que los refranes provienen de la sabiduría popular y que son unos dichos sentenciosos y agudos que se utilizan comúnmente, sin embargo, no suelen estar bien vistos por las altas esferas literarias, y no ya su abuso, sino hasta su uso. El mismo Cervantes, en su maravillosa obra, segunda parte, capítulo LXVII, pone en labios de don Quijote lo siguiente: “No más refranes Sancho, que cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento…” Pese a esto, para componer este escrito quiero apoyarme en uno de ellos (aunque luego citaré algunos más) y aun teniendo este varias versiones, como la de cada cosa a su tiempo y uvas en habiendo, o la de cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento, he elegido aquella otra que afirma que debe hacerse cada cosa a su tiempo y se debe tener un tiempo para cada cosa. Ya en uno de los libros sapienciales, el Eclesiastés 3,1-8, se puede leer que todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Pero siendo fácil su comprensión no es, sin embargo y extrañamente, corriente su aplicación. Una primera interpretación viene a decirnos la conveniencia de que se debe tener una organización de las actividades cotidianas, aconsejando la necesidad de orden y planificación en el obrar, de modo que cada tarea esté hecha a tiempo, habiéndole sido dedicado el necesario para un buen resultado y sabiendo que esto puede ser llevado a un plano más general: el de la propia vida. Así hablaremos de que es tan inconveniente hacer las cosas con excesiva rapidez y anticiparse a que sea su momento como llevarlo a cabo después de haber pasado este, ya que la premura es tan mala como la tardanza, sin atrevernos a establecer categorías. Debe tenerse siempre muy en cuenta que hay que emplear en cada actividad el tiempo que necesita, con sosiego y sin impacientarse, pues, como el arroz, puede estar duro si se retira demasiado pronto, o 'pasarse' si cuece de más. Habiendo visto en otras ocasiones que existen muchos dichos contra ellas, haremos alusión a algunos de ellos, empezando por los que se refieren a la gente que arrolla, es impetuosa y atrevida, que puede con todo y a todo se atreve. Pero hay vivencias para las que puede no estar preparada y el adelantarlas puede tener – y está demostrado que, de hecho, las tiene- , repercusiones en su ejecución y en el desarrollo posterior. Empezaremos con aquello de despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas, que dijo el eximio Antonio Machado; o aquella que mantiene que la paciencia es virtud vencedora y la impaciencia vicio del diablo, proveniente del gran Francisco de Quevedo. Y acogiéndonos a las paremias de origen popular, aunque igualmente sabias, podemos recordar que no por mucho madrugar amanece más temprano; que la esperanza deja de proporcionar felicidad cuando se llena de impaciencia; que las prisas no son nunca buenas consejeras, que pan para hoy puede ser hambre para mañana; que anda con calma que estamos apurados o aquella de vísteme despacio que tengo prisa. Parecida cantidad de expresiones podríamos traer que aludieran a llegar tarde para la ejecución de algo y aunque hay cosas que para hacerlas nunca es tarde si la dicha es buena, mientras que hay otras muchas que producen gran pesadumbre querer hacerlas cuando ya es imposible o ello no produce los mismos efectos que si se hubiese realizado en su momento. Eso que, en términos coloquiales, se suele catalogar como que se ha pasado el arroz, o sea, que se ha llegado tarde, a destiempo, para una correcta y beneficiosa actuación. La primera de ellas, y dado el merecimiento de su autor, Miguel de Cervantes, sería que en la tardanza suele estar el peligro, para seguir con aquella de a buenas horas mangas verdes, que tiene su origen en el siglo XV, cuando los cuadrilleros de la Santa Hermandad, cuerpo parecido al de la actual policía que vestían un chaleco de piel el cual dejaba a la vista las mangas verdes de sus camisas y siendo los encargados de detener y encarcelar a los malhechores, habitualmente llegaban tarde al lugar de los hechos, cuando los ladrones ya se habían ido. Y los dos últimos: el que se apura llega tarde y Dios nos guarde de la casa en que amanece tarde. Ahora, espacio y tiempo me impiden seguir con este escrito pese a ser sabedor de que no he podido hablar de lo también enunciado al comienzo, aquello de lo conveniente que es tener dedicado un tiempo para cada cosa, así que habré de dejarlo para una posterior ocasión. Ramón Serrano G. Enero 2018