domingo, 6 de noviembre de 2011

Impertinente

¿Impertinente?

¿Fue porque sí, o supiste lo que hacías?
¿Salióte al pronto, o estuvo meditado?
Yo creo que, al fin, como un hombre educado,
dijiste aquello que decir querías.

No cabe en ti ilógica sentencia,
ni verbo, no sujeto a tu albedrío,
que tienes la virtud, el poderío,
de dejar atónita a tu audiencia,
con tus epítetos cabales y certeros;
dictámenes, en todo, verdaderos,
que dejan hacia ti, cordial y adicto,
a quien acaba de oír tu veredicto.

Por eso -dije yo- no hubo viviente,
que más bien, o mejor me definiera,
que hicieras tú, así, de gran manera,
llamándome en gran tono: “Impertinente”
Contestarte pensé, pero me aduje: Tente quieto,
que hay ocasiones en las que procede
el dejar que la cosa así se quede,
ya que a oír la verdad se debe estar asueto.
Nada de discutir, o alzar el gallo,
y nada de meterse en discusiones.
Quien obró así, tendría sus razones.
¡Déjalo estar! Mejor no meneallo.

Pero sí he de decir que, a mí, extrañóme,
que viniendo de ser tan generoso,
se me aplicase sólo un cualitativo.
Y por pensar en esa cosa diome,
y rebiné: Si el insultar es gratis, no oneroso,
¿por qué tan sólo un calificativo?
Si hubiese sido ese, o aquél, u otro sujeto,
quien me hubiese endilgado el adjetivo,
quien de forma tan ruin me retratara,
es que no sabe más, yo me pensara,
o es que no quiere ser reiterativo,
o ya está demodé, o aun obsoleto.

El dardo vino bien y diome en la diana,
pero al ser, como fue, tan sólo uno,
quedó en mi alma un ronroneo perruno,
y callé, pero fue de mala gana.
Y no debí callar. Debí decille:
-Nadando como estás en la opulencia,
de palabras, ideas y saberes,
siendo tan generoso como eres,
no has tenido conmigo la clemencia,
de regalarme otros muchos pareceres,
conformándome con una “impertinencia”.

-Me pudiste llamar: chinche, engreído,
fatuo, molesto, acaso intemperante,
descarado, grosero, muy cargante,
inoportuno, tieso o poseído.
¿Y por qué no tacharme de imprudente?,
¿de chulito quizás?, ¿de inoportuno?,
de atrevido, pesado o insolente.
Pero tu dito fue tan sólo uno.

Asombrado dejóme tu mesura
una vez más, que mil veces lo hicieras;
sujetando prudente la tu mano.
Que siempre que algo así te sucediera,
supiste realizar bien tus hechuras,
y no hacer obras propias de un tirano.
Proclamo entonces, admirado de ello,
con la más viva voz, a voz en cuello:
- Muy grande fue, ¡inmensa!, tu clemencia
al tolerar así mi IMPERTINENCIA.