viernes, 8 de febrero de 2008

Cicateros

Cicateros
Ramón Serrano G.

Lo lamento, pero hoy lo veo todo negro. Será que mi prisma de observación se encuentra turbio, o que mi intelecto funciona peor que de costumbre, pero lo cierto es que, a mi pobre parecer, el ser humano es ya un enfermo casi terminal, aquejado como está de tantos achaques y males que le hacen llevar una vida harto dura y dificultosa. La violencia, la degradación del hábitat y las costumbres, el estrés, la ambición, entre otros muchos padecimientos, le han arrastrado a ello. Y, por si fuese poco, le ha caído últimamente otra mala enfermedad, que pudiera parecer benigna en comparación con las otras citadas, pero que es soterrada y dañina como un cáncer. Está seriamente afectado por la tacañería. Sí, fijándose bien, ahora nos hemos vuelto cerracatinos y sólo damos de lo que tenemos mucho, y aunque nos sobre, lo hacemos por obligación, claro está. Entregamos aquello que es rigurosamente lo justo, sin permitirnos adehala o añadidura alguna a la que no estemos completamente constreñidos.
La causa de este cambio no la sé. Presumo que se pudiera deber a la cantidad de obligaciones y necesidades que nos hemos impuesto las personas y al enorme esfuerzo que hemos de realizar para poder conseguirlas. Bien es verdad que mucho cuesta tener un erario de todo tipo con el que saldar la adquisición de nuestros menesteres. Que es realmente difícil llegar a disponer de un posible que sea suficiente para alcanzar lo que se considera perentorio. Quizás sea por ello, que todo nos parece insume y se nos antoja que cualquier dispendio hiciera que pudiese llegar el día en que nos viésemos carentes incluso de lo imprescindible.
Por enfocarlo desde un punto de vista material, ¿recuerdan las propinas? Eran, no una limosna, no, sino el intento o la forma de compensar el agrado con el que alguien nos había atendido en su trabajo. Hoy, salvo en los países en los que son obligatorias, prácticamente han desaparecido, y si no lo han hecho en su totalidad, sí que se han visto muy recortadas. Puede que haya sido porque el servicio realizado haya adquirido un justiprecio, o porque el trabajador gane ya un salario justo y decente, pero lo cierto es que hoy en día la mayor parte del personal abona lo marcado y ¡hasta más ver tío Lucas!
Ocurre igual en lo inmaterial. En el contacto diario entre las gentes de bien pensar y buen hacer, está disminuyendo de una manera alarmante (de hecho, casi ha desaparecido ya) aquella humana y entrañable relación que había en el trato de las personas entre sí. La mayoría no se limitaba al simple acto social o comercial, sino que además se ofrecía un diálogo, informal, intranscendente, inútil si se quiere, pero que mantenía entre las personas una sociabilidad encomiable. Hoy lo normal es: “Buenas ¿qué quiere?” “Me da esto y adiós”. Y a veces no están ni el adiós, ni el buenas.
Pero en la vida, si queremos que sea una vida agradable no se puede, ni se debe andar así. Hay que hacer algo más. Dar algo más. No basta el salario por el trabajo y viceversa. No se cumple con el saludo por educación, sino por el ensamblaje humano. Al chamán y al médico no ha de bastarles con curar al paciente, sino que han de infundirle ánimo y, sobre todo, esperanza. El profesor no debiera conformarse con enseñar sino que, además, tendría que educar.
Un día, en un balneario, presencié un caso que me dio cuenta de ello, llenándome de tristeza. Había acudido allí un enfermo que padecía un enfisema grave que le obligaba a llevar constantemente un pesado tubo metálico del que se abastecía del oxígeno para poder sobrevivir. Era un hombre enteco, algo giboso, de bastante edad y aspecto palurdo. Se había hecho acompañar (quizás no tuviera a nadie más) por un criado de escasos modales que siempre iba tras él, bien cargando con la citada bombona o bien ocupándose de que su jefe no diese algún traspiés. Comían y paseaban siempre solos y en los varios días que estuvieron en el sitio no observé que se dirigieran otras palabras que las imprescindibles. Parecía que no se conociesen. Entre ellos no había vida, no existía relación humana. Tan sólo el servicio de uno por un lado y, por el otro, el pago del estipendio acordado por la ayuda y la compaña.
Lo peor de todo es que aquél no era un caso anómalo, El problema existe y es duro. Y para hablar de su origen y de su solución acudiré a la religión, afirmando, como siempre, que respeto y admito todas las creencias, aunque no las comparta. Lo hago diciendo que en esto de la aparición del mal, puede que tenga algo que ver Eros. Pero no el dios de la sexualidad o el erotismo vulgar, sino ese magnificente Eros al que los griegos hacían responsable del mantenimiento del orden en todas las cosas del cosmos. De otro lado, el remedio pudiera hallarse en las palabras de Pablo de Tarso, cuando escribe su segunda carta a los corintios (9,6) y les dice una gran verdad: “Quien siembra escasamente, con escasez cosecha y quien siembra con largueza, con largueza cosechará”.
Si esto es así, no lo sé, pero así lo creo, así lo escribo y así me agradaría que sucediera. Me apena notar que hay entre los hombres de ahora poca largueza y mucha cicatería. Aunque, a lo mejor esto no es de ese modo, y, quizás, es que hoy yo lo veo todo negro.

Febrero 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 8 de febrero de 2008