lunes, 16 de junio de 2014

Ayer...(I)

El sentir no es consentir, ni el sentir mal es pecar.- -Buenos días, Teresa. -¡Rafael! dijo ella volviéndose. Perdona, no te había visto. ¿Cómo estás? Sabía que habías regresado al pueblo, pero no habíamos coincidido. -Bueno, ahora que te he encontrado, un poco mejor. Llevo varios días intentando verte, pero no creas que me ha sido fácil. Ya se sabe que lo valioso siempre cuesta. Quiero que hablemos, -Tengo un poco de prisa, pero puedes decirme lo que quieras. -No. Lo que quiero hablarte es para hacerlo despacio y no en medio de la calle, sino en otro sitio más tranquilo y recogido. Toma mi teléfono, y cuando te parezca, me avisas y quedamos para tomar un café y charlar. Se despidieron afablemente y cada uno marchó por su sitio. No había transcurrido una semana, cuando lo llamó y concertaron una cita para las once de la mañana del día siguiente, en el café Rincón. Ella apareció lindísima. Elegante y bella, como siempre lo fuese. Él, con ropa informal, ya que ese día no había clase, que a esta acudía siempre con chaqueta y corbata. Tras los correspondientes saludos y naderías al uso, se sentaron en una mesa apartada, pidieron dos cafés y él comenzó así: -Ignoro lo que sabes de los últimos años de mi vida -los primeros, si no los olvidaste, los conocías bien- y los cambios que ella ha tenido últimamente en el campo familiar y también en el laboral. -Algo he oído, pero la gente habla tanto. -Pues he de decirte que, desde hace algún tiempo, comenzó un distanciamiento entre Carmela y yo, que por una u otras razones ha ido in crescendo, y que ha terminado por acabar con nuestro matrimonio. -¿Os habéis separado? -No, nos hemos divorciado de mutuo acuerdo y sin ningún tipo de compensación. Y, dicho esto, no quiero hablar más de este tema, pero sí contestaré a cualquier pregunta que tú quieras hacerme, cosa que no haría con nadie más. Sigo para explicarte que ello me llevó a tomar la decisión de solicitar un traslado, y tuve la gran suerte de que en el Instituto de aquí estaba vacante mi plaza de matemáticas. La solicité de inmediato y me la concedieron, así que aquí estoy dispuesto a que esta sea mi última residencia, a no ser que suceda cualquier hecatombe. Son varias las razones que me llevaron a tomar esa decisión. Siempre me gustó más la vida pueblerina que la de ciudad (yo bien podría ser el Juan Labrador de Lope de Vega) Aquí tenía casa, pues la de mis padres, me la dejó mi hermana el año pasado al morir sin descendencia. Y la tercera razón, que aunque te parezca extraño es la más importante de todas, y la que más tiempo me llevo para decidirme, eres tú Teresa. -¿Yo? - preguntó ella gratamente sorprendida. - Sí, tú. La mujer con la que tuve relaciones durante cierto tiempo. Recordarás que fuiste mi primera novia, con la que pensaba casarme, y a la que abandoné por motivos que aún hoy no alcanzo a comprender, y que me han tenido por ello muchas veces, y más en estos momentos, arrepiso y pesante. Ahora, cuando la vida nos ha puesto en una situación con muchos factores favorables para llevar a cabo esa unión que un día pensábamos, y tras recapacitar bastante, quisiera retomar ese camino y hacerlo para siempre. Pero si te parece, en este momento podemos hablar de las dos primeras razones que te he expuesto, o de cualquier otro tema que te parezca. El tercero, me gustaría que lo meditases bien, como tú sueles hacer las cosas, y que volviéramos a hablarlo cuando creas oportuno. -Te mentiría, le contestó Teresa, si te dijese que no esperaba oírte decir algo así. Sobre esos dos primeros temas he escuchado varias versiones, parecidas todas, y diferentes cada una de ellas. Claro que me agradará hablar sobre ellos, como lo será el contarte qué ha sido de mí durante estos veinticinco años que han pasado desde que me dejaste, y que he estado viviendo con mi madre. Charlaremos de eso, y de todo lo que quieras, porque tú, bien lo sabes, eres algo especial para mí. Cuando dos seres han querido formar una pareja estable, aun cuando esto no se haya realizado, siempre, o casi siempre, queda entre ese hombre y esa mujer un nexo, o un feeling, que dirían los ingleses. Un no sé qué, que hacen que sean algo especial el uno para la otra y la otra para el uno. -En cuanto al tercer punto, prosiguió, ocurre lo mismo. Tenía la certeza, repito de que me hablarías de eso y, de verdad te digo, que no sé si lo deseaba, o lo temía. Pero lo esperaba. Y te diré dos cosas más en las que pensé cuando supe lo de tu separación. Que vendrías, seguro, pero quizás tan sólo por acostarte conmigo, o para casarte. Mas aquello eran elucubraciones, y esto de hoy es una realidad. Por ello, te haré caso y estudiaré despacio la propuesta que me has hecho. Cuando uno es joven puede, y a veces lo hace, eso de obrar a la ligera, porque si se equivoca, tiene mucha vida por delante para enmendar su error. Nosotros, sin embargo, no podemos desatinar. Tú, que ya has sobrepasado, aunque sea en poco, los cincuenta, y yo que ya estoy relativamente cerca de ellos, hemos de estar muy seguros de lo que hemos de hacer con nuestras vidas. -Bien, veo que tus palabras son, al menos, esperanzadoras, dijo Rafael. Si te parece, durante unos días nos vemos y hablamos de lo que tú quieras, lo cual será muy agradable para mí. Y después, cuando hayas recapacitado convenientemente sobra la decisión que vas a tomar para el futuro, me la dices, y obramos en consecuencia. -Pues en eso quedamos, repuso ella. Pero te aviso de que lo que te acabo de decir puede que no acabe siendo tan prometedor como tú has supuesto. Te llamo en unos días y tomamos una solución definitiva para nuestras vidas. Ramón Serrano G. Junio de 2014