jueves, 5 de junio de 2008

Augurios

Augurios
Ramón Serrano G.

Han desaparecido ya, o casi. Como los consejos, como las cataplasmas o como los rosarios de la aurora. Ya no pedimos, ni atendemos, las advertencias o los asesoramientos, porque creemos saberlo todo. No utilizamos los emplastos o los sinapismos, porque, al igual que todo lo antiguo, están desfasados y hay remedios mejores o, al menos, más modernos. Para efectuar las prácticas religiosas, que antaño fueros comunes y casi obligatorias, actualmente nos ocultamos, si no es que las hemos abandonado por completo. Y hoy ya nadie acude a consultar a los augures. Cómo iba ha hacerse, si la ciencia nos ha traído tantísimo avance. Pero creo que merecen atención más detallada los presagios y las agorerías.
Es bien sabido que los hombres de todas las etnias y de todas las tierras, desde lo más antiguo, cada vez que habían de emprender aventura alguna, de relativa o de gran importancia, solían solicitar las premoniciones que su cultura y sus costumbres les indicasen, para poder iniciar con cierta ventaja su misión. El ser humano, cuando su ignorancia le hace sentirse menesteroso y necesitado de luz para la mente y sostén para el cuerpo, acude a fuerzas superiores en busca de apoyo para obtener protección frente a las adversidades y ayuda para la consecución de sus deseos. Por eso teúrgos, chamanes, jorguines, meigas, kafires, tropelistas, hmeno’obs, xanas y otros muchos profesionales de lo arcano, solían tener sus “consultas” atestadas de gentes ansiosas de conocer su futuro.
Y sin querer, o saber, adentrarnos en exquisiteces culturales haciendo alusión a los misterios eleusinos, a las ceremonias tántricas con sus mándalas y stúpas, o al sincretismo helénico, cabe recordar que una tormenta, un rayo, el reflejo de una imagen en el agua, las tabas, los sueños, y tantos y tantos otros, eran los amuletos, candorgas, fetiches o símbolos a los que se acudía para que se pudiese adivinar lo por llegar, y la bondad o maldad que pudiera acompañarlo. O se estudiaba a los animales. Sabido es que el vuelo de un ave anuncia diferente suerte ya sea hacia un lado u otro del camino. Nos lo cuenta el “Cantar del mío Cid”: … Cuando salen de Vivar, ven la corneja a la diestra, pero al ir a entrar en Burgos, la llevaban a su izquierda…” . Digamos que en la América pre-colombina se tenía como trascendente si el tocolote cantaba o gemía. Recordemos que se creyó durante mucho tiempo que quien tenía un gato tenía un tesoro, porque estos podían acceder a ciertas energías telúricas. Y podríamos referirnos a lo que se adivinaba según fuera el chillido de una rata o el aullido de un perro.
Pero vayamos a nuestro asunto. Es natural, y ha sido siempre, que cada cual trate de prepararse lo mejor que pueda y pertrecharse de cuantos más medios obtenga para tratar de conseguir lo que desea. Se hizo y se sigue haciendo. Pero sabiendo que, “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, buscamos ahora ayudas más científicas, más ¿seguras?, que los agüeros, con las que estar protegidos ante los problemas dificultosos o imponderables, que pudieran surgirnos. Nos es más cómodo esto que prepararnos, concienzuda y pacientemente, en aprender y aprehender lo necesario. Y acudimos confiados a quienes creemos que nos puede facilitar la tarea, sin pararnos a observar que demasiadas veces, aquello que nos están ofreciendo no es lo mejor, ni lo más conveniente a nuestro fin.
Normalmente acudimos al primero que nos aconsejaron; escogemos lo que no es menos dificultoso, o nos dejamos engatusar por mercachifles y chalanes de tres al cuarto, que amparados en una publicidad engañosa, no tienen reparos en ofertar productos de calidad escasa o nula, buscando más el propio beneficio que la satisfacción del cliente. Y esto es lo malo, que no siempre sabemos acudir a la fuente adecuada, o discernir las indicaciones más idóneas entre aquellas que se nos facilitan para nuestro triunfo. En demasiadas ocasiones confiamos en demasía de lo que nos dice el arúspice de turno o en la publicidad de falsos profetas que buscan sólo su ganancia sin saber lo que dicen, o sabiéndolo, ocultando su ineficacia. Hay que saber buscar, pero además hay que saber entender el vaticinio. Hubo quien no lo supo comprender y quien sí lo hizo. Veamos dos ejemplos muy esclarecedores, que nos dan testimonio de ello.
El más famoso Oráculo de la antigüedad fue el de Delfos. Situado al pie del monte Parnaso, era el recinto donde habitaban y ejercían las pitias y las sibilas. Una vez acudió a él Creso de Lidia para preguntar si debía atacar a los persas. El Oráculo le respondió: “Si Creso cruza el río Halis, el que sirve de frontera entre Lidia y Persia, destruirá un gran imperio”. El rey pensó que aquél mensaje estaba muy claro y cruzó el río decididamente. Luchó y fue derrotado. El imperio que se había destruido era el suyo.
Por otra parte, cuando Bizas consulta al Oráculo en ese mismo templo de Apolo en Delfos, por saber cuál es el lugar más apropiado para que se instalasen los colonos de la ciudad de Megara, aquél le responde que el sitio más idóneo sería frente a la ciudad de los ciegos. Este no comprende, de momento, el comunicado y navega por el mar Egeo hasta el de Mármara. A la entrada del Bósforo contempla Calcedonia, la ciudad que otros megarenses habían edificado en la orilla asiática del estrecho, y se percata de que la mejor ubicación para la nueva urbe sería en una pequeña península de la orilla europea, que además de otros beneficios, constituía un magnífico puerto natural. Bizas acababa de comprender que los ciegos a los que se refería el oráculo, eran aquellos antiguos pioneros que no habían sabido ver cuál era el asentamiento mejor, y fundó allí la nueva ciudad y la llamó Bizantion.
Sin embargo, y este ya es otro asunto del que podríamos hablar largo y tendido, pese a la torpeza de uno y al acierto del otro, hoy es mucho más conocido Creso que Bizas. ¿Será porque supo acaparar mucho dinero?

Junio 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 6 de junio de 2008