sábado, 2 de febrero de 2008

Santurce

Santurce
Ramón Serrano G.

Para mi amigo “Charaka”, que es vasco, de Bermeo, y una de las mejores personas del mundo.

Corría el mes de marzo de uno de los primeros años setenta del pasado siglo. Habíamos salido temprano de Santander, con la intención de llegar a comer a Bilbao, y como aquellas carreteras y aquellos coches no eran los actuales, tras tomar un café en Laredo, y estirar un poco las piernas en Castro Urdiales, dimos con nuestros huesos, a eso de las doce y media o la una, en Santurce, por lo que dijimos: - Esto nos viene pintiparado. Aquí tomamos el aperitivo, o lo que haga falta.
Y dicho y hecho, nos adentramos en el antiguo Sancti Georgi hasta el puerto pesquero, cerca de donde está el restaurante Mandanga. Una vez allí, nos metimos en un bar en el que se encontraban varios parroquianos. Era amplio, estaba limpio como una patena, y con un mostrador tan lleno de fuentes con apetitosos y variados alimentos, que darían envidia a los mercados de muchos pueblos de ambas Castillas. Había en él, pinchos, carnes, verduras, pero sobre todo, pescado. Muchas clases de pescado, que los arrantzales de los puertos cercanos le acababan de dejar. Chocos, anchoas, calamares, marisco, chipirones, merluza, qué se yo. Y todo él se veía fresco, brillante, vivo.
Nos atendió solícito y de inmediato el que luego resultó ser el dueño. Era, como eran siempre antes todos los vascos: llanos, nobles, generosos, apegados a sus tierras y a sus tradiciones. Como eran antes y como hoy lo son la mayoría, que muy pocos vienen a estar entre los descerebrados que tanto daño hacen y de los que es mejor no hablar. Le pedimos unas cervezas (que para eso éramos manchegos) y, como es natural, una buena ración de sardinas a la plancha, que la buena sardina es y era para nosotros, como para todo el mundo, un bocado realmente magnífico. El hombre nos sirvió la bebida, se sonrió un tanto y nos preguntó, aunque sabía de antemano la respuesta:
-¿Ustedes no son de por estos pagos, verdad? Lo digo, porque me han pedido sardinas ya que las han visto en esa bandeja y saben la calidad que tienen las de aquí. Pero si me permiten no se las voy a poner No estamos en temporada y estas no son buenas. Las traigo de donde sea, de donde haya, porque hay que tener de todo, pero si les doy estas van a estar hablando mal de mí siempre. Y más les digo, si vuelven por aquí en Julio o en Agosto, entonces sí pueden comerlas y además el primer plato se lo regalo yo, porque además sé que se comerán más de uno. Por otra parte, miren, tengo un mostrador que es una hermosura, y todo lo que hay es de primerísima calidad. Pídanme lo que quieran y se irán satisfechos y contentos.
Le hicimos caso, y viendo lo complacidos que estábamos quedando, que puedo dar fe de que pocas veces hemos tomado un aperitivo tan sabroso y exquisito como el de aquél día, vino a beberse un chacolí con nosotros para hablarnos de productos y costumbres de su lugar, y preguntarnos por los del nuestro. Para hacer eso tan humano que es dialogar. Y volviendo a lo que tomamos, para ser exactos debería decir que fue más bien comida y no aperitivo, ya que por su calidad y abundancia, no pudimos comer nada más en ningún sitio. Lo habíamos hecho estupendamente, ya digo, como estupendamente lo hubiésemos hecho igualmente de haber comido en cualquier otro lugar, ya que en el País Vasco se come bien, se ha comido siempre bien, y es casi imposible el ayuno, vayas a restaurante de cualquier categoría, bar, tasca, e incluso a muchos caseríos, que también algunos acogen ese menester.
Pero mi mejor recuerdo de aquel episodio santurzano no es el banquete, no, pese a su calidad y su abundancia. Es sin duda el bien hacer de aquél hostelero, que en vez de dedicarse a vender por vender, fuese lo que fuese, malo o regular, preocupándose tan sólo de obtener un pingüe beneficio, se ocupó, por el contrario, de nuestra satisfacción y contento. No quiso que aquellos transeúntes, que quizás no volvieran más por su establecimiento y su pueblo, se fueran desencantados de allí. Y su buena acción obtuvo de inmediato tres beneficios, que paso a enumerar en orden inverso a la importancia que para mí tuvieron. En primer lugar, acabó vendiendo más de lo que en un principio pensaba, con lo que fueron mayores su caja y su ganancia. Nosotros nos vinimos de allí encantados y agradecidos de la calidad del trato y el condumio. Y además, y es esto lo principal, supo hacer patria, que pocos se acuerdan de eso, pendientes prioritariamente de intereses más mezquinos.
Diré tan sólo, ya, que a la salida, y mientras íbamos a recoger el coche para seguir nuestro viaje, canturreamos espontáneamente una canción que acababa diciendo: “…..son de Santurce/ que ricas son”

Febrero de 2007

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 23 de febrero de 2007

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