viernes, 25 de mayo de 2012

ENFADOSO.- Ramón Serrano G.

No creo que haya nadie tan perseverante en su conducta habitual que no tenga un día, o una temporada, distintos a los que son normales en él. Y yo, que de hecho me considero extrovertido y alegre, no sé si en demasía, noto que estoy atravesando un período de negrura en todo lo que aprecio, tanto cerca, como lejos de mí. Pienso que esto es normal, hasta cierto punto, porque sin que yo quiera equipararme, ni por asomo, en lo más mínimo a ellos, tenemos noticia de que autores o pintores, o gentes de cualquier clase o condición, han tenido igualmente una etapa “negra”, que han dejado traslucir visiblemente en su obra o en su comportamiento. De cualquier modo creo firmemente en que la vida, ese deambular acelerado y zigzagueante que hacemos por este mundo, no es para nada dichoso, sino, más bien, todo lo contrario. Porque si la analizamos, y cuantificamos la cantidad de momentos malos y buenos que vivimos, veremos que aquellos superan a estos, aunque también quiero dejar la debida constancia de que no consiste en tratar de adivinar el número experimentado de cada especie, porque ocurre igualmente, que tan sólo uno de una clase puede influir más en nuestra alma que cien de la contraria. Me queda, de cualquier forma, la duda de si esta visión pesimista me ha llegado por ese momento puntual y poco plácido a que aludía al principio, o por el estudio minucioso de las alternativas y episodios por los que habitualmente discurrimos los mortales. Trataré de explicarlo. La vida podría ser hermosa, alegre, emotiva. Podría ser digo, pero no lo es. Porque aunque el hombre es hedonista por naturaleza, muchos motivos desde los tiempos más remotos y muchísimos, demasiados, en la actualidad, le obligan a llevarla de una forma agria, acelerada y rutinaria, moteada un poco de instantes que adjetivamos como felices, pero que distan mucho de poseer los ingredientes que ostenta la auténtica felicidad. Hoy se piensa que es feliz, sin ir más lejos y con una horrible cortedad de miras, aquel que conduce un coche determinado, come en cierto restaurante, o veranea quince días en tal o cual playa. Sin embargo, las excesivas penas que continuamente le afligen sí que están saturadas de la verdadera esencia del sufrimiento. Lo que pasa es que el individuo ya se ha acostumbrado a ellas y las soporta estoicamente. Unas porque son inevitables y otras, de las que sí que podría evadirse, pero que no lo hace por pura abulia. Y acaba dándole todo igual. Se halla hastiado de luchar por conservar un trabajo, demasiadas veces mal pagado; de vivir en una sociedad de extraños; de hacer siempre lo mismo un día tras otro (“…Monotonía de la lluvia en los cristales…”) y no se da cuenta de que la mesticia en él es sólita, mientras que la alacridad no la ve y demasiadas veces confunde su eseidad. Siempre ha sido de ese modo. Recordemos a Góngora, cuando en su poema: “Amarrado al duro banco…”, ya nos habla de un estado lastimoso y un deseo de vernos libres de penas:”… sin este remo las manos…y los pies sin estos hierros…”. Pero es esta una estadía errónea, ya que, a poco que lo intentásemos, podríamos tornarla en gozo. Porque la alegría, como las trufas por poner un ejemplo de exquisitez, aún puede hallarse si se sabe buscarla y esa investigación se hace con afán. Porque el contento está a nuestro alcance y, mucho más, si no somos demasiado rigurosos en cuanto a su cantidad o calidad. En demasiadas ocasiones nos ocurre esto, sobre todo a los que ya somos mayores, y no pensamos que las personas no se sienten viejas por dentro si hay un motivo que los mueva a la ilusión. Y razones encandiladeras las hay a miles. Lo que ocurre, ¡ay dolor!, es que no sabemos verlas, o no le concedemos su mucho merecido. ¿O es que hoy, como ayer y como mañana, no se ha abierto una flor, y ha cantado un pájaro, y va sonando el río, y el sol calienta, y la lluvia ha puesto glaucas las siembras, y un garzón y una zagala se sonríen a hurtadillas? Pues si ha sido así, y está claro que de ese modo ha sido, vivamos jubilosos y abandonemos esa nuestra habitual actitud enfadosa que tanto nos lacera y mucho nos aflige. Y si a ello le añadimos que “a veces, algunas veces, el cantor lleva razón”, y por pura casualidad o insospechado motivo surge inesperada y afortunadamente algo o alguien que te lleva, o que nos lleva, aun cuando sea momentánea o esporádicamente a la felicidad, eso se agradece de modo inexplicable. Sean entonces estas palabras mías, canción de gratitud a la flor, al pájaro, al río, al sol, a la lluvia, o al buen trato entre las gentes. Y ¿cómo no?, a ese algo y a ese alguien, que, de modo imprevisto nos ha regalado un poco, o un mucho, de contento, y ha dado satisfacción a nuestro ánimo enfadoso. Mayo de 2012 Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 25 de mayo de 2012