jueves, 18 de septiembre de 2008

El cielo

El cielo
Ramón Serrano G.

En primerísimo lugar, y como siempre hago en las contadas ocasiones en las que hablo de algún tema que aluda o roce a alguna creencia o ideología, ya fuese mucho o poco, aunque sólo sea ligeramente, proclamo que mis palabras puede que no sean de loa, pero desde luego no lo son nunca, y para nada, de crítica. Simplemente, si hago referencia a esas convicciones, es para que la alusión sirva de base a la expresión de mis sentimientos. Por ello, y de antemano, pido perdón a quien dé en pensar que no trato en algún momento cualquier tema con el debido respeto. Pero repito de nuevo, y para que lo sepan bien quienes me lean, que no tengo intención jamás de juzgar, y mucho menos de molestar a nadie, con mis criterios y expresiones.
Pedidas de antemano las correspondientes disculpas, por si fuese necesario, vengo en decir que cuando habla tanto la religión católica, como alguna que otra más, de ese cielo en el que las almas, liberadas de sus cuerpos, encontrarán la más completa dicha, todos aquellos que opinan de una manera simplista sobre la existencia de ese lugar, entre otras muchas reticencias, siempre acuden a aquellas tan manidas de: ¿dónde está ubicado?, ¿qué extensión tiene?, ¿cuánto dura la estancia en él?, ¿con qué personas nos vamos a juntar allí?, y así, otras muchas naderías que no les dejan ver la verdadera esencia de esa estancia desconocida pero, al parecer, idílica y sobre todo trascendental.
Vino a sucederme hace poco, en la soledad de mí mismo y tratando de dar alguna satisfacción al espíritu, que empecé a recordar a los amigos, y a varias de las muchas ocasiones y episodios que con ellos he tenido la inmensa satisfacción de compartir. Fueron desfilando entonces por mi magín unas y otros, vecinos y ausentes, vivos o finados, por lo que fui depositando la remembranza de cada uno de ellos en apropiado azafate y luego, de cada uno de ellos, fui recordando vivencias. Y caí en la cuenta de que vivencia es palabra creada por el gran maestro Ortega y Gasset, que la definió como experiencia del sujeto que contribuye a formar su personalidad. Y alcanzó a ver mi caletre con cuánta intensidad se da en mi caso esa definición, ya que es mucho lo que ellos, los amigos, han participado e influido en lo que de bueno pueda tener yo, si es que acaso tengo algo.
Fue en ese momento de añoranzas amistosas, cuando pensé en ese paraíso del que hablaba anteriormente y me dije que si los textos cristianos están llenos de parábolas, ninguna podría haber mejor que esta alegoría real que yo estaba viviendo para demostrar fehacientemente la veracidad de la existencia del edén, ya que cumplía rigurosamente con todos los requisitos que se pregonan en el anunciamiento del mismo. Veámoslo, o al menos, tratemos de explicarlo.
Cuando a alguien se le ocurre esto de ponerse a recordar a quien uno quiere, se le otorga, en primer lugar, un estado de felicidad pura, sin peajes de ningún tipo, como pudieran ser los de indumentaria, desplazamiento, tiempo, cooperación, o cualquier otro que podamos imaginar. Es ese gozo completamente subjetivo e íntimo, por lo que puede dársele la extensión, grado y duración que a cada quien apetezca, sin que, por otra parte, tenga que haber nunca revelación no deseada de lo pensado a ajenos, la cual pudiera conceder importancia a unos y detrimento a otros.
No tiene tampoco, como es natural, limitaciones de perseverancia, interrupciones o continuidad, ya que es factible acceder a esas agradables actividades memoriosas cuando y cuantas veces se quiera, sin que ello suponga gasto o deterioro alguno para quien lo practica. Es, sin lugar a dudas, el fácil acceso a uno de los mayores estados de felicidad que el ser humano puede alcanzar a lo largo de su vida. En una palabra, es como estar acomodado en el cielo.
Por lo que me dije: -Entonces, eso debe ser el empíreo, sólo que visto desde una perspectiva terrenal. Y ha de ser así, ya que esas ensoñaciones reúnen todas las condiciones que aquél gratificante e ignorado espacio posee según tengo oído. En primer lugar, la ubicación se desarrolla en la mente, o sea en el alma, por lo que no está en ningún lugar físico determinado. Su extensión es la que cada uno quiera darle, y su duración igual, añadiendo que esta puede mantenerse un segundo, una noche de desvelo, o una vida, y que ambas dependen de la voluntad del agente. Lo cual ocurre también con el número de personas que convocamos o hacemos asistir al evento. Sean una, siete, cien o un millón, todas caben allí y lo que aún es mejor, nadie estorba a nadie, ninguno excluye o molesta a ningún otro, aunque hayan sido evocadas por mor de amistad, amor, ideología o afición.
-Sí, eso es, me dije. Así debe ser el paraíso anunciado. Estoy seguro. Además, es lo que ya les tengo dicho tantas y tantas veces: que tener buenos amigos, amores o apegos, es estar en el cielo. Tanto en el de aquí, como en el del más allá. Y creo, sinceramente, que el no verlo de ese modo es ser un pobre bausano.

Setiembre 2008
Publicado en ·El Periódico” de Tomelloso el 19 de setiembre de 2008