miércoles, 30 de noviembre de 2011

Y morder el anzuelo (y II)

…Y morder el anzuelo (y II)
Ramón Serrano G

Al llegar el primer fin de semana las dos hermanas subieron a la alcoba de Elisa para poder hablar del tema sin que las molestasen sus padres. Tomó la palabra Gloria y dijo:
-Mira, si como parece, el muchacho no es que no te disguste, sino que además estarías muy dispuesta a casarte con él, lo que hay que hacer es irlo preparando para que acabe mordiendo el anzuelo. Tú sabes que muchas personas son buenas, pero un tanto engolletadas, y por eso si no obtienen fácilmente los resultados apetecidos, se encelan y dedican todo su empeño en no fracasar en algo que ellas esperaban conseguir con relativa sencillez. Esto suele ocurrir en muchas circunstancias de la vida, pero en el amor se da con absoluta seguridad. Y mucho más si la mujer le sabe dar achares al hombre. Achararlo una miajita. Sí, esos “tormentos” que dicen los calés. Sabrás que en Egipto hay un dicho que habla de que a veces se puede vivir con una mujer, pero nunca se puede vivir sin una mujer. Y a este le va a pasar eso. Vamos a hacer lo siguiente… Y le explicó el plan a seguir.
Las dos próximas veces que Elisa se cruzó con su vecino, este le reiteró sus “camelos”, a los que ella sólo le respondió con un escueto y correcto: -Buenos días. Pero al tercero, ya no se conformó con eso y le dijo seriamente: -Por favor Jorge, te agradecería que no me siguieses hablando de esas cosas porque he adquirido un compromiso que voy a respetar por encima de todo. Él se quedó con una cara de gran extrañeza y se fue al bar. Al llegar, y antes de pedir una copa, le dijo a los amigos:
-¿Alguno de vosotros sabéis si mi vecina Elisa se ha hecho novia?
-Claro, le contestaron. El mes pasado. Si lo sabe todo el mundo. De lo que no nos hemos podido enterar es con quien.
Como es fácil imaginar, ese conocimiento lo tenían porque Gloria se había encargado de que alguien soltase, distraídamente, frases sueltas por varios lugares del pueblo. También hizo que a su hermana le llegasen cartas, escritas como es natural por ella misma, y que el cartero entregaba en la casa familiar, sin recatarse en decir a quien pasase por la acera en ese momento:-Mucho le escriben a esta. Yo creo que tendremos boda pronto.
Por esos días llegó un joven a hacer la inspección rutinaria a la oficina de Correos, y le faltó tiempo para invitarlo a cenar a casa de sus padres. Luego, dos domingos seguidos, hizo que la hermana cogiese el tren y se fuese a pasar el día a la capital, habiendo hecho correr la voz que su destino era para conocer mejor a los futuros suegros. Y te diré, por último, que una noche, a la hora en que Jorge solía volver a cenar, se vistió con un traje de su padre, se caló un sombrero, y se puso a hablar con su hermana en la puerta, ella de espaldas y Elisa de frente, dejándose ver bien. Desde luego, no le faltaba imaginación a la hermana mayor en su papel de “celestina”.
Todos estos sucedidos corrieron por el lugar como reguero de pólvora, siendo el tema principal de muchas tertulias. En los pueblos, ya se sabe. Y como nunca falta alguien que quiera aprovecharse del fracaso ajeno para hurgar en la herida, un día, al llegar nuestro protagonista al bar, uno de la cuadrilla le espetó: -Parece ser que, pese a tu fama, no has podido con tu “vecinita”, que te ha dejado por otro. Quizás es que la chica de Tomás sea mucha mujer “pa” ti. Claro que porque con una no puedas, no pasa “ná”.
Aquello le sentó como un tiro. Y herido en su orgullo, porque las cosas difíciles se desean mucho más, y porque, en el fondo, la moza le gustaba, y no poco, les juró a los presentes:
-Por estas, que me caso con la Elisa, y si no, me voy del pueblo.
Y desde ese mismo instante comenzó a tirarle los tejos, con toda su experiencia y todas sus fuerzas. Morigeró sus costumbres, dejando de alternar con ciertos amigotes y recogiéndose a tempranas horas Se hacía el encontradizo con ella cuantas veces podía. Le hablaba con el mayor respeto y sus palabras estaban ahora llenas de buenas intenciones, en vez de deseos indecorosos. En esas se estuvo varios meses, y tanto se esforzó en conseguir su cariño, aunque ya lo tenía sin él saberlo, que llegó a poseer las cuatro eses, como se dice en el capítulo 34, del libro I de “El Quijote”: …no sólo las cuatro eses que dicen han de tener los buenos enamorados, sino un abecé entero…
-¿Y cuáles son esas cuatro eses, si las sabes?, preguntó Luca.
-Claro que las sé, respondió Luis. Barahona de Soto las explica en sus “Lágrimas de Angélica”, y son estas: Sabio en servir…;Solo en amar…;Solícito en buscar… y Secreto en sus favores….
Pero la muchacha, aconsejada siempre por la hermana, seguía contestando a las pretensiones del otro con unas negativas rotundas, aunque corteses y, digamos, dubitativas, lo cual hacía que el otro viese alguna posibilidad de triunfo para sus aspiraciones. Y así, un día y otro día, y un mes y otro mes pasó… él, pidiéndole continuamente que se casaran, y ella respondiendo que, ya era tarde, que otro se le había adelantado. Hasta que el mozo tiró por la calle de en medio. Así una noche, cuando supuso que la familia estaría empezando a cenar, se presentó en la casa de Elisa y les dijo:
-Buenas noches, señor Tomás y la compaña. Pido disculpas, porque sé que no está bien presentarse a estas horas, pero es que ya no puedo más. Mire usted, yo quiero a su hija con toda mi alma y estoy como loco por casarme con ella, y quería saber si a usted le parece bien.
-Hombre a mí parecerme, lo que es parecerme, no me parece mal, porque os conozco bien a ti y a tu familia, y sé que sois buenas gentes, de las de verdad. No me disgustarías como yerno, pero estarás conmigo en que quien tiene que decidir es la chica.
-Padre, intervino Elisa, prefiero darle la contestación a solas, así que, si a usted no le importa, nos salimos los dos al portal, y ahí hablamos.
Eso hicieron, y cuando estuvieron en la penumbra del zaguán, lo primero que hizo ella fue besarle, y luego le dijo:
-¡Tonto, más que tonto! ¿A quién voy a querer yo, si no es a ti?
Y luego llegó, lo que tenía que llegar. Eso de la felicidad, y lo de comer perdices, etc. etc.
Diciembre de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso, el 2 de diciembre de 2011

Ir a pescar (I)

Ir a pescar (I)
Ramón Serrano G.

Para N.L., por su gran afición a la lectura.

-Luis, le dije, muchas veces, cuando me relatas esas historias, me parece que eres tú quien las ha vivido, aunque siempre pongas la acción en otros personajes. Y entonces, sé muchas cosas, pero apenas nada de ti.
-No Luca. Ten por seguro que jamás soy yo el protagonista de mis relatos. Y si lo fuese de alguno, te lo diría. Así que, lo que te cuento lo conozco por haberlo vivido o por haberlo escuchado en boca de otros.
-Bueno, pues aunque no te haya ocurrido a ti personalmente, me gustaría oírte algún suceso de esos que tan bien te sabes. Algún viaje, un devaneo, lo que quieras, pero algo para pasar el rato.
-Pues te contaré los amores, que no hace muchos años, mantuvieron una pareja en un pueblo castellano. Jorge y Elisa se llamaban y vivían en la misma calle. Casi enfrente el uno de la otra. Él, de familia muy acomodada, tendría ya los veinticinco cumplidos. Bien parecido, no pudo, o no quiso, acabar los estudios de leyes, y su trabajo consistía en relevar a su padre en el comercio de ropas y tejidos que tenían, para que este se dedicara por entero a la agricultura, que no era escasa ocupación, por cierto. Tenía una hermana, Ester, dos años más joven, ya casada, y un hermano, Gregorio, que estaba en la universidad, pues ese sí era un buen estudiante.
-Ella, que frisaría los veinte, trabajaba como vendedora en una panadería, y su hermana Gloria, algo mayor que ella, ya casada, y funcionaria en la oficina de Correos, eran hijas de Tomás, carpintero de oficio y hombre de bien. Y has de saber que la tal Elisa era guapa de verdad, una garrida moza, y, las dos, de muy buen carácter y mejor educación, por lo que era de mucho agrado el trato con ellas.
- Nuestro protagonista, pese a no ser un mal muchacho, se las daba de galán, y siempre estaba haciendo la rosca a cuantas jóvenes, y no tan jóvenes, podía, y nunca con la intención de conseguir esposa, sino más bien de poder lograr de ellas algún favor sexual, llegando a tener cierta fama de donjuanesco. Pues aunque las costumbres novieras antiguas no eran tan permisivas como las de ahora, siempre se dijo que el roce hace el cariño, pero es que había quienes, tal vez por llegar a ser más queridos, ludían tanto que no dejaban sitio de la amada sin palpar. Pero por decirlo más finamente, era algo así como aquello que Quevedo explica en su “Cuento de cuentos”. O sea, que se andaba a la flor del berro, por lo que, acabado su trabajo, dábase a diversiones y placeres, tratando de descabezar las mejores yerbas. Y aunque no era pretencioso, no le desagradaba que los amigotes le bailasen el agua sobre sus andanzas amatorias.- ¿Sigues con la Blasa, o ya estás buscando a otra?, le decían en el bar los más íntimos. O aquello otro de: -¿No sé qué les das, pero es que te cantan en la mano? ¡Qué tío! Y él, aunque sin presumir, como te digo, no le hacía ascos a esos comentarios y a esa fama, que por otra parte le llevaban a no cejar en sus galanteos y amoríos.
Y precisamente por ese hábito, y puesto que por su vecindad con Elisa, ambos se cruzaban con harta frecuencia, un día pensó que, si lo hacía con otras muchas, por qué no iba a ver si pescaba algo en las “aguas de la vecinita”, la cual, como antes te dije, era un “pescado” muy apetecible. Por ello, siempre que se cruzaba con ella no perdía la ocasión de decirle chicoleos y lisonjas, amén de lanzarle indirectas sobre una posible relación entre ambos, aunque lo único que pretendía de ella, como de tantas otras, era poder llevársela al huerto.
Pero en los pueblos todo se sabe, y esas “aventuras” también las conocía Elisa que, además de guapa, era lista. Como listas son la gran mayoría de las mujeres en muchas cosas, pero, sobre todo, en eso de adivinar cuáles son los verdaderos deseos de aquellos que se acercan a ellas y empiezan a “arrastrar el ala”. Y tan es así, que puedo asegurarte, que tan sólo son engañadas aquellas que quieren serlo, que la que no, bien sabe defenderse, pues de inmediato “huelen” si el que llega, los que trae son nobles o aviesos propósitos.
En esas, el uno, erre que erre con sus argucias, y la otra, una y otra vez, dándole de lado, porque estaba muy dichosa de que se hubiese fijado en ella, lo que en el fondo le gustaba, y bastante, pero para nada le concedería ni la más mínima de sus pretensiones. Al principio, con más educación que agrado, se sonreía ante los requiebros, pero al poco, la insistencia en los mismos y la subida de tono de alguno de ellos, hicieron que se agotara su paciencia cansada, hasta la saciedad, de oír lo mismo y con el mimo fin.
Y un buen día, hablando con su hermana, le comentó su hartazgo y la indecisión de encontrar una fórmula para acabar con la situación de una forma digna y sin que surgiese desavenencia alguna entre las familias. Y Gloria, sin pensárselo dos veces, le dijo:
-Pero, vamos a ver, a ti Jorge, ¿te gusta o no te gusta?
-Pues claro que me gusta. Y mucho. Tanto, que me casaría con él de buena gana. Lo que no le voy a consentir es que esté tonteando conmigo, como ya lo ha hecho con otras, para pasar un rato y, si le dejo, manosearme, o lo que sea menester.
-Bueno, si es así, déjame un par de días, que vamos a poner en marcha un plan que nos va a dar muy buen resultado. Ya verás.

Noviembre de 2011

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de noviembre de 2011