jueves, 13 de agosto de 2015

Flores, poesías...mujer

Hay veces, las menos, que cuando alguien escribe un relato y narra en él una aventura, esta ha sido protagonizada por el escritor, aunque, repito esto suele ser inusual. Sin embargo, cuando la composición literaria es, como en el caso que hoy nos ocupa, un artículo de opinión nadie puede pedirle al autor una mayor sinceridad en su pensamiento sobre el tema tratado, ya que no sólo lo manifiesta, sino que al ponerlo por escrito, y mucho más si este se publica, está dejando con ello una indeleble prueba de su forma de pensar sobre esa idea. Y es eso a lo que yo vengo hoy aquí, a pregonar mi parecer acerca de los tres entes a que hago alusión en el título. Sé que lo que voy a decir no importará mucho a casi nadie (¿a quién le van a interesar mis predilecciones?), pero sí es probable que, al leerlas, alguien haga una comparación con las suyas. De cualquier modo, lo que viene en adelante es mi profesión de fe (menudo atrevimiento) sobre las tres cosas más maravillosamente maravillosas que en el mundo han sido, son y serán: las flores, la poesía y la mujer. Pero vayamos por partes. Las flores, aparte de ser ese brote reproductor del que luego se formará el fruto, son la más tierna exquisitez que la madre naturaleza tuvo a bien regalarnos. El nombre lo utilizamos además como sinónimo de requiebro o piropo, o para referirnos a la parte mejor y más escogida de algo. Mas refiriéndome a ellas en sí, he de decir que las hay de todas formas, tamaños, olor y colores que podamos imaginar, pero todas ellas, desde las más sencillas a las más sofisticadas, desde las más tiernas a las más extrañas, son poseedoras de una belleza incomparable. Citaré sólo tres en aras de su rareza y su lindura, pero admitiría de buen grado los infinitos ejemplos que de otras se me podrían ofrecer, queriendo aclarar que unas de mis preferidas aunque no sea en ese orden, ni las principales, son: cualquier orquídea, la rosa azul y el edelweiss, haciendo saber al lector que esta, como el amor, está esperando en un lugar recóndito a que alguien la recoja para llevarla a casa. Otorgándole los mismos atributos que a las flores hablaré ahora de la poesía, manifestando que lo único que las diferencia es que a unas las crea la Naturaleza y a otras las compone el hombre. Pero ambas son tiernas, seductoras, armoniosas, cautivadoras, promisoras, y un sinnúmero más de calificativos, pese a los cuales, nunca llegaríamos a hacer justicia sobre su valía. Con la poesía el hombre consigue manifestar a través de la palabra la belleza, el sentimiento estético, su idealidad, su dolor, el asomo de un estado anímico intenso o sutil, o la apertura de su alma hacia los demás. Y si utópico era dar alguna relación de aquellas igual ocurre con estas, que haylas tantas y tan bonitas que es casi delirante dar alguna relación de ellas por pequeña que sea. Pero lo haré y será esta: La sentencia de Quevedo: ..Polvo serán, mas polvo enamorado. El recital de Bécquer: Porque son, niña, tus ojos/ verdes como el mar, te quejas…. El canto de Zorrilla:..y perlas para el cabello/ y baños para el calor/ y collares para el cuello/ para los labios…¡amor! La descripción de Lorca: …el almidón de su enagua/ me sonaba en el oído,/ como una pieza de seda…Y con el susurro aún en mis oídos destas melodías, paso al siguiente apartado. Hablar de él sí que me resulta arduo y complicado. ¿Por qué dejaremos siempre lo más difícil para el final? Pero habré de intentarlo, y lo primero que he de decir es que la mujer, pues a ella va destinado esta última parte, acumula en sí todas las virtudes y propiedades de las dos anteriores, e incluso las sobrepasa en mucho, que es, sin lugar a dudas, el ente más hadado y mistagógico que exista no ya en la faz de la tierra sino en todo el universo mundo. La inmensa mayoría de ellas (tampoco sería correcto hablar de la totalidad) sin tener defecto alguno que alcance la categoría de catalogable, sí están rebosantes de cualidades y atributos dignos de una diosa. Querer hacer ahora una relación de estos, más o menos prolija, sería, a más de enormemente vasta, completamente innecesaria, ya que la mente de cualquiera es sabedora de esas valías. Qué les voy a decir de su capacidad de esfuerzo, de trabajo o de sacrificio, de su ternura, de su sensibilidad, de su virtud, de su potencial amoroso y amatorio, de…,de…, de…o de su belleza, las cuales, tanto la interior como la externa, van aumentando con el paso de los años. Sí, ya veo que está asintiendo el lector pues comparte conmigo lo que acabo de exponer. Y al igual que he hecho con los dos primeros protagonistas, me queda únicamente citar, y aquí sí enfatizo lo de la subjetividad, tres portentosas propiedades que la mujer posee y que además sabe utilizar a la perfección, cuando y como quiere. Así está su mirada, con la que es capaz de pronunciar los más sentidos párrafos, e incluso discursos enteros. Su sonrisa con la que puede derrumbar castillos, conquistar continentes, rendir voluntades o atraer legiones. Su talle, cuyo cimbreo voluptuoso, sensual, causa una tremenda envidia al junco que está en la ribera de la laguna y logra despertar las imaginaciones más adormitadas. Ahora, querido lector, detente si quieres unos momentos a pensar cómo sería el mundo sin flores, sin poesía o sin mujeres. Pero te aconsejo que no lo hagas durante mucho tiempo ya que corres el riesgo de volverte rematadamente loco. Ramón Serrano G. Agosto de 2015